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Sesenta y ocho. Escrito así, a secas, no dice mucho. Son las personas oficialmente fallecidas en Cantabria –hasta ayer– debido al coronavirus. Es fácil estos días refugiarse únicamente en el guarismo; barrera de autoprotección contra la tragedia exterior. Pero cada muerte provocada por la pandemia es una vela que un viento desconocido ha apagado antes de tiempo.
Este reportaje recoge el testimonio de los familiares y allegados de seis cántabros que lucharon contra un enemigo del que, de momento, se desconoce su punto débil. Como el de Rodrigo Campos Bolívar, acostumbrado durante su carrera militar a estar siempre alerta. Los suyos no olvidarán nunca «su rectitud, bondad y buen sentido del humor».
El virus se ha cebado con los más desprotegidos. Es el caso de Javier San José y Aitor Valladares, dos personas «insustituibles» en la residencia para personas con discapacidad intelectual que regenta Cadmasa en Las Caldas del Besaya, en el término municipal de Los Corrales de Buelna. «Nunca dejaremos solos a nuestros chicos: pase lo que pase y cueste lo que nos cueste», insiste el personal del centro.
Hay pueblos enteros que lloran juntos. Como Fontibre, que perdió a su alcalde pedáneo, José Luis Macho. Todos le recuerdan, incluidos sus rivales en la política. Como en Torrelavega le ocurre a la curia con el procurador Carlos Trueba Puente, del que destacan «su exquisita profesionalidad». Mención aparte merecen los cántabros que viven fuera o los que sin serlo del todo, como la valenciana Sonia Zuriaga, se sentían «como el que más».
Aquí no están los sesenta y ocho, pero sí representan a todos los que se van para nunca ser olvidados.
«Nuestro padre fue alguien tenaz e incansable al desaliento para trabajar por el bien de Fontibre, su pueblo», explica con serenidad Gonzalo, uno de los cuatro hijos de José Luis Macho. Era el alcalde Fontibre, lugar de nacimiento del río Ebro. Los que le conocieron destacan de él su capacidad de trabajo y entrega. «Era una persona muy justa, al que le gustaban las cosas bien hechas», apostilla Gonzalo. «En definitiva, una buena persona», añade. José Luis desarrolló su vida laboral en Gamesa. «Aunque tenía un empleo humilde de obrero, consiguió construir prácticamente con sus manos la casa en la que vivimos. Junto con mi madre, sacó adelante cuatro hijos», destaca Gonzalo en boca de sus hermanos Alejandro, Alberto y José Luis. Le recuerdan «sin dobles caras». «Mi padre era buena gente, tranquilo, leal y, sobre todo, muy amigo de sus amigos», destacan. Sólo hay que echar un vistazo a las redes sociales para darse cuenta de que era alguien especial para sus vecinos. Los muros de Facebook se han convertido en estos días en improvisados libros de condolencias. Las restricciones del estado de alarma impiden a los familiares y allegados compartir el dolor con abrazos. El de José Luis acumula más de doscientos comentarios. También de sus compañeros de partido. «Es un día muy triste y doloroso para toda la familia socialista de Campoo. El fallecido ayer (20 de marzo) en Cantabria, de 69 años, con coronavirus era nuestro querido compañero José Luis Macho. Un hombre tremendamente querido y estimado por todos», expresó el PSOE campurriano. «Una gran perdida, buena persona e implicado desde hace años en defender los intereses de su pueblo, Fontibre», firmó el PRC local.
Carlos Trueba Puente, aunque había nacido en Santander, donde residía por la zona de Puertochico, siempre fue considerado un torrelaveguense más». Era procurador de los tribunales hasta su fallecimiento el 30 de marzo, carrera que comenzó al inicio de la década de los ochenta. Estudió en Valladolid y se casó con Isabel, con la que además compartía oficio. Muy pronto abrieron un despacho en la calle Mártires de la capital del Besaya. «Siempre se distinguió por su excelente profesionalidad, era un hombre con muy buen carácter, pero sobre todo un gran amigo», relata el jurista Emilio Laborda Valle. Le cuesta hablar sin emocionarse. «Teníamos la costumbre de tomar un vino cuando se acaba la jornada laboral. Hablábamos de las cosas generales de la vida». «A los procuradores les tratamos poco, pero a Carlos le teníamos todos en buen concepto, tanto personal como profesional: era muy diligente y de trato afable», afirma Pablo Fernández de la Vega, juez decano en Torrelavega y magistrado del Juzgado número 1. «Muchas veces fue mi procurador. Era muy profesional y puntilloso en su trabajo. Sabía moverse por los juzgados, tenía muchas amistades, en el buen sentido de la palabra, y daba gusto trabajar codo a codo con él», cuenta el abogado Pablo Sámano, con el que también mantuvo amistad. «La noticia en Torrelavega ha sido un palo terrible. Era conocidísimo. Una pérdida irreparable», recalca. «Enseñó la profesión a muchos otros. En cuanto alguien le pedía ayuda porque quería ser procurador, se ponía a su servicio hasta que le formaba y podía volar solo», cuenta Laborda. Todos ellos envían «un fuerte abrazo a toda la familia, sobre todo a sus hijos».
