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Todas las miradas apuntan ahora a ellos como problema acuciante del negocio marítimo de la capital cántabra y existen razones que lo justifican. De ... los 102 intentos que se contabilizaron en 2015 se ha pasado a 2.360 «intrusiones» de inmigrantes ilegales el pasado año. En su mayoría albaneses, huyen de su país en busca de trabajo. Duermen al raso, comen lo que pueden, intentan el salto hasta siete veces en una noche y alguno se ha partido las piernas. El Diario habla con ellos...
Hacia las cinco menos cuarto de la tarde, cuando el sol cae recortando los tejados de los edificios que miran a la bahía, cuatro albaneses hacen guardia en los aledaños del Centro Botín antes de dar el salto a la valla. Es miércoles y a las 17.15 horas parte el ferri a Portsmouth. Para ellos, un día más, se abre otra posible ventana para colarse y alcanzar Inglaterra en busca de una vida mejor. Pero minutos antes de intentarlo acceden a hablar con El Diario y es que en su desesperación se intuye, de alguna manera, la necesidad de explicar sus motivaciones: «Sabemos que es algo que está mal pero es que no tenemos nada. Intentarlo es nuestra única esperanza».
16.45 horas
Uno de ellos, el más joven, mira con recelo, porque el periodista bien podría no serlo; pero por alguna razón confía. Quiere creer. «¿Qué quieres que te cuente?», accede con resignación y cierta inquietud, porque su cabeza está ya centrada en el salto que va a intentar una vez más. No revela su nombre, la confianza no da para tanto. Tiene 23 años y hace cinco meses que llegó a Santander procedente de la ciudad albanesa de Peshkopi, capital del condado de Dibër, en el noreste del país. «Allí no hay trabajo, no hay forma de ganarse la vida. Si no sales al mundo, te mueres», zanja. Del duro periplo en tren, autobús, coche y a pie, que comenzó por pasar la frontera a Macedonia y en el que atravesó ciudades como Viena, prefiere no acordarse. Yal instante aparecen tres de sus compatriotas, que habían observado la escena con discreción desde alguna esquina.
En los aledaños del Centro Botín esperan cada tarde para probar suerte con la valla. «Lo intentamos tantas veces como haga falta: de día, de noche... Hasta siete veces podemos lanzarnos en un sólo día...». Y en la espera se conectan al wifi gratuito que se capta junto al centro de arte. «Desde aquí tenemos una buena vista de las zonas de acceso y en el parque se está bien», comentan.
Allí duermen también muchas noches. Las más amargas son aquellas en que el intento ha sido infructuoso; aunque nunca nadie pierde la esperanza. En el horizonte está el ejemplo de todos los que antes que ellos pasaron dificultades y que ahora se ganan la vida en Reino Unido. «No tenemos relación con nadie de los que van allí. Cuando logras subir al barco, se te pierde la pista para siempre», cuenta otro, el más mayor, de 37 años; mientras los dos restantes, de 25 y de 30, asienten con cada nuevo argumento. Llegado este punto se relajan, parecen haber aceptado la entrevista y preguntan en un perfecto inglés para qué medio están hablando.
16.50 horas
Duermen al raso, comen lo que pueden y viven apoyándose unos en otros. «Aquí somos compañeros, nos ayudamos porque nadie se preocupa de nosotros. Somos invisibles para la gente y también para los gobiernos». Vienen a España con una mano delante y otra detrás, y ese importante detalle, el de no tener nada que perder, alimenta una gallardía que los lleva a jugársela cada vez que intentan saltar. «Yo tengo dos hijos en Albania y pienso mucho en ellos», detalla el de 37 años, al que el paso del tiempo le ha dibujado unos marcados surcos en la cara, más propios de alguien más viejo. «Pienso en ellos y soy consciente de que todo esto lo hago por ellos. Pero aquí hay gente a la que no le queda nadie y si no tienes nada que perder, lo intentas como sea». Por eso lo de menos para ellos es el acto delictivo, el perjuicio que puedan causar al comercio del Puerto o las consecuencias que puedan venir después. «Sólo nos buscamos la vida y para nosotros sobrevivir es lo primero».
Para quienes sí tienen familia, la mentira se ha convertido en compañera de viaje. «Hablamos con frecuencia por teléfono y no les contamos la verdad, evidentemente. Les decimos que estamos bien. Si explicáramos que hay veces que pasamos frío durmiendo en la calle, que solemos tener problemas para encontrar algo de comer, o que nos podemos duchar una vez cada 20 días, pues figúrate cómo se sentirían. No queremos causarles sufrimiento gratuito y como esperamos que todo esto sea pasajero, ¿qué sacamos contándoselo?».
En el tiempo en que permanecen en Santander forman una piña. Se apoyan unos a otros y se ayudan en todo lo que pueden. Es lo más parecido a una familia, por eso cuando uno lo pasa mal, el sentimiento es conjunto. «Hay gente que se ha partido las piernas al caer al otro lado. Si te tropiezas arriba puedes caer con el brazo, o con la cabeza, y hacerte mucho daño», cuenta otro. Son todo cosas que han sucedido.
