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Decía recientemente Chomsky que el descrédito de las instituciones lo altera todo, hasta el punto de que la gente ya no cree en los ... hechos. Los ciudadanos no se sienten representados y perciben que tienen una vida peor. Desencanto que, al parecer, les hace desconfiar de los hechos y abrazar fábulas, en un simbólico irritado desacato al poder.
A nuestro gobierno también le preocupa que –otros, los demás– nos intoxiquen con falsedades. El Congreso rechazó el martes una iniciativa suya –bendecida por Ciudadanos– para censurar las noticias falsas en internet, bautizadas como ‘fakes news’ ahora que las mentiras también son posverdad. No sabemos de qué se extrañan, cuando ellos mismos están barnizando el significado del octavo mandamiento. Argumentan nuestras autoridades que rumores y engaños «debilitan la confianza en las instituciones y en la democracia». Según Chomsky ocurre exactamente al revés: primero se desacreditaron las instituciones con sus propios embustes y artimañas, y después los defraudados ciudadanos empezaron a creerse otras mentiras. El problema es que estas ya no las fabrican ellos. Quizá los bulos se alimentan porque estamos dispuestos a creernos lo contrario de lo que nos digan.
El dilema es quién discrimina entre verdad y mentira porque desde todos los frentes nos venden absurdos a diario. En Santander viajamos en metro cuando nos subimos a un autobús, un ejercicio de insólita credulidad. Los bancos iban a devolver el rescate. Zapatero negó la crisis y Mariano dice que ya desapareció. Hace tres semanas la ministra Tejerina usó datos falsos para defender en el Congreso los altos niveles de tóxicos en fertilizantes. Hace unos días el Gobierno presumía subir un 62% del presupuesto de políticas de vivienda cuando recorta un 43%. Ayer se nos dijo que el edificio de la calle del Sol se derrumbó por culpa de los tres responsables de la obra. Falta por conocer si hubiese podido evitarse. Los vecinos entregaron al Ayuntamiento el informe de un arquitecto advirtiendo del peligro. Trece días de silencio después se desplomó el edificio. Umberto Eco proclamó que se puede mentir mucho diciendo la verdad. Especialmente, cuando no se cuenta toda.
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