Borrar
Del Sáhara a Cantabria. Un día con Galia

Del Sáhara a Cantabria. Un día con Galia

Este reportaje recoge la rutina de un día en la vida de una de las niñas saharauis que pasan el verano en la región a través del programa 'Vacaciones en Paz'

Laura Masegosa

Santander

Domingo, 7 de julio 2024, 07:26

A través de la ventanilla del autobús los ojos de Galia brillaban de ilusión. Todavía no había cruzado la mirada con Vanessa, Jaime, Ángela, Jaime Jr. y María José, su familia de acogida que la esperaba por segundo año consecutivo en el lugar de encuentro, pero ellos estaban impacientes. Un viaje de treinta horas desde el Sáhara en vuelo charter con la incertidumbre de saber si le tocaría la misma familia. La suya. Los Hevia Ruiz. Cuando les reconoció desde el asiento del autobús, su madre de acogida, Vanessa, cuenta que una sonrisa iluminó su cara. La de ambas. Por fin volvían a reencontrarse. «Para nosotros es un miembro más de la familia. Es increíble lo mucho que la queremos y lo mucho que nos quiere». Galia tiene 9 años y vive con su familia biológica en un campamento saharaui en la localidad de Smara, cerca de Tinduf (Argelia). Ahora, desde el pasado domingo pasa su segundo verano en Entrambasaguas, donde continúa adaptándose con rapidez a un mundo todavía desconocido y lejano para ella.

Galia no entiende de madrugones. Se acuesta sobre las 23.00 horas y se despierta a las once de la mañana. Duerme como un lirón. Aunque no es para menos. Las largas horas de viaje y adaptarse a una nueva rutina suponen un cansancio costoso de recuperar. Se levanta perezosa pero con una sonrisa, expectante por ver qué le espera en el día de hoy. Es martes. Hace dos días que llegó, pero entre bienvenidas y recuperar fuerzas apenas han tenido tiempo para hacer planes todos juntos. Hoy es el día y ella lo sabe. Desayunar es todo un festín para Galia porque puede escoger entre una gran variedad de opciones que en su día a día en Smara no tiene. El primer día le dieron a probar ColaCao pero descubrieron que a Galia no le gusta el chocolate. «Poco a poco nos vamos conociendo más», dice Vanessa. La comunicación entre ellos podría parecer, a priori, complicada porque la niña no sabe hablar español. Sin embargo, «lo entiende todo». Basta con preguntarle qué le apetece para que ella, sin perder la sonrisa, señale las piezas de fruta que están encima de la mesa. Plátano, cerezas y ciruelas.

Cuando Galia llegó el año pasado le tenía mucho miedo a Pinky, el perro de la familia, porque nunca había visto uno. Poco a poco se fueron haciendo amigos y esta vez Galia estaba deseando verle. Después del desayuno y de darse un baño, se pasan un buen rato jugando. «Pinky la adora, la sigue a todas partes», cuenta Vanessa. Galia se deja querer y entre risas le encanta ponerle gafas o lanzarle los juguetes. Pasados unos cuantos minutos vuelve a cambiarse de ropa –su mayor afición– y decide que es el momento de descansar, aunque Pinky no se separa de su lado. «Hay que tener en cuenta que ella en el campamento se pasa muchas horas al día sin hacer nada, simplemente sentada hablando con sus hermanos. Allí es muy habitual aburrirse». Por eso, Galia permanece buena parte del día sin tener mucha actividad, porque es a lo que está acostumbrada. Sentada en el sofá coge la tablet, con la que poco a poco se va familiarizando, y la enciende para dibujar sobre la pantalla. «Le encanta porque es algo que allí no tiene». Al rato, también ve unos dibujos animados en su idioma esperando a que llegue la hora de comer. Eso sí, entre medias no ha dejado de ir a la cocina a coger alguna que otra cereza. «Le apasiona la fruta», revela Vanessa.

