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Si se detiene a pensarlo es más que probable que haya acudido a la celebración de una boda o evento festivo en alguna de las casonas solariegas o palacios de Cantabria que ilustran esta página. Estas imponentes construcciones que se levantaron como residencias de familias acaudaladas, indianos o personajes ilustres viven un nuevo renacer gracias a la apuesta de inversores privados y promotoras que las rescatan de las ruinas para transformarlas en proyectos hosteleros. A menudo, todo hay que decirlo, de lujo. El último ejemplo ha sido la adquisición de la Casa del Corro de Comillas por 1,5 millones. La gestora de fondos Bet Capital Group convertirá este histórico inmueble en un exclusivo hotel boutique. Una operación, con vistas a la esperanza, que sigue la senda que antes recorrieron el palacio de los Acevedo, en Hoznayo, o el palacio de Helguera, en Las Presillas (Puente Viesgo), por citar casos recientes. Dieron la bienvenida a una segunda vida cambiando su primitivo destino hogareño por otro uso con un fin lucrativo.
Es la última casona comprada para su transformación en hotel de lujo. Situada en la icónica plaza del Corro de San Pedro, en Comillas, su origen se remonta a finales del siglo XVII, siendo construida por la familia Díaz Lamadrid. Su fachada es de piedra de sillería.
El Gobierno de Cantabria ha iniciado las gestiones para promover un Proyecto Singular de Interés Regional (PSIR), a instancias de un inversor, que quiere convertir el complejo en un alojamiento exclusivo. De estilo barroco montañés, estuvo habitado hasta 2008.
Sus actuales propietarios lo rescataron de las ruinas para hacer de él su residencia de verano, pero por una cuestión de viabilidad económica lo reconvirtieron en alojamiento rural. Es una casa montañesa del siglo XVII e inventariada como patrimonio cultural de la región.
Este conjunto histórico artístico del siglo XVII reabrió sus puertas en 2022 como espacio hostelero cultural. Pertenece a la Fundación Medinaceli, que ha firmado una cesión con los hermanos Diego, al frente de su restauración y gestión. Es Bien de Interés Cultural.
Escoltado por los verdes prados del Valle del Pas ha renacido en su segunda vida como hotel de lujo. Data del siglo XVIII y alojarse en sus estancias es un viaje al pasado. Conserva camas de hace 300 años, tapices flamencos traídos de Holanda o consolas recubiertas de pan de oro.
En el año 1703, la familia Gómez de Carandía edificó esta casona palacio. Se ha recuperado respetando la sillería original y se ha decorado con gusto por la tradición. Es un hotel de tres estrellas, ubicado en una finca con jardín de 12.000 metros cuadrados.
Este espectacular inmueble fue erigido en 1610 y se ha rehabilitado como un exclusivo hotel conservando la grandiosidad de antaño. La decoración reconstruye fielmente el estilo de aquella época, incluyendo frescos que León Criach pintó en el XIX.
Consta de dos edificios, el palacio y la casona, que exhiben el esplendor de sus orígenes, en el siglo XVII. En este hotel rural de tres estrellas los arcos, balcones, aleros y jardines verticales de hiedra han sido actualizados y conservados con mimo.
Es una noble construcción de finales del siglo XVII catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC). En 2006 la vivienda principal y las caballerizas fueron restauradas dando la bienvenida a un hotel de cuatro estrellas, que mantiene la esencia de su origen.
Se asienta sobre una torre medieval y perteneció al filósofo Fray Antonio De Guevara. Como curiosidad, el rey Carlos V pernoctó en sus estancias. El inmueble montañés del siglo XVIII ha sido restaurado con materiales nobles, piedra y madera, respetando la estructura original.
Esta casona se transformará en un sitio mágico en estas semanas al albergar la Fábrica Mágica de la Navidad. El emblemático palacio, levantado en el siglo XVII, ha sido rehabilitado como hotel de cuatro estrellas con más de 50.000 metros cuadrados de jardines.
Está en venta por 3 millones de euros. Su dueño es un emprendedor y amante de las antigüedades que en los 90 compró el palacete en estado ruinoso y él mismo lo rehabilitó y reconvirtió en hotel de lujo. Su escudo revela que perteneció al linaje Vélez de Hontanilla.
En su nueva etapa tiene abiertas las puertas como un hotel anticuario de cinco estrellas. Sus propietarios adquirieron el edificio del siglo XVII al promotor musical y fundador de Ibermúsica Alfonso Aijón por 2 millones de euros. Alberga objetos de anticuarios de todo el mundo.
