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ANA ROSA GARCÍA
Lunes, 4 de febrero 2019, 07:54
Cada vez que un paciente se lleva con el alta médica el pijama de su estancia hospitalaria, una toalla del baño, las sábanas de la camilla en la que la ambulancia le ha llevado a casa o la manta con la que se ha tapado ... en Urgencias engorda un agujero económico de proporciones impensables para los protagonistas de ejemplos como estos. Pero ese goteo diario conlleva pérdidas «alarmantes» para la empresa que gestiona el servicio de confección y lavandería de la ropa que se suministra a todos los centros del Servicio Cántabro de Salud (SCS): Amica. La situación es «tan preocupante» que su gerente, Tomás Castillo, asegura: «No podemos soportar más esta sangría económica», que en los últimos cuatro años les ha supuesto más de un millón de euros (concretamente, 1.060.405 euros). Prenda a prenda, desde 2015 han desaparecido del circuito de recogida y entrega casi 147.000, una media de cien diarias.
Una pérdida tan dispersa, entre los centros de salud, SUAP, 061 y hospitales públicos de la región, y distribuida entre tanta gente -«10.000 personas utilizan a diario nuestra ropa, entre profesionales sanitarios y pacientes», recuerda-, que pasa inadvertida hasta que se hace el recuento y entonces saltan las alarmas. «No podemos asumir 250.000 euros de pérdidas cada año», subraya Castillo, que mantiene al tanto de «la gravedad del asunto» a las Gerencias del SCS y de los hospitales, aunque sus reclamaciones no han conseguido mermar ni medio euro el balance de números rojos.
67.135 sábanas, fundas de almohada y sabanillas han desaparecido de la red del SCS en cuatro años.
42.494 toallas han salido del circuito de recogida y reparto entre 2015 y 2018, una media de 29 al día.
37.309 camisones y pijamas de pacientes no volvieron nunca a la lavandería en los últimos cuatro años.
474.000 prendas es el volumen en circulación en los centros y hospitales del SCS, que gestiona Amica.
«Estamos ante un problema de conciencia colectiva. Por ejemplo, no puede ser que una persona ingrese con ropa de calle y se vaya con la del hospital, que es lo que ocurre con muchos mayores trasladados a Urgencias desde las residencias, al final te encuentras con que en la práctica totalidad de estos centros hay camas vestidas con sábanas del SCS. Y hablamos de cantidades muy grandes», subraya el gerente de Amica, empresa propietaria de todo el textil de la red sanitaria. Y el problema, añade, es que «esto se ve como algo normal. La gente no se para a pensar que esa falta de ropa produce tensiones en los servicios por la permanente rotura de 'stock'. Nosotros reponemos las prendas que se necesitan, pero no podemos contar con lo que ya no vuelve. El sistema nos marca que lo has suministrado, aunque físicamente ya no está», explica.
La ropa hospitalaria que la gente se lleva a su casa son pequeños hurtos que hacen gigante el agujero, aunque nunca trascienden.Sí lo hacen otros robos de mayor entidad que acaban denunciados ante la Policía. Ni las 340 cámaras que vigilan el complejo hospitalario de Valdecilla pueden evitar que los amigos de lo ajeno actúen.Eso sí, contribuyen a darles caza.Así ocurrió el año pasado con quien se llevaba bajo el brazo grifería de los baños de las Tres Torres o a quienes destriparon las máquinas de vending para llevarse la recaudación. Desde que Smart Hospital (Ferrovial-SIEC) asumió el servicio de seguridad del hospital, incluido en el contrato de colaboración público-privada, en 2014, el número de incidencias se ha reducido en un 60%.De los 39 robos registrados aquel año se ha pasado a los 14 de 2018.
Pero más allá de los «trastornos de funcionamiento» en la cadena de lavandería y reparto -sólo en Valdecilla se recogen unos 8.000 kilos de ropa sucia diarios, que son lavados con maquinaria industrial, en la planta que Amica tiene en Maliaño-, Castillo lamenta «el quebranto económico para una empresa como la nuestra que genera oportunidades de empleo a personas con discapacidad».
Tomás Castillo | Gerente de Amica
De ahí su «llamamiento a todas las personas que utilizan los servicios de salud, a sus familiares, a los empleados de la ambulancias, a los profesionales y trabajadores del Servicio Cántabro de Salud para cuidar este bien tan preciado para nosotros, porque es el medio de trabajo y de vida de más de 300 personas con discapacidad dedicadas a este servicio, ya que el daño producido por estas pérdidas tan importantes pone en grave riesgo el mantenimiento de sus empleos». Por eso, insiste en «el cambio de concepto que hace falta: concienciar a la gente de la trascendencia de esos pequeños hurtos, de lo que cuestan las cosas y de que la gran perjudicada, como entidad propietaria de toda la ropa, es Amica, que además de lavarla diariamente, presta el servicio en régimen de alquiler de cada prenda». Y la que desaparece (por encima de 90 días sin volver a la lavandería se clasifica como irrecuperable), ya no se amortiza nunca.
Precisamente, como medida disuasoria y para controlar el recorrido de la ropa, la empresa implantó hace cuatro años chips en todas sus prendas. Desde entonces se ha reducido la desaparición de prendas de las 58.511 de 2015 a las 42.091 de 2018, «pero la mejora es demasiado lenta». «Este sistema informatizado nos permite identificar en qué servicio no se han devuelto las sábanas o cuáles son los que acumulan mayor número de pérdidas. Las ambulancias que pasan por Urgencias, por ejemplo, suponen una fuga muy importante», destaca. El gerente apunta que la empresa afronta los costes de la ropa que hay que dar de baja (aquella que se deteriora por el uso, se mancha...), pero «lo que no es asumible es que a ese montante se añada la que no vuelve, que hemos llegado a lavar sólo una vez, antes del primer uso».
El otro caballo de batalla de la entidad es que «los profesionales no se lleven la ropa a lavar a casa, que puede contener gérmenes o incluso bacterias multirresistentes. Para garantizar su limpieza se requieren unas condiciones de lavado y planchado específicas, y cumplir con los controles bacteriológicos que dan plena garantía. Ese es el gran valor de la lavandería para evitar contagios con la ropa hospitalaria, pero se valora poco», lamenta. De hecho, a día de hoy «no llegan al 50% los profesionales que envían sus uniformes a nuestra lavandería. Es otro hábito que tenemos que combatir».
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