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En Santander ha acabado resultando «como mínimo profeta de sí mismo». Regresa estos días a la ciudad, paisaje basal de su memoria y de su obra literaria, con muchas ganas de «comer pescado y rabas de aperitivo». Pese a su vergüenza vanidosa, Álvaro Pombo presenta ... hoy, viernes, a las 19.30 horas, en el Ateneo y en un acto organizado por el Aula de Cultura de El Diario Montañés su última obra, 'Santander, 1936', que recientemente ha merecido el Premio Francisco Umbral al Libro del Año por tratarse, a juicio del jurado, de «una novela excepcional, a contracorriente, que muestra la alta literatura y la sensibilidad de la que este autor es capaz». Para esta narración compleja ambientada en el Santander de la Segunda República y los primeros meses de la Guerra Civil ha utilizado la hemeroteca de este periódico y su propia memoria, ese «territorio inmenso» y fértil que le permite una fabulación para el vasto campo de temas complejos y constantes en su ya larga carrera, como la conciencia de uno mismo y la imposibilidad de la comunicación entre los seres humanos. Y zanja: «A la realidad no le falta sentido, lo que nos falta es a nosotros el sentido de la realidad».
–En verano de 2023 mereció el premio Menéndez Pelayo y ahora El Diario Montañés le reconoce. ¿Es posible que usted represente un extraño caso de «profeta en su tierra»?
–Suele decirse que nadie es profeta en su propia tierra. En mi caso, sin embargo, en Santander, yo he acabado resultando como mínimo profeta de mí mismo, sobre todo estos últimos diez o quince años. La atención que los santanderinos y santanderinas prestan a mis apariciones anuales –ahora ya bianuales, como este año– es sorprendentemente populosa: viene muchísima gente, me escuchan con gran atención y tengo la impresión de que se divierten bastante con mis bromas. Y es mi propia tierra, así que estoy cumpliendo la profecía de mí mismo, que ya a los trece años en la revista de los Padres Escolapios hice escribiendo hasta seis artículos en un mismo número, el último número de mayo. Recuerdo muy bien la emoción de publicar aquellos primeros trabajos en la revista Colegio, que dirigían el padre Constantino, profesor de francés también, y el padre Manuel Sedano (Apolo), profesor de literatura española. La gracia de esas publicaciones es que iban acompañadas de un comentario crítico por parte de estos dos excelentes pedagogos escolapios. Y esos comentarios críticos prendieron un vivo fuego de entusiasmo por la expresión literaria en mi conciencia. Así que al final he resultado ser profeta en mi propia tierra gracias a los Padres Escolapios y gracias a mis lectores santanderinos, así que estoy encantado.
–Esta tarde presentará en el Ateneo su 'Santander, 1936'. Aunque ha afirmado que más bien le aburre o le cansa la promoción de cada una de sus novelas, ¿tiene esta presentación algo especial para usted?
–Creo que no es exacto decir que me aburre o que me cansa la promoción de mis novelas, porque no es verdad. Lo que me ocurre es que no acabo de saber cómo hacerlo. Presentar una novela, que es un tocho de trescientas páginas, como mínimo, en un tiempo limitado, tiene sus complicaciones y a veces resulta difícil resaltar lo llamativo o significativo a bote pronto. Más bien que aburrimiento o cansancio, debería decir que me angustia un poco no hacer bien una presentación elocuente y brillante. Tengo también, quizá, una sensación de vanidad vergonzante al presentar mis libros.
–«Mis obras son divertidas y me río hasta yo mismo», afirmó en una ocasión. ¿Le sorprende hoy en día la lectura de sus propias obras de hace años?
–Sí, me sorprende mucho la lectura de mis obras de hace años. He hecho la prueba de leer este último año cuatro novelas mías seguidas y he quedado complacido, pero, a la vez, sorprendido, como si de algún modo no las hubiese escrito yo. Tengo una sensación de exterioridad con respecto a mis propios libros. Lo de reírme con mis propias gracias es que a veces me resulta muy cómico leer algunas cosas que he dicho.
–Con el tiempo, y teniendo en cuenta su ensayo 'La ficción suprema', ¿podemos decir que ha crecido en usted el interés por la teología?
–Yo diría que tengo interés por la teología y por la experiencia religiosa desde un principio. He dado vueltas en mis novelas y en mis personajes a la experiencia religiosa cristiana, y eso implica, de alguna manera, pensar en Dios, que resulta sin embargo ser un absoluto muy difícil de pensar. Como decía San Anselmo en su célebre 'Argumento Ontológico': Dios es el ser mayor que el cual nada puede pensarse. Y eso incluye que hay que pensar, además de todo lo demás, su existencia, cosa aún más imposible de pensar que todo lo demás. Es el ser más allá del ser.
–¿Cree que el ser humano, al llegar a la ancianidad, madura en sabiduría y experiencia?
–Voy a dar dos respuestas. Una es de T. S. Eliot: no me habléis de la sabiduría de los ancianos sino más bien de su locura (folly), el temor a ser poseídos por los demás o por Dios. Las personas mayores no somos más sabios por el hecho de ser mayores. Solo si hemos trabajado consistentemente en nuestros pensamientos y en nuestros sentimientos y si hemos acumulado con los años una experiencia razonable y profunda, entonces quizá sí pueda decirse que somos viejos y sabios a la vez. Pero no siempre es así. No es necesariamente así.
–Desde nuestra última entrevista, aún no ha aparecido su libro de poesía, 'De senectute', ¿lo podremos leer próximamente?
–El asunto es que ese libro va a tener que esperarse un poco todavía porque se me acumulan las ideas para escribir novelas y me siento literalmente forzado a desarrollarlas. Ahora mismo estoy en medio de una nueva novela, y la composición de una novela es muy exigente. Tengo mucho material poético disperso, pero no acabo de juntarlo todo ello.
