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«Por razones que no vienen a cuento, el Zoo de Santillana está en venta». Así comenzaba el escrito que el actual propietario de la instalación recibió en el verano del 76. Hoy, después de diversas vicisitudes, y aún molesto por la oferta del Gobierno regional de regalar entradas a Cabárceno por consumiciones en establecimientos de hostelería y por pernoctaciones en alojamientos de Cantabria, José Ignacio Pardo de Santayana descarta realizar una propuesta como la que cambió su vida y tampoco se plantea cerrar el zoo. La asistencia de miles de visitantes desde la reapertura tras el cierre obligado por el coronavirus, a pesar de lo que él califica como «competencia desleal», le ha dado cierto aliento, y espera que «éste no sea un mal verano». Confía en que mucha gente, que, a raíz de su protesta, se ha enterado de los problemas del zoo y ha planeado asistir, cumpla.
En estos días, rememora con especial cariño sus inicios y recuerda cómo decidió dar el paso y dejar de lado su trabajo como profesor de Ingeniería de Caminos. «Yo criaba patos por un lado, y luego, en mi casa, tenía una colección de faisanes y, bueno, tenía un tingladillo de bichos, pero en distintos lugares», relata sobre su relación con los animales hasta aquel momento. «Vinimos y lo vimos, porque mi mujer, Maribel, quería que por lo menos fuéramos a decirles que no, porque no lo podíamos comprar. Pero vino un abogado a casa y nos asesoró sobre cómo hacerlo, y entonces, involucramos un poco a la familia», cuenta.
Y llegó la víspera de la apertura. «El 13 de junio del 77 llovió mucho; íbamos a abrir al día siguiente. Fuimos a casa a dormir y cuando volví por la mañana el zoo estaba debajo del agua, se ahogaron las primeras dos mil entradas, pero también cuatro cachorros de lobo, cuatro zorros, una cigüeña, dos búhos... En total treinta y tres animales», rememora. Recuerda cómo su padre, que le había animado a iniciarse en este proyecto si era lo que quería -«porque también era amante de los animales y muy comprensivo», apunta- le preguntó qué iba a hacer en esa situación, a lo que la respuesta fue clara: «Pues con lo que debo a la Caja de Ahorros, limpiarlo y ponerme otra vez a ponerlo en marcha».
Y así fue. Hasta que un buen día llegó la primera excursión. «Fue un día glorioso, porque supuso 1.050 pesetas, veinte pesetas por cada niño. Nos fuimos a cenar y a celebrarlo», recuerda.
Cuando tras trece años funcionando el Zoo de Santillana, se inauguró Cabárceno, Pardo de Santayana ya estaba en cierta manera preparado mentalmente, «porque primero pusieron los leones en Mataleñas, los osos polares, las focas, los pingüinos.... gratis». Ahí ya empezó a «sentir la presión», y reconoce que cuando conoció el proyecto de Cabárceno no le gustó «ni un pelo» que se hiciera eso con el dinero público. «Entre otros, mis impuestos», recalca.
Respecto a lo de cerrar, algo que llegó a insinuar hace unos días, ahora explica que es «dificilísimo». «Si tienes unos ciervos, unos gamos, unas gallinas.... Unos animales corrientes, se puede plantear, pero aquí tenemos 120 animales que están en programas internacionales de conservación, ni son míos ni son de nadie», dice. Y plantea la dificultad de encontrar un alojamiento para un orangután, por ejemplo. En definitiva, comenta que «el zoo está hecho para sobrevivir» y en la medida en que se pueda, «tiene la responsabilidad de conservar las especies», una labor que para él es de las más importantes.
A nivel personal, para él es su vida, a lo que se ha dedicado en cuerpo y alma desde los 32 años hasta ahora, que alcanza los 75. Su casa está situada en el propio recinto y su relación con los animales es muy directa. «Antes que cerrar, me tiro por un puente», finaliza tajante.
El zoo ha recibido desde su apertura hace 43 años a unos 3,6 millones de visitantes y es uno de los socios fundadores de la Asociación Ibérica de Zoos, junto con Barcelona, una iniciativa que surgió hace 36 años. Además, tiene relaciones con diversos zoológicos europeos y participa en cuarenta programas de conservación internacional.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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