16.55 horas
El más joven otea desde el parque el ir y venir de camiones en el interior de la zona portuaria. Calcula, de alguna manera, los pasos que dará en unos minutos, cuando salve la valla. Conviene tener un plan porque en ocasiones la vida al otro lado tampoco es fácil. «Cuando saltas sientes que has cumplido parte del objetivo pero lo que queda también es complicado. Ha habido alguna vez que hemos llegado a estar hasta tres días escondidos en un camión, sin nada que comer», relatan. Eso cuando las cosas van bien. Si sale mal, a veces la mejor estrategia es la retirada. «Pasa cuando sabes que lo has hecho mal, que te han visto o que te ha grabado una cámara. Cuando sabes que van a venir a sacarte, hay veces en que lo mejor es que te vayas tu primero».
El problema es que pese al tiempo que llevan intentándolo, nadie ha encontrado un método. «Haces lo que puedes. Saltas como puedes y te escondes donde encuentras», lamentan, ajenos al daño que esta práctica trae para el Puerto y su actividad comercial.
«No nos importa, nosotros miramos por lo nuestro, que es sobrevivir. Sabemos que está mal, pero tampoco hacemos tanto daño». Y antes de terminar la frase todos tienen ya la atención puesta en los movimientos que hay dentro de la zona portuaria, pues quedan apenas unos minutos para dar el salto, el sol aún está alto y la inquietud empieza a reflejarse en sus rostros.
17.00 horas
Todos tienen un sueño pero para estas cuatro almas, en semejante momento de tensión, confesarse es harto complicado. Aún con todo, el más mayor abre la boca:«No sé cómo me veré en un año, en dos o en tres. Lo único que me gustaría, lo único a lo que aspiro, es a tener una vida normal, como la del resto de la gente. No buscamos ser ricos, claro que no, eso es una tontería. Si saltamos la valla no es porque seamos delincuentes, es sencillamente porque queremos vivir como el común de la gente». Y en esa confesión vuelve a recordar a sus hijos. «Me gustaría poder juntarme de nuevo con mis niños, que siguen en Albania. Me da igual dónde tenga que irme a vivir, las horas que tenga que trabajar... Lo que busco es poder hacerlos felices, darles la vida que merecen».
Lograr eso en Albania es imposible. «Allí el salario base son 150 euros mensuales», lamentan. Para este 2020 el sueldo mínimo interprofesional ha ascendido hasta los 213 euros al mes. Para las familias en situación vulnerable en aquel país el Estado sólo concede una pequeña ayuda, «de unos 100 euros». «Y de esos 100 euros a nosotros nos llegan 50. ¿Qué podemos hacer con 50 euros al mes en Santander? Y encima estamos pensando que este dinero que aquí apenas nos sirve para nada, encima se lo estamos quitando a nuestras familias en Albania».
Conocen la reputación que los precede cuando llegan a España. Saben que la gente los llama delincuentes, que está asumido que el hurto es su modo de vida... pero ya no le prestan atención a todas esas cosas. «Es algo que pasa, y tenemos que asumirlo, te tachan de todo eso. Lo que también hay que decir sobre España y Santander en concreto es que no hemos tenido que sufrir ningún episodio de racismo. Aquí la gente va bastante a lo suyo para lo bueno y para lo malo». Lo han repetido ya antes: son invisibles, nadie repara en ellos pero tampoco nadie se mete con ellos. Y no es que vivan escondidos precisamente. Merodean por el centro de la ciudad, los alrededores del Barrio Pesquero y la avenida de Parayas. Allí se los puede ver con frecuencia descansando en algún parque, lavándose o haciendo la colada en alguna fuente. Se han convertido ya, de alguna manera, en un vecino más del entorno público y todo el mundo tiene asumida su presencia sin que surjan problemas.
17.05 horas
No queda tiempo y esta entrevista ya se está alargando demasiado para ellos: tienen que saltar. Hoy está más complicado que otras veces porque a esta hora, con el sol todavía vivo, es más fácil ser 'cazado'. «Así las cosas se complican, pero nos da lo mismo. La oportunidad siempre está ahí y hoy hay una más. Tenemos que acabar porque hay que saltar», argumentan. Por eso es complicado convencerlos para hacer una foto. Discuten entre ellos, dudan. No quieren dejar rastro y una imagen podría traerlos la ruina si son reconocidos. Finalmente acceden a retratarse de espaldas, sentados en el mismo banco en el que aguardan cada tarde para pasar al otro lado. Faltan apenas siete minutos para la nueva intentona y llega otro grupo de seis compatriotas, que se cobijan bajo la tejavana de una de las salidas del subterráneo de la plaza Alfonso XIII.
Sus movimientos parecen responder a una clara estrategia, fraguada durante meses de ensayo y error. Algo que les ha ayudado también a dilucidar cuáles son los puntos vulnerables de la valla. «Hay lugares por donde es más fácil», avanzan, pero no confiesan nada más. Y tras pedir al fotógrafo la revisión de la imagen, para cerciorarse de que no ha habido trampa, confirman que son irreconocibles y se despiden disolviéndose cada uno por un lado, como si fueran a lugares diferentes. Es parte de la estrategia del despiste porque no quieren que nadie los siga la pista. «¡Deseadnos suerte!», dice uno para el cuello de la camisa. «¡La vamos a necesitar!», agrega otro. Y en apenas unos segundos todos han desaparecido.
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