–¿En su obra la relación entre historia y ficción es conflictiva o creativa?
–Tengo que decir ambas cosas. Que es conflictiva porque la historia requiere muchísima lectura. Y es además, por sí misma, una poderosa invención, una poderosa hermenéutica. Así que, claro, ese poderío entra en conflicto con el poder de mi imaginación creadora. Es como entrar en una profunda dársena donde no hago pie. Pero, a la vez, al debatirme con la historia y mis propios personajes de ficción, aparecen brotes creativos singulares, que es lo que yo estoy buscando. Digamos que es creativo a consecuencia de la conflictividad misma.
–En 'Santander 1936' utiliza documentación histórica y material autobiográfico. ¿La Guerra Civil es, en cierta manera, una época más cercana de lo que parece?
–En 'Santander, 1936' he utilizado un material de hemeroteca de El Diario Montañés. Son cuatrocientas páginas de resúmenes del periódico, sobre todo. Y, por supuesto, contiene material autobiográfico porque he utilizado los apellidos de mi propia familia.
–¿Continúa en 'Santander, 1936' alguno de sus temas, como la conciencia de uno mismo, la imposibilidad de la comunicación entre los seres humanos y la falta del sentido de la realidad?
–Desde luego, sí está presente el tema de la autoconciencia reflexiva de uno mismo. Supongo que, al tratarse de una novela sobre la Guerra Civil española, que queda todavía muy cerca de nosotros, a la fuerza se plantea lo difícil que fue comunicarse entre los dos bandos, la derecha y la izquierda. A la realidad no le falta sentido, lo que nos falta es a nosotros el sentido de la realidad.
–Parece que existe cierto paralelismo, a pesar de la distancia histórica, entre dos de sus novelas, 'La cuadratura del círculo' y 'Santander, 1936', en cuanto a la evocación de los monjes soldados, ¿no cree?
–Yo creo que hay parecidos entre ambas novelas, desde luego. 'La cuadratura del círculo' es una novela deliberadamente montada sobre la fundación de Los Caballeros del Temple, los Templarios, por San Bernardo de Claraval, mitad monjes mitad soldados. Guerreros formidables y posiblemente muy crueles también a pesar de su lema: «non nobis domine non nobis, sed nomen tuum da gloria» – «no a nosotros, Señor, sino a tu nombre, da gloria»–. Se trata de una obra sobre la formación del Cister. Es una meditación histórico-fabulada. En cambio, en 'Santander, 1936', solo se hace referencia respecto a Falange, que mantenían que eran mitad monjes mitad soldados, pero es una referencia más superficial.
–En su diálogo con José Antonio Marina ('La creatividad literaria', 2013) se desgranan múltiples referencias a numerosos autores. ¿Sus novelas se pueden leer como un abierto campo referencial de autores o títulos de cabecera, desde Platón a Sartre?
–Creo que mis novelas se deben leer como novelas, no como ensayos filosóficos de ningún tipo. Quiero decir que todo el material filosófico y erudito que utilizo está encaminado a producir un objeto brillante y fascinante e interesante. Y su valor filosófico o teológico se reduce mucho por eso.
–¿Se aproxima así, además, al «modo de decir» de algunos autores, como Ortega?
–Yo soy un ferviente admirador de José Ortega y Gasset. He leído con mucha atención todos sus libros e incluso ahora mismo estoy volviendo a leer, con mucha admiración, 'La España invertebrada'. Pero mi modo de contar las cosas no es realmente orteguiano. Es mucho más barroco y mucho más narrativo también. Ortega era un ensayista y un científico en el pleno sentido de la palabra y yo no.
–¿La memoria es el territorio de los escritores?
–La memoria es, desde luego, el territorio de los escritores. Pero también es un territorio inmenso para cada uno de nosotros, escritores o no. Una gran parte de la inteligencia es fundamentalmente memoria, buena memoria. No solo memoria computacional sino memoria inventiva y creativa. Llevaría demasiado tiempo ahora distinguir entre las diferentes clases de memoria y su interacción con la inteligencia creadora humana. Me limito a decir que esa relación es muy fecunda. El pasado es pasado y el futuro es neutro, decía el poeta inglés. Pero resulta que el pasado es presente y futuro también. El futuro no acaba de ser del todo neutral. Aparece día tras día comprometiéndonos. El pasado es tristeza y estrés, el futuro es incertidumbre y ansiedad, dice mi buen amigo Iñaki.
–¿La poesía es una experiencia intelectual más intensa que la prosa?
–No sé contestar a esa pregunta del todo… La prosa es una experiencia intelectual intensísima, además de ser muy poética en muchas ocasiones. Yo tiendo a hablar de ambas cosas, poesía y prosa, a la vez, sin hacer una gran distinción entre ambas emociones. En ambos casos son experiencias constructivas estimulantes, anfetamínicas –si se quiere usar esa expresión–.
–¿Qué es lo que más le apetece en su nueva visita a Santander?
–Me apetece mucho dar las conferencias que voy a dar. Me apetece mucho comer pescado y rabas de aperitivo. Muchísimo. Me gusta mucho, por ejemplo, el cocido montañés y que, sin embargo, me sienta muy mal y evitaré comer en esta ocasión. Pero tengo mucha ilusión por hacer comidas de pescado recién pescado con anzuelo. Y naturalmente yo me acuerdo mucho de Santander como paisaje basal de mis escritos. Santander está muy presente. Santander, la bahía de Santander, la gente de Santander, están muy presentes en mis libros. Yo soy un santanderino fiel, a mi modo ligeramente infiel, supongo. Así que lo que más me apetece es refrescar mis recuerdos de Santander.
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