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El santuario de frecuencias de Román
Rostros de la despoblación (12)

El santuario de frecuencias de Román

Capaz de descuartizar una radio y armarla de nuevo hasta que logre funcionar, Román Barona, vecino de Cabezón de la Sal, lleva años coleccionando aparatos antiguos que él mismo repara con sus manos. Atesora cientos de radios y, curiosamente, concede esta entrevista el Día Internacional de la Radio, que es un poco como si fuera su cumpleaños

Lucía Alcolea

Santander

Domingo, 16 de febrero 2025, 07:38

¿Cuántas radios hay aquí? «Doscientas sesenta, pero tengo más en el otro local; la más antigua de mil novecientos treinta y de ahí en adelante». Román Barona sintoniza la emisora de una radio alemana de 1955 y suena una canción. Parece arte de magia pero el arte es de este electricista de Cabezón de la Sal, que una vez jubilado se dedicó a coleccionar y reparar aparatos de radio antiguos, de aquí y de allá. Es su pasión y, como sucede con lo que uno ama, Román ya no sabe cuándo parar. Ni quiere. Almacena buena parte de sus receptores sonoros en un garaje del barrio La Pesa, sobre baldas de madera que ha encajado en la pared él mismo, una sobre otra. Relata la procedencia de cada armatoste como si fueran etapas de su vida en este santuario de frecuencias moduladas. La mayoría de radios podría pasar por mueble de decoración. Atesora también unos cuantos televisores. «Mira, aquel de la balda de arriba, detrás tuyo, fue de los primeros que hubo en Cabezón, del año 1962, y fun-cio-na», enfatiza separando cada sílaba.

Funcionan todos los aparatos. Los casi trescientos. Pero lo que más destaca en esta dimensión vintage es el engranaje de la cabeza de Román. «Cuando empecé el colegio ya sabía leer», atestigua. Antes de cumplir los 16 empezó a trabajar «en la droguería de Pascual Pérez», pero la quemó. ¿Qué? «Que la quemé», repite. Tuvo un accidente con unas alpargatas, velas y un bidón de gasolina. , «pero me curaba la piel el difunto Pepito el dentista y solo me quedó una cicatriz en la derecha». Después estuvo de electricista en una tienda dos años. Hasta que pidió la cuenta . En la capital francesa «ya solo con las propinas podía comer todos los días». Román conoce «mejor París que Santander» y lo dice como si una parte de su cuerpo se hubiera quedado allí. «Pasaron muchas cosas, todas buenas». Le faltaban tres años para la treintena cuando contrajo matrimonio con Felisa, la madre de sus tres hijos. «Siempre me dice que si compro más aparatos pide el divorcio».

Muchos miles de euros gastados, «pero me da igual –parece un niño entusiasmado este hombre grande que se mueve con dificultad y ve mal como consecuencia de un desprendimiento de retina». Pasea por el garaje leyendo las etiquetas que ha puesto sobre cada radio –un trozo de papel blanco donde figura una fecha y un lugar–. «Lee esta, a ver qué pone ahí». «Radio de Luis del Olmo para Alfonso Ussía» reza un papel. Román continúa contando cada radio: «Esta otra estaba en el bar Picos de Europa; esta era de Calzada, el alcalde...». Podría pasarse así la mañana porque el electricista se ha pasado así la vida. «Recibir un aparato de estos y hacerlo funcionar es una satisfacción de la ».

Montó su propio taller de electricidad en la calle Matías Montero de Cabezón. Fue el primero en tener conocimiento de que habían matado a Kennedy. «Hice la mili en San Sebastián y un día, a las ocho y media de la mañana, acababa de poner en marcha una radio y de repente oigo en una emisora cubana de onda corta que acababan de matar a Kennedy, se lo comuniqué a mis superiores y debí ser el número uno de España en escuchar la noticia». Le gustan los números a Román y las listas. «Tenía el número 43 en el ranking nacional de telecomunicaciones y ahora para que me pongan en marcha el teléfono móvil, las vueltas que da la vida». Román ha caído siempre de pie. «La radio para mí ha sido todo y me ha permitido conocer a gente de lugares muy diferentes; el día que yo muera, como si lo queman, no voy a estar para verlo». Ahora vivimos en un mundo «completamente diferente, ya no hay cobre, sino fibra óptica», pero el estómago de uno de estos aparatos sigue siendo el mismo. Que se lo digan a él.

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