Vanessa sale de trabajar a las cinco de la tarde, así que cuando llega la hora de comer, Jaime lleva a sus hijos a casa de María José y Chili, los padres de Vanessa. Allí los abuelos les esperan con los brazos abiertos, especialmente a Galia, a la que tanto han echado de menos durante el año. «Tres meses se me hacen muy cortos. Tenerla en casa es tener alegría porque tenemos mucha complicidad. La lleno de besos y abrazos», explica emocionada María José. Antes de comer ambas se sientan en el sofá a peinarse, algo que a Galia le encanta, sobre todo ponerse pinzas en el pelo. Cuando dan las dos de la tarde, el hambre llama a la puerta y Galia se sienta al lado de su abuela. En la mesa, cuatro platos de macarrones con tomate, salpicón y empanadillas. A Galia la pasta le encanta, aunque no se puede decir lo mismo de las lentejas. «La verdad es que todo lo que le damos lo come, no hace ascos a nada, pero a través de sus caras vemos lo que le gusta más y lo que menos».

Después de reposar la comida y cuando Vanessa sale de trabajar de su clínica de dietética en Solares, las chicas de la casa ponen rumbo a un centro comercial para renovar el armario de Galia. Guardaban algunas prendas que compraron el año pasado, aunque pocas, porque al volver a su país pudo llevarse una maleta de 32 kilos. Al llegar, Galia alucina con todo a su alrededor. Le encanta mirar a través de los escaparates de las tiendas y rápidamente le llamó la atención un puesto de helados. Ya dentro de una de las tiendas de ropa es ella quien elige sus atuendos. Todo rosa y en su mayoría vestidos. Su hermana de acogida, Ángela, la acompaña de la mano por los pasillos y la ayuda a escoger las prendas. Por su parte, Vanessa calcula la talla que le corresponde a Galia. A pesar de tener 9 años tiene percentiles de 6. Lo mismo le pasa a la hora de escoger el calzado –por cierto, odia las sandalias–. Tras probar varios números descubren que calza un 32. «Tampoco le gustan los pantalones vaqueros porque allí siempre viste con mallas, camiseta y zuecos. Todo muy cómodo», dice su madre de acogida. Un buen rato después y con la cesta cargada se disponen a coger el coche y emprender el próximo plan del día.

Vanessa y Ángela llevan el flamenco en las venas. Ambas acuden a clases de baile todas las semanas e incluso participan en campeonatos, llegando a quedar terceras el año pasado en el Nacional. Es por eso que ahora cuentan los días para disputar la exhibición internacional que se celebrará del 10 al 15 de julio en Gran Canaria. Por supuesto Galia viajará con ellas, no solo porque va toda la familia, sino porque le encanta. A las siete y media de la tarde llegan las tres juntas a la escuela de baile Covadonga Viadero, en El Astillero. Eso sí, aunque le encanta el flamenco, Galia no se atreve a bailar. «Es súper prudente y tímida», reconoce su madre de acogida. Eso sí, durante todo el ensayo permanece sentada en el suelo sin perderse detalle de los movimientos de baile para luego imitarlo en casa sin miradas desconocidas sobre ella.

Al regresar de la clase de baile, Galia se pone a imitar la coreografía. Mientras, Vanessa hace la cena, pero no es la única que colabora en las tareas. Sus hijos, Ángela y Jaime, siempre se han repartido los quehaceres y Galia, al verlo, no iba a ser menos. Así que rápidamente se ofrece voluntaria para poner la mesa. De menú, su comida favorita: huevos fritos con patatas y ketchup. A la hora de elegir el postre, lo tiene claro. Fruta. Después de cenar no tarda en lavarse los dientes. «Un año después sigue alucinando con los grifos», dice Ángela. A partir de ahí comienza su momento. «La conexión que tienen las dos hermanas es brutal», confiesa su madre. Ambas se tumban juntas en la cama antes de dormir. Ángela enciende la televisión mientras ojea su teléfono móvil. A su lado, Galia dibuja en la tablet… Cada una con lo suyo. Lo importante, dicen, es pasar el mayor tiempo posible juntas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Del Sáhara a Cantabria. Un día con Galia