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Nacho gonzález ucelay
Santander
Lunes, 14 de junio 2021, 07:04
Quince meses después de apagar la música, encender las luces y echar la persiana fustigadas por la situación sanitaria derivada del coronavirus, las salas de ... fiestas y discotecas, las peor paradas de esta crisis, brindaron el pasado fin de semana por su anhelada reapertura. Como el chiste, su reincorporación a la oferta de ocio nocturno, hasta ahora limitada a la actividad de los pubs, trajo dos noticias; una buena y una mala. La buena es que el sector va a poder empezar a taponar la herida por la que se está desangrando. La mala es que deberá hacerlo a costa de sacrificar su esencia. Porque lo que se dice discotecas, pues no son.
«Esto no tiene nada que ver», dicen Lara Piney y Moisés Bouzo. Ella es la encargada de la discoteca Summum de Santander. Él, el disc-jockey del establecimiento, listo para cruzar la madrugada del sábado al domingo en unas condiciones impensables hace dos años.
Quien esperara encontrarse con un espacio atestado de gente, donde para llegar a la barra hay que abrirse paso a tortazos, para entenderse hay que gritar y para bailar hay que agenciarse un sitio donde poner el otro pie, tuvo que llevarse una enorme decepción.
Lara Piney | Sala Summum
El Summum, que en los tiempos prepandémicos disponía de un aforo total de 400 personas, apenas pudo juntar a ochenta (la quinta parte de su capacidad) en cada uno de los tres turnos que Lara tuvo que organizar para intentar satisfacer el mayor número de peticiones.
«Recibimos las solicitudes de reservas a través del Whatsapp», explica la encargada del local. Sin ellas, el acceso es imposible. «En función de las que tenemos, las distribuimos en tres turnos; de doce a dos de la madrugada, de dos a cuatro y de cuatro a seis», hora de cierre de la discoteca, donde la estancia esas dos horas no se distinguiría de la que se puede disfrutar en cualquier cafetería si no fuera por la música («pincho comercial y reggaeton a 80/85 decibelios, más bajita, para evitar que la gente baile», explica Moisés) y por el horario, que prolonga la fiesta hasta las seis de la mañana.
«Los clientes se juntan en mesas de seis. Allí se les sirve la copa y allí tienen que permanecer hasta que se marchan», dice Lara, que recuerda que la mascarilla no es opcional sino obligatoria. «Solamente pueden quitársela para beber».
La encargada, que puntúa alto el comportamiento de los clientes, admite, en cambio, que en la medida en que la noche avanza «a algunos les cuesta un poco más seguir las normas». En ese caso, «no hay más que recordárselas». Que permanezcan sentados y con el tapabocas en su sitio.
«Esto es menos de lo que hemos tenido antes de la pandemia, pero más de lo que hemos tenido en los últimos quince meses», subraya Eva, que espera su turno para acceder con sus amigas a la Sala Kudeta.
Dentro se divierten, o tratan, alrededor de un centenar de jóvenes de entre 18 y 23 años que hacen auténticos esfuerzos por no salirse del carril normativo. «Esto es como un jardín sin flores», dice Dani, que a falta de pan da por buenas las tortas y levanta su copa por una vuelta a la normalidad de la vida discotequera, que, a juzgar por sus edades, él y el resto de sus colegas habrán conocido de refilón.
Ilusionado por ver abierta su sala tras más de 450 días de suplicio, el gerente, José María García, invita a pasar y ver el aspecto del interior, a decir verdad tan impactante como el del Summum. «Muy normal no es», advierte, «pero yo creo que con el tiempo todo volverá a ser como antes.... Al menos eso quiero pensar yo», dice el hombre, que valora el paso adelante dado este fin de semana. Cerrada, «la empresa generaba unas pérdidas de 10.000 euros al mes. Eso, durante 15 meses, es una pasada». Pues 150.000. Abierta, «ayuda a generar empleo y riqueza», que es con lo que él prefiere quedarse.
José María GarcíaSala | Kudeta
Viendo a sus clientes sentados en mesas dispuestas sobre la pista en la que antes se desfasaban, a cualquier empresario de la noche le podría entrar el canguelo solo de pensar que tras de esto se atisba un cambio de hábitos. El fin de las discotecas como siempre se las conoció. Pero no. «Nosotros hablamos mucho con nuestros clientes habituales y lo único que nos dicen es que están hartos de todo esto. Pero hartos. Ellos quieren bailar. Y divertirse. Y si no lo hacen aquí, pues lo harán en la playa».
Hasta que la pesadilla acabe, tendrán que hacerlo con las condiciones impuestas por la sala, que apenas difieren del resto de las discotecas que el fin de semana abrieron a la chavalería las puertas de la diversión prolongada aunque contenida.
Como el Summum, el Kudeta ha hecho en este sentido un enorme esfuerzo por combinar ambos aspectos.
«El acceso es con reserva previa», dice José María, que explica que al cliente, que queda registrado en una App y por lo tanto localizado en el caso de que en la sala se detectara un contagio, «se le asigna un número de mesa y se le proporciona un vaso en el que un camarero le sirve la copa para que no tenga que levantarse». Porque no puede levantarse -salvo para ir al baño o abandonar la sala- y tampoco quitarse la mascarilla salvo para darle un trago a la copa.
O sea, que se puede entrar a beber, hablar y oír música bajita. Y, si acaso, jugar a las cartas, que en el Kudeta ya es lo que faltaba por ver.
El presidente de la Asociación Empresarial de Hostelería de Cantabria, Ángel Cuevas, no ocultó ayer domingo su «inmensa felicidad» por la vuelta a la actividad del último de los sectores del colectivo que aún permanecía parado; el ocio nocturno.
«Estoy muy satisfecho. Todavía quedan pasos por dar, porque en las condiciones que nos ha impuesto la normativa las discotecas todavía distan bastante de ser discotecas, pero el dado el fin de semana ha sido el más importante. Las salas ya pueden trabajar, que es lo que les hacía falta, y hacerlo en unos horarios acordes a sus características», precisó Cuevas.
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Ana del Castillo
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