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. Acaba de cumplir 82 años, pero habla con la misma dulzura de una joven. Chistosa. Algo nostálgica y rota cuando recuerda a su hija ... fallecida. Una de sus cuatro descendientes. La que vivía con ella y le acompañaba en su lucha por un feminismo con ideales. Marta Peredo (Santander, 1936) fue una de las primeras en introducir este movimiento en Cantabria. No sabe explicar cómo la inquietud por los derechos de la mujer comenzaron a hacer mella en su biografía. Simplemente habla de lo injusto que le parecía que, por estar enamorada y querer casarse, tuviera que dejar de trabajar. O que se encarcelara a mujeres por adúlteras, cuando a los hombres se les daba una palmada en la espalda a modo de «eres un machote». Luchó porque se introdujeran los anticonceptivos en el sistema sanitario cántabro. Con su constancia, junto a la de otras, logró el primer centro de planificación familiar municipal de Santander. Adora leer e ir a ver películas en versión original a la Filmoteca. Pero, sobre todo, estar rodeada de gente joven, como sus cinco nietas. «Es que nos llevamos muy bien», dice con orgullo.
–¿Cómo llegó el feminismo a su vida?
–Para que el feminismo hiciera mella en mí, estaba claro que yo debía tener ya una predisposición a ello. No he sido una mujer muy discutidora, pero sí me he preocupado desde bien pequeña por el bien de los demás. También era consciente de que había que desobedecer para que las cosas cambiaran. Había una presión sobre la mujer tan aplastante por parte de la Iglesia y del Estado, que me sentía en un negro túnel del que necesitaba salir. Así me topé con el feminismo. Sin saber muy bien lo que estaba surgiendo, en los setenta empecé a reunirme con grupos de mujeres que queríamos una sociedad mejor. Llegó el 8 de marzo de 1980. En todo el mundo se celebraba el Día Internacional de la Mujer. Un grupo de mujeres y hombres decidimos juntarnos en la sede del Partido Comunista, en la calle Alcázar de Toledo, de Santander, para conmemorar esta fecha también. ¡Se montó un alboroto! Nos llamaron de todo. Y fue precisamente eso lo que me despertó la inquietud por el feminismo y por defender mis ideas. Y así comenzamos a reunirnos mujeres de toda Cantabria para hablar de las cosas que nos afectaban. Quería libertad para mis hijos.
–¿Cómo recuerda el inicio del feminismo?
–Con mucho rechazo por parte de la sociedad. No lo querían porque no lo entendían. No había anticonceptivos, para qué hablar de los centros de planificación familiar. Una mujer podía ser condenada si era acusada de adulterio. Unas barbaridades. Tuvimos que luchar, pero nunca contra los hombres, como se piensa. Era una lucha contra el patriarcado y el machismo.
Nació en la calle del Sol, donde continúa viviendo, y fue al Colegio de los Sagrados Corazones. A los trece años empezó a trabajar en una fábrica de cepillos de dientes en el Barrio Pesquero y, de ahí, con 14 años, a una mercería, en la calle San Francisco. Al poco tiempo, se enteró de que se solicitaba una manceba para una farmacia. Recuerda que «fueron diez años de mucho trabajo». «Pero me encantaba». Llegó a realizar las fórmulas, a hacer de practicante y curar heridas. Lo tuvo que dejar al casarse. Ganaba lo mismo que su marido que trabajaba en un banco. Cuando los niños crecieron, continuó trabajando en librerías, cuidando niños... Todo lo que le permitiera seguir con su activismo.
–¿Hubo algún momento esencial en el feminismo en Cantabria?
–Yo diría que no. Fue todo progresivo. Empezamos por conseguir los anticonceptivos, en el año 1981. Nos sentábamos en las escaleras del hospital La Residencia. Después logramos el primer centro de planificación familiar municipal en la calle Cisneros. En 1985, creo que fue. Lo siguiente que nos vino fue la Ley del Aborto. Queríamos que, al menos, las mujeres que practicaban el aborto no fueran a la cárcel. Trabajamos mucho por ello.
–¿Ha pasado por el calabozo?
–Pues sí, ¡varias veces! (risas). Por el feminismo sólo me detuvieron una vez. Un hombre de Laredo mató a su mujer hace unos veinte años. Todavía existía un gran silencio sobre la violencia de género. Un grupo de mujeres nos plantamos allí con rotuladores y pintamos todas las fachadas del casco antiguo con frases como 'Eres un asesino'. Había un hombre que nos seguía. Nosotras pensábamos que lo hacía porque le gustaba lo que estábamos haciendo. Cual sería nuestra sorpresa cuando bajamos unas escaleras que dan a la plaza y nos lo encontramos con la Policía. ¡Nos había denunciado! Se portaron muy mal con nosotras en el cuartelillo. Fueron muy groseros. Vino el alcalde y no sabía qué hacer con nosotras (risas). A las once de la noche nos mandó para casa. Me han encarcelado más veces. Sabía que mi marido estaba cerca cuando oía su silbido. Desde fuera silbaba para que supiera que él estaba allí. Lo cierto es que nunca he entendido porque me llevaban al calabozo, con la falta que yo hacía en casa con cuatro niños pequeños y sólo por defender unas ideas tan necesarias y de sentido común.
–¿Cómo ha evolucionado el feminismo en Cantabria?
–Se han ido consiguiendo cosas, pero las mujeres nos hemos estancado en nuestras reivindicaciones. Antes nos reuníamos cada lunes, teníamos una revista... Pero ahora nos hemos vuelto más conformistas. La gente se ha relajado porque no han sentido la represión como nosotras. No tienen la necesidad de salir del negro túnel, como nosotras. No veo a las nuevas generaciones tan comprometidas por el feminismo.
–¿Y cómo afectó todo esto a su familia?
–Nuestro origen es muy modesto. Siempre hemos vivido en la calle del Sol y nos apoyábamos mucho. Jugábamos todos en la calle. Yo ayudaba a mi madre a repartir el pescado. Mi familia, mis hijos, siempre han estado a mi lado. Lo cierto es que hay gente a la que le sorprende que yo haya vivido una historia de amor de príncipe azul, pero así fue. Me casé muy enamorada, aunque después todo se rompiera.
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