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Imaginen ese pasado –no tan lejano— en que no existían móviles, rádares, o radio; un tiempo en que no había forma de comunicarse con un barco desde el mismo momento en que zarpaba del puerto. Mucho antes de que Marconi patentara la telegrafía sin hilos en 1904, existieron otras formas de 'conversar' desde la lejanía. «Los barcos que navegaban cerca de la costa podían transmitir y recibir información con este código de banderas que ondeaban en los mástiles de señales», explica el geógrafo torrelaveguense Miguel Ángel Noriega, estudioso de este estos instrumentos que durante largo tiempo fueron la manera más eficaz de transmitir información entre el mar y la tierra.
Hubo uno en Santander. El primero de titularidad civil y público que funcionó en España. «El primero conocido existió en Tarifa, pero era privado, de unos empresarios catalanes», recuerda José Luis Arteche, exdelegado de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet)en Cantabria, que también ha investigado en torno a ello. «Es un tema que me interesó porque justo en el espacio donde hoy se encuentra el centro meteorológico territorial, hubo precisamente otro de estos semáforos», explica.
El primero, el original, que se inauguró hace 150 años, estuvo localizado en la península de La Magdalena, muy cerca del lugar que hoy ocupa el palacio. «Estaba sobre las ruinas del antiguo castillo de Hano. Era un casetón que tenía un mástil de señales». Allí convivía el señalero, que se encargaba de lanzar y recibir los mensajes con el código internacional, que se realizaba con banderas; y el responsable del servicio de telegrafía, que emitía las comunicaciones al Puerto o donde fuera necesario.
Estos semáforos tenían como cometido servir de nexos de comunicación entre los buques y el puerto, vigilaban la costa para informar de quien llegaba, y también ejercían una importante función de información al funcionar como centro meteorológico. Controlaban los movimientos del contrabando y podían activar la emergencia en caso de naufragio. Tenían la obligación de anticipar la llegada al puerto de cada buque, conocer el canal de acceso, la identificación de cada barco, el país de procedencia o la naturaleza de su carga.
Demolición
Aquella infraestructura desapareció para siempre cuando tras la pérdida de Cuba en 1898, el Ministerio de Marina ordenó construir en el mismo enclave una fortificación con varias baterías de cañones para defender la península. «Al año siguiente entró otro semáforo en funcionamiento en Cueto, justo en el terreno en el que está ahora el Meteorológico», revela Arteche. Aquel segundo mástil hoy preside el jardín de la Escuela de Náutica. Está identificado con una placa que se instaló en 2019 para recordar su función; pero aún hoy poca gente conoce su verdadera historia. «Muchos piensan que es el mástil de un barco, pero no es así», recuerda Noriega.
«Lo que debería hacerse, creo, es levantar un monumento que recuerde al primer mástil que hubo en La Magdalena, que fue el primero público que hubo en España», insiste el geógrafo. Algo así ayudaría a no perder la memoria de unos instrumentos que desde el siglo XIX hasta la década de los setenta del pasado siglo, constituyeron el único modo que existía para comunicarse entre el mar y la tierra.
El código internacional de señales se utilizó durante muchos años en comunicación marítima porque permitía salvar las barreras idiomáticas. A cada bandera le correspondía una letra, con lo que se podían elaborar frases complejas; pero además existían banderines, símbolos y formas que configuraban frases hechas que tienen que ver con necesidades, con advertencias o incluso con órdenes que facilitaban y agilizaban mucho las comunicaciones. Comenzaron a utilizarse para comunicaciones entre buques en la batalla de Trafalgar y todavía hoy pueden llegar a verse en operaciones donde, con todas las comunicaciones digitales desconectadas, este código tan rudimentario puede todavía ser funcional.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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