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José Carlos Rojo
Santander
Lunes, 15 de julio 2019, 16:55
Hubo un tiempo, apenas comenzada la década de los noventa, en que el oso estuvo cerca de sucumbir a la brutalidad del hombre. Décadas de furtivismo, de persecución y destrucción del entorno natural estrangularon a la especie icónica del norte peninsular hasta dejarla en poco ... más de 60 ejemplares en toda la cordillera Cantábrica. «Todos sabíamos que por aquel entonces su futuro dependía casi de la fortuna. De que se dieran los cruces precisos para garantizar la supervivencia. Fueron momentos críticos. Afortunadamente salió bien», zanja Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo.
A día de hoy, con esa cifra multiplicada por seis –como apunta el último estudio realizado de forma conjunta por la Fundación Oso Pardo, la Universidad de Oviedo, la de Oporto y el CSIC–, la salud de este animal en los montes está prácticamente garantizada. «Los datos son de 2017 pero no ha dado tiempo a que el panorama haya cambiado mucho ahora; y lo importante no sólo es el número sino la variabilidad genética que se ha demostrado en los ejemplares, algo que nos preocupaba mucho porque es clave para asegurar la calidad de la recuperación», agrega Palomero.
Existen en la actualidad unos 280 osos en la subpoblación occidental de la cordillera Cantábrica, la que se expande por territorios del centro-occidente asturiano, Alto Sil leonés y Ancares. Y la cifra en la oriental (Montaña Palentina, oriental leonesa y bosques colindantes de Cantabria), que siempre fue la más pequeña y amenazada, supera los 50 individuos. «Lo importante de este estudio es que hemos realizado dos pruebas genéticas diferentes que han alumbrado el mismo resultado, que es que las poblaciones se han mezclado, están conectadas y que el número de ejemplares crece cada año», detalla el presidente de la Fundación.
El movimiento paulatino de machos del entorno más occidental hacia Cantabria ha sido la garantía de supervivencia. «Los ha habido que han ido aventurándose en este territorio, que incluso se han quedado a vivir». No ha sucedido así en sentido contrario. El colectivo oriental es aún muy pequeño para viajar hacia poniente;pero es algo que terminará por producirse fruto del crecimiento poblacional. «Lo importante es que los osos de occidente han dejado su marca genética en la subpoblación oriental y eso ha refrescado la sangre de la especie. Es algo fundamental porque garantiza la mejor calidad de los ejemplares, que son más capaces de resistir enfermedades, cambios medioambientales... Incluso las camadas son más fuertes».
La mejor noticia llega de este año 2019, confirmada por vez primera en décadas la existencia en los montes cántabros de al menos dos madres con tres oseznos cada una. «En años anteriores habíamos visto una, pero nunca dos», celebra Palomero.
Todas estas buenas noticias nunca hubieran existido de no ser por la intervención de la mano del hombre, que comenzó a proteger la especie con una directiva europea en 1973. Se trabajó en varios frentes. De un lado, se puso el foco en el furtivismo, intensificando la vigilancia y las sanciones. Se hizo una gran labor divulgativa y de concienciación dirigida a los colegios y los colectivos directamente relacionados con la especie como cazadores, ganaderos y líderes locales. «Y lo más importante fue la protección del entorno con la red natura 2000. Podemos decir que prácticamente la totalidad del espacio del oso está protegido por esta red que es una garantía de conservación no sólo de la especie sino también de los valores naturales que implica», dice Palomero.
Aún con todo no conviene bajar la guardia. El crecimiento del número de individuos y la aparición de mayor número de ejemplares jóvenes cada año trae problemas. «Conocemos esos episodios de oseznos juveniles que se adentran en los pueblos en busca de comida. No pasa nada, no es peligroso si se actúa como se debe. Lo que hay que hacer es comprender que un oso no es de peluche, sino que es una fiera, y si como humanos traspasamos las fronteras en nuestra convivencia con ellos, puede comportarse como la fiera que es y traer problemas», remarca Palomero.
Para ello existe un protocolo especial que ayuda a los animales a comprender que la cercanía de los humanos no es buena idea. «Son osos que nunca han sido perseguidos y a los que hay que hacer entender que la relación con los humanos no es buena idea». El protocolo incluye la detonación de petardos y el disparo de balas inofensivas de caucho al trasero de los animales para invitarlos a abandonar las poblaciones. «Son medidas lógicas que hay que adoptar para mantener la correcta convivencia con la especie. Lo mismo que la indemnización pública ante los posibles incidentes en colmenas o ataques a ganado. Por eso es tan importante que la administración cuente con profesionales cualificados y con protocolos que garanticen esta convivencia».
Es un método seguro. «Hemos estudiado muestras de pelo y excrementos y luego las hemos sometido a dos tipos de análisis genético. Para explicarnos a grandes rasgos:se trata de uno más fino, que analiza bien el detalle y otro que se fija en un trazo más grueso», detalla Guillermo Palomero. Se trata de secuencias cortas repetitivas de ADN y otras de polimorfismos de nucleótido simple. «Esta segunda, que es más certera, nos ayudó a diferenciar entre hermanos, por ejemplo, porque a veces es difícil resolver que algunas muestras, que son muy parecidas, pertenecen a individuos diferentes». A la postre la comparación de los datos de sendos sistemas sirvió para certificar que las cifras alcanzadas, que resultaron muy cercanas, eran en efecto ciertas.
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