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Una soledad injusta
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Siempre pensaron que cuando alcanzaran la tercera edad disfrutarían de la vida sin mirar el reloj. Pero estos días muchos están solos contando los días para volver a reencontrarse con los suyos y sus rutinasSecciones
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Siempre pensaron que cuando alcanzaran la tercera edad disfrutarían de la vida sin mirar el reloj. Pero estos días muchos están solos contando los días para volver a reencontrarse con los suyos y sus rutinasGracita Trigos | 84 años
Acaba de cumplir 84 años (Santander, 1936). La mañana del pasado miércoles, 1 de abril, se levantó como de costumbre y se puso a rehacer las tareas del hogar. Limpiar el polvo de los muebles, de los libros... Lo mismo que también hizo ayer, pero necesario para estar ocupada. Estaba absorta en sus cosas cuando sonó el teléfono. Su hijo Miguel le subía la compra y, como las últimas veces, la dejó en el felpudo mientras le lanzaba besos desde la escalera. Cero contacto. Asimilando que es por su bien, Gracita cogió las bolsas y vio un ramo de flores. Volvió a sonar el móvil, era el pequeño, Álvaro, para felicitarla y desearla un bonito día. Con sendos nudos en la garganta terminó aquella llamada a la que le siguieron otras tantas. «Llegó la hora de comer y no me di ni cuenta». «Me han llamado todas mis amigas, mis nietos, los de 'la medalla' que me dieron cuando murió mi marido, ¡hasta los de Vodafone!». «¿Por su cumpleaños?». «Sí, siempre me llaman el día de mi cumpleaños», comenta contenta. «Como iba a comer sola estuve hablando muchísimo. Antes venía Miguel y me hacía compañía, pero ahora...».
Gracita mira el ramo. «Son preciosas, si las vieras... (dice al otro lado del teléfono). Mis hijos siempre me han cuidado mucho y les echo mucho en falta. Estos días estoy muy triste por la soledad que tengo». «Antes tenía que llamarles siempre yo (ya sabes, trabajan mucho), pero ahora es al revés. Me llaman y están todos muy pendientes, pero estoy triste». Para animarse se pone a Perales mientras pinta un lienzo o hace ganchillo. Teje para su hija Marien, «que hace collares y pendientes preciosos. Tengo ganas de ir los domingos a su casa, que hace cosas riquísimas. Sólo allí me salto la dieta. Pero desde que murió mi hijo Andrés no he vuelto a ser la misma». Con ese pesar convive desde hace más de dos años pero intenta salir para distraerse. Hasta hace unos días un café con leche con sus amigas era sagrado cada mañana. Lo que todavía «nadie me ha quitado» es ver la telenovela, 'Amar es para siempre'.
Antonio Bermúdez | 76 años
Antonio (Toño) Bermúdez (Santander, 1943) vive estos días con resignación y buen humor, a pesar de ser parte de los pacientes que tiene que ir a Valdecilla todas las semanas para seguir con el tratamiento para combatir la fuerte anemia que le da la lata desde hace meses. Precisamente por vivir solo no pueden ofrecerle una hospitalización domiciliaria, es decir un médico no puede ir a su casa a ponerle una transfusión y dejarle sin supervisión. Por eso, este tipo de pacientes tiene que ir al hospital donde «siempre recibo un trato fabuloso». Valdecilla Sur está más vacío que nunca. «Impone un poco entrar y ver solo a la chica de recepción, pero cuando llegas a la sala de boxes todo funciona como si nada y nos tratan con el mismo cariño y respeto que antes del coronavirus».
Lo de aplaudir a los sanitarios es algo que ha hecho siempre porque ha sentido en sus carnes el valor del trabajo que realizan. De lo que no tiene ninguna referencia es de vivir sin poder salir a la calle. «Cuando era pequeño y había gripe lo normal era que faltaran niños al colegio. Lo único que podía pasar es que fueras a buscar a un amigo para jugar y que su madre dijera que no podía salir porque estaba enfermo. Poco más».
