Los robots y la vejez
Vemos cundir alarmas ante lo que debería llenarnos de alegría, ya que estos logros vienen a aliviar dos de nuestras bíblicas maldiciones: el trabajo y la muerte
jesus carasa
Martes, 31 de octubre 2017, 07:11
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jesus carasa
Martes, 31 de octubre 2017, 07:11
Circulaba, en mi juventud, un chascarrillo, que pretendía definir, jocosamente, el grado de desesperante desconcierto al que podía llegar el que se esforzaba en estar al día en cualquier materia: «Ahora que aprendo a decir ‘pinícula’, resulta que se dice ‘flim’».
Aparecen, últimamente, numerosas noticias ... que nos hablan de proyectos, no entelequias, que avanzan en la búsqueda de soluciones para prolongar, indefinidamente, la vida y en la construcción de máquinas que sustituirían al hombre en el trabajo.
Sorprendentemente, vemos cundir alarmas ante lo que debería llenarnos de alegría ya que estos logros vienen a aliviar dos de nuestras bíblicas maldiciones, el trabajo y la muerte. Pero ahora resulta que los trastornos sociales, que se nos pueden plantear, hacen temer a algunos que pueda tratarse de maldición sobre maldición.
En estos tiempos, en que se va logrando el anhelado y unánime deseo de alargar la duración de la vida, de la posibilidad de seguir haciéndolo en el futuro y hasta, como se habla seriamente, de hacer realidad el sueño de la inmortalidad, se oyen lamentos agoreros similares a los de los que intuyen la llegada de una plaga: «España ya tiene 15.413 mayores de 100 años… y esto no ha hecho más que empezar». Sorprendentemente, no se alegran de que los viejos de hoy estén cada día más jóvenes.
Y se rasgan las vestiduras ante el alargamiento de la vida laboral, aunque sea en consonancia con el de la vida física. ¿Y por qué no? ¿Pretendéis que los viejos estén holgando, en buenas facultades físicas y mentales, desde los sesenta y cinco, cuando el horizonte de vida sea de más de cien?
No temáis por vuestras pensiones. Son las tributaciones que pagasteis con vuestros salarios y tenéis que exigir que su pago sea tan sagrado como el de la deuda pública. Y así será.
Y ante las noticias de la inminente y masiva sustitución del ser humano por robots en trabajos penosos y/o alienantes, son muchos los que piensan que se debería obstaculizar esta invasión de las máquinas, obligando a los empresarios a cotizar por ellas.
Animan a poner puertas al progreso como si esto fuese una novedad. ¿Acaso el ser humano no viene utilizándolas para multiplicar sus habilidades y aliviarse de los trabajos duros, peligrosos o alienantes desde el hacha de sílex?
Y hasta los hay que imaginan reuniones, en siniestros despachos, de sacerdotes de El Dinero o Los Mercados, maquinando operaciones contra los trabajadores por el hecho de serlo.
Leo un artículo apocalíptico de Juan Manuel de Prada en el que relata «la estrategia, diseñada por el Dinero, que ha tomado la irrevocable decisión de destruir, en los próximos quince o veinte años, decenas de millones de puestos de trabajo». De aquí basa el autor la prédica de la ‘renta básica’ por algunos partidos, como miserable limosna para acallar a los que El Dinero ha decidido despojar de puestos de trabajo en los que ganarse la vida.
Pero, quizá, ese concepto de ‘renta básica’, cuya aparición escandaliza a Prada y a muchos, sea el comienzo de la inevitable lucha para que la riqueza que, afortunadamente, se multiplica por doquier, alcance a todos o, por lo menos, para que no quede desamparado el que más lo necesita.
Alegrémonos de que se acelere la prolongación de la vida y el alivio del trabajo y de que estas dos circunstancias permitan al ser humano dedicar más tiempo a labores creativas, como así está ocurriendo, ya, de forma exponencial.
¡Que poco creen en el ser humano los que tienen esos temores! ¡Lo que vivimos es lo de siempre! El dolor, la enfermedad y la pobreza nos acechan, pero las máquinas han sido y seguirán siendo nuestras aliadas en la creación de bienestar y riqueza.
Eso no quita para que el pobre ser humano tenga que seguir luchando, como siempre, para que esa riqueza nos alcance a todos. ¡Él encontrará la fórmula! Dolorosamente, penosamente, pero la encontrará.
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