Es una casona típica de la arquitectura montañesa, realizada en piedra de sillería, que data del siglo XVI. Fue restaurada en 1997 y redecorada en 2010. Conserva su influencia renacentista y tras su recuperación funciona como un hotel rural de tres estrellas.
Esta joya arquitectónica fue adquirida en la década de los 90 por Emeterio Sámano. Este vecino de Villacarriedo, fallecido en 2018, emigró a México e hizo fortuna en el campo de la ferretería. El palacio presentaba un notable deterioro tras años cerrado y resurgió como hotel.
Su construcción se asienta en el siglo XIX. En su nueva andadura como hotel de tres estrellas conserva una decoración de época inspirada en las casas de montaña tradicionales, con vigas de castaño y muebles únicos.
Se encuadra dentro de la arquitectura decimonónica montañesa. Erigida en el siglo XVIII ha sido restaurada recientemente por su dueños mezclando la arquitectura popular con el turismo rural. Está ambientada con antigüedades y obras de arte.
Lo que hoy es un precioso hotel antaño fue un antiguo palacio de estilo inglés del siglo XVIII. La armonía y la elegancia son los toques distintivos de sus estancias. Se ha rehabilitado con mimo y en su decoración sobresalen muebles rescatados del siglo XVII.
Hasta que aparecieron estos 'rescatadores' de casonas y palacetes, con varios millones de euros bajo el brazo, estas casonas con siglos de historia –así lo atestiguan los escudos heráldicos de sus fachadas– languidecían con el riesgo patente de su desaparición más temprano que tarde. Una pérdida patrimonial que supone perder las señas de identidad y testimonios ancestrales de los pueblos de Cantabria.
Al faltar sus propietarios originales, los herederos de estas construcciones señoriales se ven en la encrucijada de preservar este legado –con valor sentimental para ellos–, o enajenarlo. Entre que se deciden, consiguen el dinero en caso de que quieran restaurarlo o aparece un comprador, el tiempo pasa. Y pasa. Y hace mella en sus fachadas y tejados. Si es que logran conservarlas. En algún caso, ni aún estando protegidas bajo la figura de Bien de Interés Cultural (BIC) se libran del imparable deterioro.
Y es que su mantenimiento es el mayor hándicap para los dueños que, habitualmente, no pueden hacer frente a los elevados gastos. Y es ahí cuando empieza el declive de estos palacios que, tras décadas cerrados y abandonados, acaban reclamando una rehabilitación integral. Y eso ya son palabras mayores.
Como en todo, hay excepciones y, a veces, son las propias instituciones las que acuden en su búsqueda con el propósito de darles un futuro de carácter cultural. El Gobierno de Cantabria ha destinado en su Presupuesto de 2025 una partida para adquirir la Casa Madrazo, en Vega de Pas, para convertirla en un museo sobre la figura del doctor, un centro etnográfico y del sobao. También el Ayuntamiento de Santoña, con fondos propios, compró el Palacio de Chiloeches y ahora está inmerso en sus diferentes fases de rehabilitación para destinarlo a espacio cultural.
En cualquier caso, aunque a los ayuntamientos les gustaría adquirir estas joyas arquitectónicas, alegan que no pueden asumir el coste. Así lo ha asegurado recientemente el Consistorio de Polanco para justificar su renuncia a comprar la casa natal del escritor José María Pereda, en venta por 1,1 millones de euros.
Lo cierto es que estas casonas tardan en encontrar quién las quiera. Pero en los últimos años, en Cantabria ha crecido tanto los carteles de 'en venta' como los promotores que dan el paso de comprarlas con un objetivo claro: explotarlas como negocio para obtener una rentabilidad. Y la pretensión más repetida es hacer de ellas hoteles y restaurantes ofreciendo un escenario único. De lo contrario, es más que complicado garantizar su supervivencia. Su posesión como mera residencia es prácticamente un sueño al alcance de unos pocos.
Aunque no todos lo ven con los mismos ojos, la adquisición de estos inmuebles y su consiguiente restauración se ha erigido como el salvavidas para un rico patrimonio regional y local a punto de ahogarse. No obstante, hay quien aboga por su conservación intacta y lamenta las modificaciones que se ejecutan para su nuevo porvenir. La tónica habitual es que se combinen elementos contemporáneos con la preservación de los detalles históricos de estos palacios y se respete su tipología arquitectónica al ser su rasgo más valioso y distintivo. Se intenta conservar su esencia y, en algunos casos, hasta recuperar su aspecto original. Algo difuminado por completo al caer en el olvido.
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