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Le propongo que me invite a su casa a comer y que me sirva un menú de los suyos, vegano, «ya verás cómo al final, ... te animas y te gusta», almuerzo que encantada compartiría con Juana Teresa Álvarez Torrús. «Este apellido es de origen francés», precisa Juana, y posiblemente con sus especiales compañeros, tres perrucos a los que nadie quería, incluso a uno de ellos quisieron dejarlo morir en un contenedor de basura (también algún que otro ser humano ha compartido el mismo desgraciado infortunio). A Simba, de raza ¡vete a saber!, algún desalmado le había tirado a la basura en Bezana, pero tuvo la suerte de cruzarse en su perra vida con una andaluza de 60 años, recriada en Cantabria, maestra de profesión, «estudié en la Normal», casi filósofa por la Universidad de Cantabria y funcionaria de la Seguridad Social desde hace 35 años.
Aquel infeliz se arrebujó junto a Salma, una perra setter a la que su dueño, un cazador, iba a matar nada más venir al mundo «porque había nacido con displasia» -una enfermedad ósea degenerativa- a la que Juana le ha regalado quince años de feliz vida, y con Roky, al que se llevó a casa en acogida porque «nadie le quería y, decaído, se había negado a comer». Seguramente Juana se engañó a sí misma porque bien sabía, cuando le llevaba con ella, que iba a formar parte estable de esta peculiar familia perruna.
El amor a los animales, la defensa de sus derechos, su lucha para que quienes sigan poblando este mundo en el futuro reciban un planeta menos maltratado han llevado a esta jienense, nacida en Andújar, donde su padre era trabajador de la antigua empresa Sotoliva, y que se vino a Cantabria cuando ella tenía seis años como responsable de la firma Carbonell, a poner toda la carne -vegana, por supuesto- en el asador y encabezar la candidatura al Parlamento de Cantabria por Pacma (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal), que se creó hace 16 años.
Quienes bien la conocen la definen como una mujer sencilla «que lucha por un mundo mejor y que dedica su tiempo y su energía a tratar de conseguirlo», que tiene «muchísimas» esperanzas en que el veganismo y la vida vegetariana terminen imbricándose de forma eficiente y estable en la sociedad, «al menos en la europea», y que sabe que un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Por eso, esta mujer recia, sencilla, que se pirra por el chocolate «sin leche», ¡claro!, con aspecto de persona bondadosa, no se desanima por el lento avanzar en las urnas locales, regionales y nacionales de su partido porque -dice- sabe que «es una marea fuerte y sin posibilidad de retroceso» y que en Europa, en esas elecciones que nos parecen tan ajenas, «está la clave de la fuerza de los movimientos ecologistas y animalistas» y que en ese foro es donde se pueden dictaminar y legislar con más fuerza «las medidas que contribuyan a la defensa de los animales» porque, afirma, el ser humano no es el único dueño y valedor de este mundo.
Juana cree tener la clave del movimiento en avance moderado pero constante de quienes quieren gobernar «para todos, todos -enfatiza- los seres vivos» y lo sitúa en la evolución de las sociedades más avanzadas que ya han superado sus necesidades básicas vitales de supervivencia por la alimentación y elevan un grado, o varios, la consideración de los animales, las plantas, los árboles, los ríos, el mar, como un todo a preservar. Pero, ¡ojo!, no viven sentados en una quima. La revolución que pretenden Juana y quienes la acompañan en este intento es acabar con la producción industrial, zafia e 'inhumana', a costa de los animales, «participamos de la ganadería extensiva, la que evoluciona marcando el ritmo del bienestar animal».
Pero volvamos al menú vegano, que no es cosa de olvidarlo. Juana me propone, de entrada, tomar unas aceitunas para, después, pasar al plato fuerte: unos garbanzos estofados con verduras, «por supuesto, calabaza, berza, pimientos... con un sofrito de ajo dorado en un buen aceite de oliva». El segundo se me presenta con una hermosa interrogación, ¿una hamburguesa de carne limpia (sin origen animal), que además no contiene colesterol? «Sí, coronada con lechuga, tomate y queso tofu», acompañada de una ensalada completa aliñada con el mejor aceite de su tierra y queso rallado de soja «y te aseguro», me reta, «que no vas a notar ninguna diferencia con la que estás acostumbrada». ¿Y de postre, Juana? «Una pieza de fruta de temporada, si te apetece, unos frutos secos» y para producir un extra de serotonina -ese neurotransmisor que aloja la felicidad-, un par de onzas de chocolate negro y una miaja de mermelada de arándanos, por ejemplo. ¿Con agua? No con un vino clarificado con métodos sin origen animal.
Además de anécdotas, esta mujer andaluzosantanderina, con casa en Boo de Piélagos, asegura que «somos más y contamos con más apoyos. Sabemos que se abre una oportunidad y tenemos la vista especialmente puesta en el Parlamento Europeo». Pues vamos a ver qué pasa.
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Ana del Castillo
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