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¡Ay, el verano! Llega septiembre, con sus cielos negros y sus días menguantes; la luz del sol, resplandeciente hasta hace nada, toma por las tardes un tono dorado que queda muy bien en las fotos, pero llena de congoja el corazón. Cualquiera sabe lo ... que todo esto significa: las vacaciones se han terminado. Hasta hace nada la vida era pura juerga con playa, barbacoas, mojitos y el despertador del móvil apagado; una existencia desenfadada en bermudas y camiseta que ahora termina de forma abrupta.
Esa flojera tan común que se siente cuando llega el momento de volver al trabajo y reengancharse con la realidad tiene nombre: es el síndrome posvacacional, con un amplio catálogo de síntomas que incluye tristeza, ansiedad, estrés, dolores de cabeza y trastornos del sueño.
«Suele ser algo pasajero, que dura entre diez o quince días y que normalmente no requiere ayuda profesional -explica la psicóloga Raquel Ruiz Incera-. Si pasado este periodo siguieran estando presentes los síntomas, entonces sí es importante buscarla».
Para hacer más llevadero el trago, Ruiz Incera ofrece una serie de trucos y consejos al alcance de cualquiera que regrese a un ambiente laboral razonablemente bueno: si trabaja con un negrero, lo que tiene que hacer es buscar otro empleo. «Partimos de la premisa de que hayas podido desconectar de verdad del trabajo en vacaciones: no responder emails, no participar en reuniones virtuales... A mucha gente le cuesta desconectar de verdad, no solo físicamente sino también mentalmente, que es más importante».
La primera pista que apunta esta profesional, con consultas en Santander y Madrid, es ir recuperando horarios y rutinas progresivamente, sin esperar al último día. «No se puede volver de vacaciones la víspera y al día siguiente lanzarse al ruedo. Recuperar los horarios de trabajo, comida y sueño con antelación permite reorganizar tu tiempo y planificar cómo va a ser tu vuelta, empezar a agendar y priorizar. Y es importante también pensar en positivo, como se dice ahora: gracias a que trabajamos podemos valorar el tiempo de vacaciones. El trabajo, con sus horarios y rutinas, nos estructura psíquicamente: durante el confinamiento de la pandemia se observó una gran diferencia entre la gente que trabajaba y la que no lo hacía, y, en general, lo soportaban mejor quienes mantenían actividad laboral».
«Volver al trabajo nos da pereza a todos, pero tiene esa parte buena: buenos horarios y buenos hábitos de sueño y de alimentación. También nos hace sentir útiles y es clave para mantener la autoestima sana: es muy frecuente que quienes están desempleados acaben teniendo una autoestima muy precaria».
Hay alguno que, en cuanto vuelve a poner un pie en la oficina, empieza ya a planificar las próximas vacaciones; otros, prefieren no pensar en ellas, para no torturarse. Ruiz Incera se decanta por un término medio: «Siempre hay que tener en cuenta la perspectiva de nuestras actividades de ocio: planear una salida con los amigos el fin de semana, dar un paseo en bici... No es todo ni blanco ni negro. Yo evitaría empezar a pensar inmediatamente en las siguientes vacaciones, porque parece que lo que estamos viviendo ahora no merece la pena y eso es dañino. Hay que ir viviendo el presente y el futuro a corto plazo, buscar metas más próximas».
Tampoco hay que sentirse culpable por repasar la colección de fotos del verano en el teléfono, una costumbre que ha sustituido al pase de diapositivas a familia y amigos del viaje a Cancún. «No hay por qué evitarlo. Es una realidad que se ha vivido, un disfrute que se ha tenido, y es una forma de valorarlo, siempre sin hacerlo sagrado: fue la etapa de vacaciones y ahora es otra».
El síndrome posvacacional no es exclusivo de los adultos, también pasan por él los chavales al tener que volver a los estudios, según advierte la psicóloga. «En este caso también se debería tratar de adelantarse un poco, prepararse mentalmente para la vuelta y organizar los horarios. Si en los adultos están desfasados durante las vacaciones, en los niños aún más: el sueño, las comidas, el tiempo que dedican a los juegos... Y no solo a juegos tradicionales, también on line, que eso es otro capítulo. En clase no van a poder utilizar el móvil, al llegar a casa tampoco van a poder, porque hay deberes... Así que también les va a costar adaptarse. Pero, como los adultos, se trata de un periodo de transición, dos o tres semanas como mucho. Si no remite hay que ver qué está ocurriendo, si el niño no está a gusto en el colegio por alguna otra razón».
Ruiz Incera insiste en centrarse en la parte positiva de todo esto. «Volver al trabajo o al colegio no debe ser algo dramático. Son ciclos naturales, y gracias a que existe el trabajo podemos disfrutar del ocio. Puede ser también un tiempo para iniciar nuevos proyectos: apuntarse al gimnasio, estudiar un idioma nuevo, asistir a clases de pintura... Este síndrome aparece con cierta frecuencia porque de alguna manera todos estamos inmersos en la fantasía de que hacer y conseguir todo lo que nos apetece nos va a hacer felices, y eso no es cierto. Tiene que ver con la aceptación de la frustración y de los límites. Curiosamente, es algo que antes no existía: se da, por norma general, entre personas jóvenes, de 45 o 50 años para abajo».
-¿Quiere decir que somos más moñas que nuestros padres?
- Sin duda.
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