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Si usted tuviera entre 13 y 25 años, viviera por la zona de Santander, Torrelavega o el entorno de la bahía, y le hubiera apetecido beber alcohol en la calle con los amigos este fin de semana, habría barajado unos pocos sitios. ... Primero, obviamente, la capital cántabra. En Torrelavega el fenómeno del botellón ha ganado fuerza los últimos fines de semana; y Somo, la gran novedad, que hace 15 días llegó a reunir a oleadas de adolescentes en plena cuarta ola de covid y donde se produjeron varias peleas. El Diario completó el sábado un periplo por estos tres centros neurálgicos de las quedadas masivas y la primera conclusión es que todos los consultados -jóvenes, vecinos y Policía- coinciden en la misma idea. Es un fenómeno «imparable», que se convierte en un gran problema en estos tiempos, con el covid acechando en cualquier esquina.
En Ribamontán al Mar, Somo es la primera parada de este viaje. Pasan pocos minutos de las seis de la tarde y a la entrada de la localidad, en uno de los extremos del puente de Pedreña, hay apostadas dos patrullas de la Guardia Civil. Es la primera criba. Un aviso a navegantes. Este fin de semana no permitirán que se repita lo del pasado, cuando más de un centenar de jóvenes tomó el paseo marítimo y el monte de Arna en uno de los botellones más escandalosos que se recuerdan en la zona. Y parece que hace efecto, pues en el pueblo hay tan sólo unos pocos grupúsculos. Están muy tranquilos. Si acaso tienen una cerveza en la mano o una botella con calimocho, el que más. «Lo que pasa es que hoy estamos los de aquí, los que no montamos bulla», explica uno de los jóvenes, que prefiere no revelar su nombre.
LUGARES 'DE MODA'
Está acompañado de un grupo de otros diez, en lo alto de una larga escalinata que transcurre desde la zona baja de la playa, a la más alta, que conduce al monte. «A ver, tampoco estamos apelotonados, ni nos estamos emborrachando como enfermos, ni gritamos, ni lo llenamos todo de basura, porque somos de aquí», se justifican, y lo cierto es que de un primer vistazo, todo alrededor indica que dicen la verdad.
Cuentan que el problema lo traen «los que vienen de fuera». No se atreven a señalar, pero entre dientes a alguno se le escapa El Astillero, Maliaño, Solares... «Antes había quedadas en otros sitios donde ha empezado a haber más Policía. Ahora vienen aquí porque saben que no hay tanto control», cuentan.
Con ello explican el desenfreno del pasado día 17, cuando el monte de Arna se convirtió en un correcalles con la Guardia Civil persiguiendo a quien cargaba con litronas entre los pinos. La Benemérita aguó la segunda edición de aquella fiesta este fin de semana.
ADAPTACIÓN
Hasta cuatro coches patrullaron Somo el sábado. Era difícil caminar cinco minutos sin toparse con uno. En total, siete agentes, que a ratos iban también a pie. «¿Qué están haciendo?», pregunta uno de los uniformados, que llega para advertir a este grupo. «Nada, agente. No estamos bebiendo». «¿Y eso de quién es?», cuestiona el oficial, que sin hacer un gesto, se limita a mirar a una esquina donde tienen tres cervezas. Luego les recuerda las normas y advierte que estará vigilante.
En la playa, entre las dunas, hay más reuniones en torno a unas cuantas botellas. Son viejos conocidos de clase, o del pueblo. «El fin de semana pasado quedaron 20 contra 20 en el monte para pegarse. Vienen a eso y no es nuestro rollo», cuenta una de las chicas. «¿Qué quieren que hagamos? ¿Que nos encerremos en casa? Nosotras no podemos pagarnos unas copas en un bar y esto es lo único que podemos hacer para estar igual que los que sí pueden hacerlo, que incumplen más que nosotros, por ejemplo, en Cañadío», critican. «Allí sí que están apelotonados».
Son las ocho de la tarde, el itinerario continúa por Santander y la imagen otorga irremediablemente la razón a esta chica. En Cañadío se perpetra el botellón sin ningún pudor. De poco sirven los rapapolvos de los camareros, que advierten con paciencia que no servirán a nadie que no tenga una silla -es el modo de controlar los aforos-; ni las cadenas con las que todos los bares de la zona han acordonado su espacio de terraza. Hay decenas de jóvenes -y otros no tan jóvenes-, sentados en las escaleras, en las farolas y en pie en medio de la céntrica plaza santanderina.
DESCARO
Entre tanto, cerca de 20 agentes de la Policía Local patrullan la ciudad para disolver la fiesta en los enclaves típicos de cada fin de semana: La Magdalena, Las Llamas, Mataleñas, el entorno del faro de Cabo Mayor, el aparcamiento de la playa del Camello o el parque de Las Carolinas.
