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Fácil no es. No nos vamos a engañar, eso nunca. Pasada la gracia de la novedad, si la tuvo, aguantar resulta arduo. Llevamos cinco días de encierro casero y nos parecen ya semanas. Hemos invadido el espacio doméstico con nuestros trastos de trabajo y nuestros tinglados de cables y pantallas. Ocupamos el salón donde los niños quieren ver la tele, nos hemos adueñado del ordenador más potente de la familia, nos hemos atrincherado en el cuarto donde exige entrar el gato, que aporrea la puerta con la pata en plena videoconferencia. Va lentísima la conexión. El icono del circulito o del reloj de arena nos cabrea. Al otro lado del tabique, los vecinos tampoco atraviesan su mejor momento, a juzgar por la reprimenda altisonante que percibimos mientras tecleamos.
Ni conocíamos nuestras casas ni nos conocían en ellas a estas horas. Era tanto el tiempo que pasábamos en el periódico que ahora somos intrusos en nuestros hogares. Aunque nos moleste la familia con sus ruidos, lo cierto es que estorbamos. No nos tomemos a mal los roces, son normales. Estamos preocupados, hemos alterado los hábitos de convivencia y trabajamos más incómodos. Cuesta. Y esto es sólo el principio. Ahora es cuando empieza a ser meritorio y cuando no hay que flaquear. El bicho sigue ahí fuera, contagioso y asesino, y aún nos confunde con sus zorrerías: entre sus víctimas también hay personas jóvenes sin patologías previas y los pacientes que se curan todavía pueden contagiar la enfermedad durante dos semanas.
No se rindan. Cuando no puedan más, salgan al balcón, ese será su espacio, su portazo y su 'ahora vuelvo'. Y si no tienen, abran la ventana. Salgan al balcón cuando se agobien, que les dé el sol si brilla o incluso que les moje algo la lluvia. Y, sobre todo, no falten a la cita diaria de las ocho. Salir al balcón cada tarde va a ser el acto social más memorable de nuestras vidas. ¿Quién va a olvidar los tiempos del coronavirus? ¿Y qué otra cosa podemos hacer todos juntos sin tocarnos y sin romper las distancias de seguridad?
Asomar al balcón comenzó como un reconocimiento al personal sanitario y aún lo es. Las ovaciones son siempre para ellos, pero significan mucho más. Aplaudimos también al resto de profesionales que ayudan a contener la pandemia, y recordamos a los fallecidos y a sus familiares, y a los que han perdido su trabajo. A los que están solos y a los que tienen miedo. Batimos palmas y tapas de cazuelas también por nosotros y por nuestros vecinos, para agradecernos mutuamente el esfuerzo de aguantar en casa y para animarnos a seguir. Armar bulla todos a la vez desde balcones y ventanas es un gesto de rebeldía contra el virus, una manera de reunirnos sin que nos ataque y sin que nos multen ni nos amonesten. Es un desahogo contra el encierro, una forma inocua de romper el aislamiento. La quedada de las ocho es nuestra manifestación, nuestro partido, nuestro concierto, nuestra verbena, nuestro grito de guerra, nuestro 'a por él'.
Sacar el periódico y mantener viva la web estos días desde nuestras casas ha sido todo un reto. Cada noche, después de conseguirlo, nuestros chats y grupos de WhatsApp se han llenado de símbolos de aplausos, bíceps, puños, pulgares hacia arriba, y no han faltado en la jornada emoticonos de sonrisas y de carcajadas. El humor es una poderosa vitamina incluso en la más penosa de las situaciones. Nos reconfortamos desde esas ventanas digitales. Casi parecen ya lejanos los tiempos en los que rematábamos una idea brillante con un apretón de manos, cuando chocábamos los nudillos con el puño cerrado para celebrar un buen diseño o un atinado titular. Atrás quedan los toques en el hombro y las palmadas en la espalda en los momentos de desánimo.
La tecnología nos permite llegar hasta los lectores desde nuestras casas, pero somos tantos los que teletrabajamos que a veces el sistema no da abasto. Entonces, unos pocos, volvemos a la Redacción. El que llega primero se enfrenta a la rareza de ese vacío absoluto y sosegado, y a la añoranza del trajín diario. Qué extraño ver todos los puestos vacantes, llenos de objetos que retratan la forma de ser de cada uno. Y cuando acude el resto del retén, nos hablamos a metros de distancia. Si alguno se aproxima un milímetro de más, lo paramos en seco con un gesto de la mano, enrojecida ya de tanto restriego con geles hidroalcohólicos, como quien blande una cruz ante un vampiro: quieto ahí. Pero todo, con humor. No lo pierdan. Nosotros no dejaremos de informar y de discurrir. Hemos adaptado las secciones del periódico a las circunstancias y hasta les ofrecemos dos páginas diarias de pasatiempos. Resistan. Y salgan al balcón. Yo lo haré hoy y les aplaudiré también a ustedes.
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