Sincericidio
La tierra dormida ·
El 'sincero', también falaz –que suele ser, además, un poco tonto– es, sobre todo, un individuo grosero, maleducado, portador de verdades con las que abofetea sin compasión buscando normalmente zaherir al prójimoSecciones
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La tierra dormida ·
El 'sincero', también falaz –que suele ser, además, un poco tonto– es, sobre todo, un individuo grosero, maleducado, portador de verdades con las que abofetea sin compasión buscando normalmente zaherir al prójimoCuando alguien espeta eso de «yo soy muy sincero» hay que ponerse en lo peor, en lo peor de lo peor –y en guardia– porque ... son palabras que matan con fuego amigo. Detrás, suele llegar un chiflón que se lleva por delante la poca defensa que el bocazas permite a su víctima ante lo que se presenta como irremediable, tener que escuchar las opiniones de un 'bocachanclas' sobre la vida, el mundo, y lo más peligroso, del prójimo. El sincero no entiende de asertividad por lo que regurgita una batería de 'verdades', siempre negativas, que dispara a bocajarro, sin contemplaciones. Si el hipersincero pertenece, además, al ámbito laboral, acecha la tragedia.
El 'sincero', también falaz –que suele ser, además, un poco tonto– es, sobre todo, un individuo grosero, maleducado, portador de verdades con las que abofetea sin compasión buscando normalmente zaherir al prójimo. Suele finalizar sus diatribas sin filtro con un «yo soy así» justificando de esta manera una pretendida personalidad como patente para soltar ideas o palabras a menudo hirientes o insultantes, fruto, habitualmente, de una inteligencia en bajo nivel freático: 'El problema de las mentes cerradas, es que siempre tienen la boca abierta', sentenció Joaquín Salvador Lavado Tejón (Quino).
Al decir la 'verdad', este tipo de camastrón, se sitúa en un estadío superior, se eleva sobre su víctima que, de no largarle un buen soplamocos, suele aguantar paciente y educadamente a su taimado oponente, que poco a poco se va yendo arriba en sus alardes de sinceridad. Con su taumaturgia quiere salvar a golpe de latigazo verbal, una realidad que cree que es obligado vomitar, dando consejos que frecuentemente nadie le ha pedido. La verdad es que suele ser un tipo muy pelma.
«Yo soy muy sincero» precede a un catálogo de imperfecciones y defectos largados por el lenguaraz sin anestesia, dibujando con sus palabras un presente catastrófico y augurando un futuro fatal de no hacerle caso. Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952) lo dijo de manera más contundente: «La sinceridad es un pasaporte para la mala educación». Escupir todo lo que pasa por la mente es un signo de retraso social, una forma de inadaptación. Jocosamente, los psicólogos han adoptado el término de sincericidio para definir aquel comportamiento por el que una persona creyéndose honesta y valiente se muestra sincera sin delicadeza alguna.
La honestidad, la sinceridad, son valores plausibles siempre que no vayan preñados de la intención de dañar, porque a veces la franqueza suele solapar otras intenciones, como la dominación del verbalmente agredido –por la vía del 'te lo digo porque te quiero'–. Y como la verdad tiene mucho de subjetivo y poco de absoluto, la opinión del temible impremeditado no deja de ser 'su' verdad. 'El que pregunta –o habla– con mala intención, no merece conocer la verdad'. San Ambrosio de Milán (337 d.C.-397 d.C.)
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Ana del Castillo
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