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JOSÉ CARLOS ROJO
Santander
Martes, 14 de julio 2020, 07:00
Se habla de ello por la calle, en las plazas, los bares y comercios. Todo el mundo opina sobre los tres positivos por coronavirus detectados desde el pasado viernes entre los marineros llegados del municipio gallego de Burela. Pero es un debate prudente, donde ... nadie se atreve a vislumbrar el escenario más negro. La presencia de estos barcos desde principios de la pasada semana lleva a pensar que sus tripulaciones se han movido por el pueblo, que han alternado en los bares... A nadie se le escapa que existe el riesgo de que en los próximos días aparezcan más positivos locales; pero el simple hecho de pensar en ello y en las consecuencias que tendría para el sector pesquero, están haciendo de ello un tema tabú. En Santoña ayer parecía reinar la normalidad, pero de fondo nadie podía ocultar la preocupación.
«Tengo la imagen grabada de un grupo de gallegos tomando vinos en un bar que está muy cerca de aquí», explica Ángel del Toro, sentado en una terraza de la plaza San Antonio. «No sé si serían los que han dado positivo pero eran gallegos». La vida que estos hombres hayan hecho por el pueblo los días que han estado amarrados al puerto centra las preocupaciones de los santoñeses. Si han comprado comida en el supermercado, si han paseado por la villa o han tenido cualquier contacto con los vecinos, ha podido contagiar el virus.
Los rastreadores de la Consejería de Sanidad cierran los círculos de los contactos estrechos de cada nuevo positivo. Hasta el momento Sanidad ha confirmado el resultado negativo de las 23 PCR realizadas a las personas que pudieron tener relación más cercana con los tres positivos aislados en Solórzano y los otros diez marineros que realizan cuarentena en el mismo centro a la espera de comprobar si están incubando la enfermedad.
Ángel del Toro | Vecino de Santoña
Cristina Ruano | Bar 'Qué te crees'
Conchita Valmaseda | Vecina de Santoña
«No se le está dando mucha importancia pero yo algo de miedo tengo que confesar que tengo», afirma Cristina Ruano, del bar 'Qué te crees', en plena plaza San Antonio. «Lo que no entiendo es qué hace esa gente trabajando en la mar si resulta que en su municipio llevan días confinados porque tienen rebrotes. ¿No debería estar prohibido que salieran? Nosotros cuando hemos estado confinados hemos permanecido en casa, y yo he tenido cerrado el bar. Ahora, si nos lo han contagiado a alguien, ¿qué pasa? ¿Tengo que cerrarlo otra vez?». Dice que en algunos casos más que miedo existe una sensación generalizada de desazón, de indignación porque se permitan conductas «negligentes» y que luego los demás tengan que pagar justos por pecadores.
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El impacto más visible que ha dejado todo ello en las calles de la villa marinera es el mayor respeto que existe hacia el uso de la mascarilla. «La gente la usa más a raíz de lo que ha pasado. Se respeta más, aunque ya se hacía; pero lo malo es que aún hay muchos que vienen de fuera que no lo hacen». Elena Ruiz, responsable de conservas 'Faro del Pescador', asegura que no hay miedo, pero sí respeto. «Es completamente lógico después de lo que ha pasado. Ahora quizá somos un poco más conscientes de que hay que tener cuidado y obedecer las normas». Lo notan también los más mayores.
Sentadas en un en un banco guardado del calor por la sombra de un árbol en la misma plaza, Conchita Valmaseda cuida de su madre, de edad avanzada, y de sus amigas. «Nos da más respeto precisamente por tratarse de la población de riesgo, pero en el fondo lo que procuramos hacer, y más ahora, es tener poca relación con la gente llegada de fuera», confirma. Aunque la imagen que se tiene del pueblo desde el exterior es peor de la que se respira desde dentro.
«Nosotros tuvimos un brote muy fuerte también hace unas semanas con varios vecinos donde los contagios se dispararon. Eso fue noticia en media España, y ahora sucede esto. El otro día unos familiares que vienen de Santander dudaron si acercarse porque pensaron que aquí la situación estaba mal y no pude parar de reír. Ellos en Santander tienen mucho más peligro que aquí, por favor», asegura.
Sólo ayer se subastaron en el puerto de Santoña 120.000 kilos de pescado, la mayoría bonitos. «Es la mejor muestra de que todo está tranquilo y normal», aseguró el patrón mayor de la cofradía, Miguel Fernández. Pero de fondo trasluce la inquietud por lo que podría pasar. Un hipotético brote que obligara a clausurar momentáneamente la actividad pesquera sería ruinoso para el sector. «Los positivos están confinados en Solórzano y los demás estamos bien. No hemos tenido relación con ellos y lo único que queremos hacer es seguir trabajando como hasta ahora», reseña Fernández.
La visita ayer al lugar del consejero de Ganadería y Medio Ambiente, Guillermo Blanco sucedió justo cuando esa ansiada imagen de normalidad es más necesaria que nunca. Y entre tanto, el bar La Lonja, en el puerto, continuaba ayer poniendo cafés pasadas las doce de la mañana sin que nadie reparase en el posible peligro de lo acontecido el viernes. «La gente habla de ello pero no es que estén tremendamente preocupados. Al final es que lo que pasa con esto es que si vives con miedo todo el rato es angustioso. El virus puede venir de cualquier lado», defiende Clara, de la pescadería 'Nuevo Libe', frente a la lonja.
En toda esa zona ya no vigilan los agentes de la Guardia Civil que durante todo el fin de semana cuidaron de que nadie entrara en contacto con los barcos gallegos amarrados. Ni siquiera el espacio junto a su atraque está acordonado, como sí lo estuvo el sábado y el domingo. Los paseantes se asoman por curiosidad a las embarcaciones de Burela, observan desde lejos y se marchan. Incluso las familias continúan su paseo despreocupado por los alrededores. La vida continúa su curso en Santoña mientras los tres marineros positivos por covid cumplen su cuarentena en Solórzano y otros siete los acompañan a la espera de comprobar si están también contagiados. Todo ello mientras en Santoña los vecinos parecen cruzar los dedos para que nadie del pueblo haya entrado en contacto con ellos.
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