«Javier era muy cariñoso y familiar». Así lo describe el personal de la residencia de Cadmasa para personas con discapacidad intelectual en Las Caldas del Besaya. Siempre llevaba la radio encendida. Estaba muy pendiente del fútbol porque ninguna semana se olvidaba echar la quiniela. Era lo que peor llevaba del confinamiento. El coronavirus –además de la vida– le quitó uno de sus mayores entretenimientos. «No lo entendía. Nos decía, ¿cómo no va a haber quiniela? Es imposible, no me lo creo. Y nos rogaba que cuando saliéramos de trabajar se la sellásemos», cuentan desde la residencia. Javier San José era un enamorado de su tierra, Reinosa. Presumía de campurriano y sacaba pecho cada vez que alguna de las excursiones ponía rumbo a sus dominios. «Nos explicaba todo lo que íbamos viendo, también a sus compañeros. Era el mejor embajador de su ciudad», cuenta el personal de Cadmasa. «Su familia estaba muy pendiente de él», añaden las mismas fuentes. Pero si algo le distinguía era su afición y buenas artes para dibujar. No había ni un solo hueco en blanco en las paredes de su habitación en Las Caldas. «Nos pedía fotos, que se las imprimiésemos para utilizar de modelo y hacer retratos que luego colgaba», cuentan con cariño. Aún recuerdan la última visita al Museo de la Naturaleza de Carrejo. «Alucinó, se sentó en el suelo y nos pidió el bloc y el material para pintar», explica quien ese día le acompañó en la excursión. También le encantaba salir a pasear y los donuts. «Siempre que podía se los compraba y por las tardes le dábamos uno», relatan. Su muerte ha dejado «un gran vacío» en la residencia. «Era uno más de la familia», recalcan desde allí.
«¿Me has traído una revista?», repetía una y otra vez Aitor Valladares al personal de la residencia cuando alguno de ellos regresaba de sus vacaciones. «Le encantaba leerlas, sobre todo las de viajes», cuenta una de las profesionales del centro de atención a la dependencia para personas con discapacidad intelectual (Cadmasa) ubicada en Las Caldas del Besaya, en el municipio de Los Corrales de Buelna. «Las devoraba. Iba página por página diciéndonos los colores a pesar de que casi no veía», recalcan desde el centro. «Lo único que detestaba eran los plátanos», apuntan. Aitor era de Bilbao, donde residía su familia. «Era modélica –explican–. Muy involucrada y siempre muy pendientes de él». Solía pasar temporadas junto a los suyos. Allí se dedicaba a otra de sus pasiones: escuchar la radio. «Siempre, Radio Nervión –cuentan sus allegados–. Se sabía de memoria las voces y los nombres de todos los comentaristas y periodistas». También la música, algo que debía sonar de manera obligatoria cuando acudía a las clases de terapia ocupacional, «sobre todo Pimpinela, había que ponerla todo el rato porque eso le relajaba mucho». Para Aitor el año giraba en torno a una fecha, la de la excursión anual que llevaba a cabo la residencia rumbo Benidorm o Andalucía. «No podíamos olvidar sus chanclas grises. Le encantaban», recuerda con nostalgia una de sus cuidadoras. Tenía tanta pasión por viajar que, nada más subirse al autobús, comenzaba a contar todo lo que veía. «Un camión rojo, un coche azul, una grúa amarilla...», relata el personal de la residencia. Su muerte fue la primera de los dos que registró el centro corraliego. «Jamás abandonaremos a nuestros chicos», afirman sus trabajadores.
«A pesar de no haber nacido aquí, Sonia (Zuriaga) se sentía tan cántabra como valenciana». Lo cuenta su hermano Juan, que además es el presidente de la Casa de Cantabria en Valencia. También murió debido al coronavirus. Ahora, su marido, cuenta Juan con pesar, «está también muy grave, creemos que no va a poder salir a adelante, lo que nos sume en una doble tristeza». Sonia solía acompañar a su hermano en los múltiples viajes a la región. «Nuestros abuelos eran de allí. Yo, al ser el mayor, pues fui el que heredé el vínculo más fuerte», admite. Cuando ambos venían a Cantabria no dejaban de visitar Los Corrales de Buelna y Cartes. En ambas localidades aún guardan «muy buenos amigos». «Lo que más nos gustaba era ir a las boleras para ver alguna partida. El sonido de la madera, el de la bola al impactar con el bolo, es único, inimitable. Es lo que más añoranza me da de vivir en Valencia», relata Juan. «Después era obligado quedar con los amigos y tomar unos blancos, de los de allí, esos de solera que tienen un sabor único e inconfundible», recalca. «Mi hermana también heredó ese gusto por las cosas de la tierruca. Y es que es lógico. ¿A quién no le gusta Cantabria?», se pregunta Juan. «El vínculo se acrecenta al estar fuera, sobre todo en mi caso que presido la casa regional de aquí», concluye.
Rodrigo Campos Bolívar, 'Guito' para sus familiares y amigos, fue el tercero de cinco hermanos –dos mujeres y tres varones–. «Pasó toda su juventud en Santander.Su vida estuvo marcada por el servicio a su país, su pasión por el deporte y su familia», explica su nieto Rodrigo. Llegó a coronel de artillería tras ingresar en la Academia General Militar. «Allí era conocido como 'el judoca', por su afición a este deporte que se iniciaba en España y que él había comenzado a practicar en Santander. Siempre fue un gran deportista y en los inicios de su vida militar realizó los cursos de alta montaña, de gimnasia y de paracaidismo», continúa su nieto. Con sólo 29 años, su carrera se vio truncada por un grave accidente durante unas maniobras de tiro. «Tres compañeros perdieron la vida y él tuvo que continuar sirviendo a España desde otras instancias», relata . Tras su fallecimiento el 22 de marzo deja seis hijos y 21 nietos «a los que nos transmitió sus valores». Siempre quiso, apunta la familia, que le recordaran «por su rectitud, bondad y gran sentido del humor». «Un debilitado corazón le hizo perder su última batalla contra el coronavirus, pero nos consuela saber que estuvo acompañado hasta el final por la persona a la que más quiso, su mujer María Carmen Oceja 'Kake', con la que compartió 58 años de matrimonio».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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