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Recibimiento a una pasajera procedente de Sevilla en el exterior del edificio del Seve. Esa zona se ha convertido en la sala de espera del aeropuerto, junto a los taxis y la parada del autobús. Daniel Pedriza
Un Seve sin abrazos ni despedidas

Un Seve sin abrazos ni despedidas

Más vacío. La prohibición de acompañantes y de esperas en la terminal, unido a la caída de vuelos y de pasajeros en cada viaje, cambia la fisonomía del aeropuerto

Álvaro Machín

Santander

Sábado, 5 de septiembre 2020, 07:51

Si hay un cliché en los aeropuertos -que se lo pregunten a los que han visto 'Love Actually'- es el de las despedidas y los recibimientos. Una puerta que se abre y por la que aparece (o desaparece) un ser querido. Pero el coronavirus ha cambiado hasta eso. Al Seve Ballesteros, como a todos los demás, sólo pueden entrar los que tienen una tarjeta de embarque. Los que vuelan. Nada de acompañantes, paseos para matar el tiempo por la terminal o esperas en la cafetería. Los primeros tienen prohibido el paso, a los que quieren andar les recomiendan hacerlo fuera y las cafeterías están cerradas. Los abrazos, ahora (si los hay), son en la calle. Si a eso se le suma la drástica reducción en el número de vuelos y que los aviones, sobre todo los de destinos internacionales, vienen mucho más vacíos, la estampa del aeropuerto cántabro es fría. Para hacerse una idea, en el avión procedente de Viena del jueves llegaron 25 personas. El futuro de esas rutas tiene mala pinta.

A las 08.53 de ese mismo día tomó tierra el primer vuelo de la jornada. Barcelona (Vueling). Los habituales del Seve saben que a esas horas ya es muy complicado encontrar sitio para aparcar gratis junto al cementerio próximo (truco repetido). El jueves sobraban sitios -no cuesta imaginar lo vacío que estaba el aparcamiento frente a la terminal-. Es el primer cambio que uno nota respecto a lo de siempre.

¿En qué más se nota el efecto del coronavirus? Las cristaleras y las paredes están llenas de carteles. Los bancos, de pegatinas recordando la necesidad de mantener las distancias. Han llenado de cintas el perímetro para prohibir el paso a la cafetería. A las nueve, de los seis mostradores de distintas empresas de alquiler de coches sólo hay dos abiertos (en otro se avisa del cierre temporal de la oficina y en el resto manejan horarios concretos de apertura). Un vigilante se aproxima a todo el que entra a la terminal para preguntar si tiene tarjeta de embarque. Y el autobús de Alsa que va hasta el centro tienen sus horarios ajustados, más o menos, a los de los vuelos que hay cada día.

Los vigilantes se acercan a cada usuario para saber si tiene tarjeta e invitan a salir a los acompañantes

control

Las cafeterías están cerradas y la tienda abre ajustando su horario al momento que hay vuelos

los negocios

Son los primeros detalles, aunque lo más llamativo es la mayor sensación de vacío. Y eso que el jueves es uno de los días más animados (ocho salidas). El miércoles, por ejemplo, en toda la mañana sólo llegó un vuelo.

«Adiós Curro, que nos tenemos que ir». Frase cuando los dos amigos de Curro -que iba a Sevilla- vieron acercarse a la vigilante (una está pendiente de los acompañantes en salidas y otra se acerca a llegadas para que esperen fuera los que aguardan los vuelos). «¿No hay una cafetería?». No. A las máquinas de venta habituales han añadido dos más (hay seis) y a la tienda del aeropuerto le permiten estos días vender bocadillos y refrescos. «Antes no podíamos y se nota. En este panorama es de lo que más vendemos», explica con resignación Laura Guerra, que atiende en 'Come & Fly'. «Sólo abrimos con los vuelos, dos horas antes de la salida. Se ha notado muchísimo la caída y más al no poder entrar los acompañantes». En cifras, la diferencia de lo que venden con respecto a un día normal en este periodo es «de un 60 o 70%» menos. «Y el invierno se presenta muy complicado».

Se marchan los que llegaron de Barcelona (83 personas habían comprado un billete hasta Cantabria) y hay otra norma poco habitual. Se abren puertas de emergencia que dan a la calle y se deja también abierta la que conecta la terminal con la zona de equipajes (donde también abren, con la correspondiente vigilancia). Más allá de la limpieza, ventilación.

En cuanto a las normas de seguridad, desde Aena explican (para verlo sería necesario venir en uno de los vuelos) que para los viajes internacionales se toma la temperatura a los pasajeros y hay que entregar un documento rellenado al personal de Sanidad Exterior, que hace, también, una «inspección visual» (es lo que hay en el Seve y en todos los demás). «La entrada a la terminal está prohibida para los acompañantes», recuerda por megafonía una voz enlatada mientras una mujer con carrito de la limpieza va de lado a lado camino de los baños.

En ese recorrido, con los que van a salir hacia Sevilla pasando el control y los que esperan a los que llegan en la calle, se ven y escuchan las escenas que dominan estos días. «No, señora, no se puede pasar». «Si estáis para alquilar un coche -a un grupo de cuatro jóvenes-, uno solo en la cola, que va a llegar un vuelo y mejor no coincidir. El resto, por favor, esperad en la calle». «Disculpe, por favor, no espere delante de la puerta. Por guardar la distancia, ya sabe». Y así, cada dos por tres.

Por eso, la barandilla de la acera que va pegada al aparcamiento, frente a la puerta a la terminal de llegadas, se ha convertido en un mostrador. Cerca de los taxis, que manejan también los horarios de los vuelos (no les queda otra si no quieren pasarse la mañana mirando), y de los coches que siguen aparcando en doble fila (eso no cambia) o en la parada del bus.

Esperan a los que llegan -el jueves eran estos destinos- de Madrid, Palma, Gran Canaria o Valencia (con ocupaciones por encima de los cien pasajeros, en general). O a los 25 que aterrizaron procedentes de Viena (para allí salieron a continuación 15). En esa improvisada sala de espera en plena calle, una señora con la mascarilla puesta que aguarda junto a su marido recoge un puñado de flores amarillas y moradas, de esas que salen en cualquier esquinazo sin pedir permiso. Forma un ramo y no deja de mirar al edificio. Es su hija la que vuelve.

25pasajeros llegaron el jueves en el vuelo procedente de Viena. Una cifra ínfima

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