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Una de las cosas positivas de los nuevos actores políticos es que renuevan el debate en la sociedad y obligan a estudiar más en serio ... propuestas que han estado flotando en el ambiente. Y una de las cosas negativas es que a menudo esas ideas nuevas se plantean con un nivel de optimismo antropológico que no parece justificado ni por las ciencias sociales ni por los estudios históricos.
Uno de estos temas es el de la Renta Universal Básica (RUB) que Podemos lleva en su proyecto, y que en Cantabria está de actualidad por la presencia de Íñigo Errejón y una serie de exposiciones acerca de este concepto, que en un terreno práctico se ha vinculado a una propuesta en el Parlamento para mejorar la Renta Social Básica (hay que recordar al lector juvenil que en Cantabria viene existiendo algún tipo de ingreso social mínimo ya desde los albores de la autonomía).
Pero RUB no es sigla precisa, puesto que esa renta básica universal se pretende que sea ‘incondicionada’, y por tanto es más bien RUBI. La idea es que todo ciudadano, trabaje o no, tenga un ingreso mínimo garantizado por el gobierno. Se trata en total de mucho dinero, pero esto se resuelve por mecanismos de Robin Hood estrujando a los ricos, suponiendo que pasan por el bosque de Sherwood y no por el Pirineo andorrano.
Bo Rothstein es un politólogo sueco, hijo de judíos austriacos huidos del nazismo. Experto en el Estado del Bienestar, alcanzó reciente notoriedad por dimitir de la prestigiosa Escuela Blavatnik de Gobierno en la Universidad de Oxford porque le indignó que el mecenas hubiese cofinanciado la campaña de Donald Trump.
Ahora es catedrático de ciencia política en Gotemburgo y afirma que la RUBI perjudicaría al Estado del Bienestar: como aquella economía soviética de planificación central, pertenece al elenco de las terroríficas buenas intenciones. Para él, lo que más falla de una RUBI es la I, es decir, que el ingreso sea incondicional: a cambio de nada.
Sostiene que, como es muy onerosa, restará fondos al resto del Estado del Bienestar (sanidad y educación), que así perderá calidad. La clase media que se lo pueda permitir buscará servicios privados y no estará dispuesta a contribuir con sus impuestos a algo de menguante calidad y que no utiliza. Rothstein recuerda que hay pruebas empíricas de que los servicios que se centran solo en los pobres acaban siendo los más deficientes.
Otra dificultad es de legitimidad política. Supongamos que a todo mayor de 18 años le otorgamos una mensualidad de 900 euros. En principio está muy bien, pero luego muchos querrán obtener más dinero mediante actividades irregulares (pasar droga, por ejemplo, o trabajar ‘en negro’). Además, con 900 euros bien puedes irte a Bali y vivir como un pachá. Rothstein considera que estas probables derivas restarían respaldo a la RUBI.
Y, por último, el hecho de que alguien cobre la RUBI y no trabaje, mientras por otro lado en los hogares no se encuentra mano de obra para cuidar niños pequeños o ancianos, sería políticamente insostenible (¿por qué no pagar el salario público a los que sí atiendan esas necesidades?).
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Ana del Castillo
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