Dos olas de calor con hasta 43,5º de máxima, una lluvia de arena sahariana, meses de sequía que obligaron a restringir el consumo de agua y un viento sur que alentó a los incendiarios fueron los fenómenos destacados del 2022
Los vecinos de Terán, una localidad de unos 180 habitantes perteneciente al municipio de Cabuérniga, probablemente tardarán tiempo en olvidar las asfixiantes temperaturas que tuvieron que soportar el pasado 17 de julio, cuando, en medio de una ola de calor sin precedentes en Cantabria, los termómetros alcanzaron los 43,5 grados. Este fue sin duda uno de los hitos más reseñables que dejó el tiempo en la región durante 2022, el año «más seco y cálido» desde que se iniciaron los registros en 1961.
Tras las precipitaciones que provocaron algunas inundaciones a finales de 2021, el pasado año arrancó prácticamente igual que como ha terminado: con temperaturas altas, más propias de la primavera e incluso del verano. De hecho, las primeras estampas del arranque de 2022 no fueron especialmente navideñas. Al contrario, algunos cántabros aprovecharon el buen tiempo para darse un baño en las playas regionales de la mano de unas temperaturas que ascendieron hasta los 23 grados en algunos municipios. Es más, Santander arrojó en Año Nuevo la mínima más alta desde 1950. Todo un adelanto para lo que vendría en los siguientes meses.
En febrero llegaron los primeros avisos ante la falta de precipitaciones. «Si no llueve en veinte días, tendremos problemas», advirtieron los agricultores tras el enero más seco de las últimas seis décadas. En medio de esa sequía y ya entrados en el ecuador del mes de marzo, una lluvia de arena nunca vista en Cantabria tiñó la región de color marrón con un manto de polvo procedente del norte de África. El polvo sahariano llegó empujado por la borrasca Celia después de cruzar el Mediterráneo, aunque sus efectos apenas se dejaron notar durante un par de días.
En el arranque de abril, la borrasca Ciril provocó una fuerte caída de las temperaturas y abundantes precipitaciones en forma de granizo y nieve que complicaron la circulación en las principales carreteras de la región. Pero fue un espejismo, porque el buen tiempo apenas tardó en reaparecer acompañado de unas temperaturas más propias del verano que de la primavera. La Semana Santa fue testigo de ello. Los termómetros rozaron los 30 grados en algunos puntos de la región, como Santander y Torrelavega, y eso propició la llegada de numerosos turistas, libres ya de las restricciones por la pandemia.
Tras esquivar la ola de calor que asoló en mayo a buena parte de España, Cantabria no se libró de la que se registró a mediados de junio y de la que no escapó ninguna comunidad autónoma, salvo Asturias. Durante varias jornadas, cántabros y visitantes tuvieron que soportar temperaturas cercanas a los 40 grados, más propias del sur de España. Un mes después, a mediados de julio, se registró la segunda ola de calor con los termómetros por las nubes, dejando cifras extremas jamás vistas en sesenta años. Las temperaturas de casi todo el centro de Cantabria se situaron por encima de los 39 grados y prácticamente toda la región alcanzó los 36º.
La falta de precipitaciones durante un verano atípico para lo que suele suceder en nuestra región derivó en una sequía que obligó a imponer las primeras restricciones de consumo de agua a principios de agosto. Municipios como Valdeolea y Valderredible recurrieron a cisternas para abastecer a sus vecinos, Laredo cerró fuentes y duchas, y San Felices de Buelna solo permitió el consumo en los domicilios.
Esa escasez de agua se vio paliada, ligeramente, con las tormentas de finales de ese mes. Sin embargo, hubo que esperar hasta finales de septiembre, entrado el otoño, para que en apenas 72 horas se registrara más lluvia que en tres meses (mayo, junio y julio).
Un centenar de incendios
Pero fue otro espejismo porque octubre y noviembre fueron especialmente secos y cálidos. Y estuvieron acompañados por un viento sur que fue aprovechado por algunos desalmados para provocar casi un centenar de incendios forestales que arrasaron montes y obligaron al Gobierno regional a requerir apoyo externo para sofocarlos.
La sequía también dejó otro dato histórico. El 19 de noviembre se registró el valor mínimo de volumen en el embalse del Ebro de todo el año, con 131 hm3 (24,3% de su capacidad). Se trata del peor dato de los últimos 25 años. El 2022 se cerró con fuertes rachas de viento que obligaron a cancelar varios vuelos y provocaron algunas incidencias.
«Ha sido el año más seco y cálido desde 1961. Hemos tenido un poco de todo, aunque todas las estaciones han sido secas o muy secas», resume el delegado territorial de la Aemet en Cantabria, José Luis Arteche, que no se aventura a pronosticar si el 2023 seguirá la misma tendencia.
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