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NACHO GONZÁLEZ UCELAY
Santander
Martes, 28 de abril 2020, 07:08
El pasado día 11 de abril, el arzobispo de Madrid firmó de su puño y letra un decreto por el que solicitaba a todas las iglesias, parroquias y lugares de culto católico de esa comunidad autónoma que a la hora del Ángelus doblen a muerto ... sus campanas para rendir homenaje a todas las víctimas del coronavirus en lo que dure la cincuentena pascual, o sea, los próximos 50 días. Desde entonces, al mediodía, un repique coordinado estremece a la ciudad.
«Siento un enorme sufrimiento y muchísimo dolor», dice el cardenal Carlos Osoro, que, con un tono mohíno, pregunta cómo han ido las cosas por el terruño en que nació. Le reconforta conocer que no tan mal como allá, en Madrid, donde el purpurado cántabro, el hombre más poderoso de la Iglesia católica española, pilota un inmenso desafío que «nos está reclamando una nueva manera de hacer las cosas, un nuevo modo de afrontar nuestra misión».
Lo hace con las dificultades que le impone el confinamiento, porque también a él el estado de alarma le ha trastocado sus rutinas.
En pie desde muy temprano, «todos los días, a eso de las nueve y media de la mañana, me reúno a través de videoconferencia con los ocho vicarios de la Archidiócesis de Madrid». Además, una vez por semana, «celebramos el Consejo Episcopal». Toca hoy.
Se conecta desde la catedral Santa María la Real de la Almudena, sede del Arzobispado, donde desde el 11 de marzo, tres días antes de que se decretara el estado de alarma nacional, el cántabro oficia una misa que se retransmite en directo por la plataforma Youtube a las siete de la tarde.
«Queremos estar lo más cerca posible de nuestros fieles, explica el cardenal cántabro, que ya ha asumido que la crisis provocada por el Covid-19 va a marcar un antes y un después en el seno de la Iglesia. «La fe, la esperanza y el amor van a tener ahora más significado que nunca», afirma el prelado, plenamente convencido de que la justicia y la caridad «son virtudes que vamos a tener que poner en valor para poder mostrar el rostro misericordioso de Dios».
La labor pastoral del arzobispo, que cree que la Humanidad «ya está cobrando conciencia de lo importante que resulta ayudarnos los unos a los otros, porque nuestra suerte será la suerte de nuestro vecinos», no termina ni mucho menos en la basílica.
Sigue en su casa, un piso en el castizo barrio de La Latina que comparte actualmente con sus cuatro obispos auxiliares, con los que almuerza, cena e intercambia pensamientos, y donde no dejan de sonar los teléfonos. Sobre todo el suyo. «Guardo el mismo número que tenía allí, en Santander, y como lo tiene todo el mundo...» pues todo el mundo le llama. Hasta el Papa de Roma, Francisco, con el que se ha cruzado algunos whatsapps.
«Muchas de esas llamadas son de personas que me cuentan su sufrimiento, su dolor, personas que rompen a llorar» haciéndole llorar también a él, que a diario corre a la capilla para refugiarse.
«Me paso mucho tiempo allí. Es un lugar que me da serenidad y, al tiempo, me ayuda a reflexionar», asegura Osoro, preocupado, muy preocupado, por los religiosos y religiosas a los que la pandemia tiene amenazados de muerte.
«Están en mis oraciones», afirma el cardenal cántabro, consternado por el fallecimiento de unos, abatido por el delicado estado de salud de otros e impresionado por la generosidad y la entrega de todos. «Han demostrado que están a la altura que requiere un momento tan difícil como este, en el que resulta vital la proclamación de la fe».
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