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El conocido como muelle de Don Luis, en Castro Urdiales, rompe con la continuidad del puerto castreño, dejando paso a las aguas del Cantábrico, que se adentran hasta la costa castreña. Dando abrigo a las embarcaciones que reposan en la lámina de agua, el muelle ... toma protagonismo, con sus altas palmeras, permitiendo que los paseantes puedan adentrarse al mar mientras caminan por su superficie. A un lado de Don Luis, el muelle, y, al otro, el solárium, un lugar de desconexión para los bañistas que deciden pasar sus jornadas de sol acomodándose en sus escalones ondulados de hormigón. Como si de una piscina abierta al mar se tratase, los presentes descansan sobre sus toallas o hamacas, leyendo un libro o un periódico, charlando o sumergiéndose en el mar después de bajar por las escaleras de superficie verde musgo; eso sí, agarrándose a las barandillas metálicas para evitar resbalones en el descenso.
Desde el solárium, las vistas son variadas: se puede contemplar una parte de los acantilados de Cotolino y también el chiringuito y sus clientes. Se puede ver a varios grupos de personas tomando el sol en las campas del parque de Cotolino y allí, entre el manto verde y el muelle de hormigón, se divisa la playa de Brazomar: las orillas y sus paseantes; los niños y sus castillos de arena y las sombrillas de colores. Se ve, en resumen, el trasiego de un día de playa.
Sin embargo, en el solárium el tiempo discurre de diferente manera, no hay apenas paseantes, ni castillos de arena. Es una alternativa para aquel que busca el sol y el salitre, pero que puede prescindir de la arena. «Aquí se puede hacer buceo bastante bien y estamos más tranquilos que en la playa», asegura la castreña Patricia Chacón, quien esta vez ha renunciado a traer su hamaca y está sentada en una toalla. «Los fines de semana hay mucha gente, pero parece que se llena más la playa, aunque la distancia social será parecida», opina mientras se protege la piel del sol con crema.
VISTAS BAJO EL AGUA
SIN ARENA
La brisa acerca el agua de las duchas hasta las toallas, refrescando el ambiente. Con las gafas de buceo en la mano, Marta Zarantón y su acompañante se quitan el salitre después de haber disfrutado de unas hermosas vistas, en esta ocasión, bajo el agua. «Venimos a nadar y a bucear porque nos encanta ver el fondo y las rocas. Hay muchos bancos de peces: ves pulpitos, cabrachos pequeñitos, doradas... esto es una gozada», cuenta esta vecina de Castro, que asegura que «siempre» viene al Solárium a pasar su día de playa porque, además, al no haber arena, va «más limpia» a casa.
Dirigiéndose a sus toallas estos bañistas pasan justo por detrás del vizcaíno Mario Izaguirre, vecino de Portugalete. Dice que viene a Castro cada día, en invierno y en verano, para disfrutar de la ciudad y su entorno. «Tardo 15 minutos, así que me merece la pena venir. No me gusta la arena y esto es como una piscina en el mar, con sus duchas y sus barandillas. Es muy cómodo y entre los que somos habituales vas haciendo amistades», indica, resaltando que habría que mejorar algunas cosas, como alargar las barandillas para que en la bajamar lleguen hasta el agua y la reparación de una escalera. «Falta un hierro y yo ya me he lesionado -he estado casi un año-; la gente se puede tropezar. He escrito al Ayuntamiento en los últimos veranos, pero no me han contestado y sigue igual», detalla, sobre los dos principales inconvenientes para él de esta zona de baño. Nadadores, tablas de pádel surf y tubos de buceo se alejan de los escalones semisumergidos en dirección a la playa de Brazomar, algo que también sucede al revés. Después de hacer su ejercicio, cada cuál decide dónde descansar.
En primera línea de agua acaba de abrir su silla de playa Cristina Páramo, natural de Medina de Pomar, pero con segunda residencia en Castro Urdiales. Una vez su hijo ha ido creciendo y ha dejado de lado las palas y los cubos para jugar en la arena, asegura que siempre viene al solárium, al igual que también lo hace su hijo ahora con sus amigos. «Me resulta más cómodo el ambiente, a mí me da más paz. Leo, me encanta nadar, tomo el sol... es como una piscina particular. Traigo mi hamaca para no mojarme al tumbarme, porque me gusta estar en las escaleras de abajo, cerca del agua», detalla al comienzo de una de sus jornadas de sol de este verano tardío de finales de agosto.
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