Se los escucha comentar que en lo que va de noche han impuesto 80 sanciones. La mayoría por beber en la calle, y luego le acompañan incumplimientos como la formación de grupos numerosos o la ausencia de mascarilla obligatoria.
EMPEORARÁ
En la plaza de Italia, en El Sardinero, hay lo menos 80 jóvenes desperdigados en diversos grupos. Algunos advierten a los periodistas: «Tened cuidado con las fotos, que alguno anda por ahí un poco loco y podéis tener problemas». Se refiere a los que han bebido más de la cuenta. «La mayoría estamos tranquilos pero es lo que hay. Los hay que beben y la lían. Y verás cuando se acabe el estado de alarma. Va a ser mucho peor. ¿El botellón? No hay quien lo pare», certifica, y otros tres a su lado asienten. Acaban de ver la estampida de quienes escapaban de la Policía en los bajos del restaurante Maremondo.
Imágenes similares a las que, de cuando en cuando, se pueden ver en Torrelavega. En la capital del Besaya hubo también actividad este sábado. La Policía Local disolvió dos reuniones con litronas, una en la subida al cementerio de La Llama y otra en Sierrapando. Denunció a cinco jóvenes y sancionó a otros once por incumplir el toque de queda. Y así, de un lado a otro, el botellón se adapta a las circunstancias, coloniza nuevos espacios aún no vigilados por la Policía y deja claro que en unas semanas, con el final del estado de alarma y la llegada del verano, sólo la vacunación logrará frenar la propagación del coronavirus entre los jóvenes.
Son las siete de la tarde del sábado y un grupo de cinco vecinos ha bajado a la calle al ver que dos coches patrulla de la Guardia Civil se detienen en la zona, justo frente al monte de Arna, en Somo, donde el sábado 17 se montó una fiesta multitudinaria con hasta 150 jóvenes de botellón. «Es la primera vez que venís de verdad unos cuantos a frenar esto», aplaude Juan Manuel, uno de los residentes. Aún le entran sudores al recordar ese día, «o los muchos líos que hemos tenido que aguantar, porque esto no tiene fin y nadie nos hace caso», protesta.
Dicen que los botellones en el monte o en la calle son recurrentes. «No hay fin de semana que no tengamos problemas», declara Carlos, otro de los presentes. «Los chavales defecan en la calle, junto a los portales, orinan... Nos insultan y nos tiran piedras. Nos amenazan desde la calle, pasando bajo nuestras ventanas. Llega el fin de semana y es que nos entra miedo porque no sabemos qué puede pasar. Nos tienen aterrorizados».
Aclaran que tienen tanta culpa los jóvenes como quienes «no han querido poner fin a este problema hasta que ha salido en los medios de comunicación». Porque según dicen, nada de esto es nuevo; viene de muy lejos, y «el Ayuntamiento se ha pasado mucho tiempo tapándolo», apunta Carlos. «De hecho, mandan cuadrillas de limpieza todos los domingos para que estén aquí a las ocho de la mañana poniendo a punto el monte, para que no se note y no trascienda un asunto que hace que la convivencia aquí sea imposible ya», suma Juan Manuel.
La Guardia Civil los escucha y toma nota. Los residentes tienen bajo control casi cada reunión que hay en ese preciso momento en las inmediaciones y son ellos quienes avisan de que en las escaleras, junto a sus portales, hay un grupo de chavales que parece estar bebiendo alcohol.
«Exigimos una solución ya, de verdad», reivindica Ricardo, otro de los que comparten corrillo para defender lo suyo. Él es surfero, y camina descalzo hacia la playa desde su casa, que está a unos escasos cien metros de la arena. «Ya no puedo ir tranquilamente, como he hecho toda la vida, porque está todo lleno de cristales de botellas rotas», lamenta.
Dice que hace pocas semanas un grupo de energúmenos la tomó con un contenedor y lo lanzó carretera abajo hasta estampanarlo contra unos coches. «Necesitamos que la Guardia Civil tenga más presencia y que los cojan y los multen. Si no lanzamos un mensaje contundente, va a pasar que el día en que haya una desgracia de verdad, porque a alguien le hagan daño, será tarde», explican Juan Manuel.
Entre ellos debaten la necesidad de que el municipio cuente con más efectivos de Policía Local. A día de hoy sólo hay uno; aunque el Consistorio ya está tramitando la plaza de otro más. Es la única solución, dicen, para frenar «esta lacra» «Son muy jóvenes y beben mucho. No controlan y vienen con actitud muy violenta. Si los llamas la atención te amenazan. Estamos con miedo porque pueden localizarnos y tomar represalias. Ya no sabemos qué más hacer».
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