Le gusta coger la guitarra, tocar viejos temas y cantar. Aunque esté pachucho echa en falta ver a sus amigos y salir los viernes a tocar en 'La Arrancada' (calle Magallanes). Tiene un don para la música y para la gente. Conoce cientos de canciones, melodías y artistas y se confiesa un enamorado de la música que se hizo entre 1955 –«que fue cuando escuché por primera vez a Elvis Presley»– y los años setenta. Estos días escucha un poco de todo en su cuenta de Spotify. Recuerda con nostalgia aquellos años en los que formó el Dúo Kent con Chirri Aguirre y tocaban por los bares de Santander. Ahora, como todos, tiene que conformarse con hablar con los suyos por teléfono o por Skype. Sus hermanas (Manoli, Alicia, Marta y Rosi) están siempre muy pendientes de él, y ahora más. Igual que sus tres hijos y sus cinco nietos. El abuelo Toño cuenta los días para estar bien y que todo esto acabe y salir como siempre a tomar un blanco a mediodía.
Marga Hormachea
Habla de cualquier cosa, menos de su edad. «Tengo cinco nietos y cuatro hijos, y una tiene cincuenta años. Estoy en la tercera edad pero no he entrado en la cuarta... Calcula», dice con gracia Marga Hormaecha desde su piso de Santander. «Aquí –dice– no sale nadie a aplaudir. No lo entiendo». Está todo el día con Lis, una bulldog francesa que saca a pasear los fines de semana al jardín. «Entre semana viene una señora a ayudarme, y menos mal, porque ahora que no pueden venir ni mis nietos ni mis hijos... Con lo que me gusta cocinar para ellos. Les echo tanto de menos...».
Marga está acostumbrada a estar en casa, y desde hace tiempo ella misma se tiñe (con ayuda), se corta y se peina el pelo. Todos los días se pone guapa. Lo único que el confinamiento le ha 'fastidiado' es su cena semanal con los rotarios –es presidenta del club Santander–, y la comida de los miércoles con sus amigos del Aula de Cultura La Venencia, pero por lo demás tiene mil y un quehaceres.
Le gusta leer; lavar la ropa a mano; prensar flores y montar cuadros; «hago chaquetitas de punto y se las vendo a mis cuñadas para comprar comida para los gatos...». Al preguntarla cuántos tiene contesta con pasión: «¡Es para los gatos callejeros! Hay muchísimos en Santander y hay que cuidarles porque donde hay gatos no van las ratas». Habla del tema consciente de que «a algunos le parece raro. La gente no admite a los que no somos normales. y yo soy transparente. No me oculto». Ahora piensa en esos gatos y se le pone un nudo en la garganta.
Lo que le quita las penas es escuchar cada mañana a Federico Jiménez Losantos o conciertos de música clásica mientras pedalea en la bicicleta que tiene en la terraza desde hace tiempo. «Hoy he escuchado las sonatas de Schubert. ¡Me encanta!». Se confiesa muy creyente y defiende la existencia del karma. «Cuando me meto en la cama solo quiero sentir paz». Por eso ayuda a todo aquel que se lo pide, y a los gatos de la ciudad. Sus gatos.
Conchita Mantilla | 85 años
Ya no sabe qué hacer en casa. Está volviendo a colocar armarios ordenados, a limpiar los libros (y tiene unos cuantos) de uno en uno, incluso la plata que tenía guardada. «No había hecho esto jamás». Conchita Mantilla (Santander, 1935), que es de naturaleza inquieta y divertida, habla con gracia de su confinamiento. «Me ducho todos los días dos veces. Pero me vuelvo a poner el pijama y la bata. Una de mis cuñadas es psicóloga y me dice 'te quiero ver arreglada', pero no me apetece nada... Y soy muy bruta», confiesa sin problema porque siempre ha hecho gala de su libertad.
Fue la primera concejala del PRC en Santander entre los años 1995 y 2004 –cuando Gonzalo Piñeiro era alcalde–, y es capaz de empatizar con los políticos que están al frente de la crisis. «Este Gobierno es el mejor que hemos podido tener. Si gobernara Vox nos hubieran metido a todos en las iglesias... Pero les ha salido todo mal, no lo vieron venir y ahí estamos. Pero nadie lo hubiera hecho mejor». A Conchita le encanta hablar de política. Se pasa el día con la radio puesta y por la noche, cuando cada dos horas se apaga, abre el ojo y la vuelve a encender. Necesita saber, aunque dormite, todo lo que está pasando ahí fuera. «Lo veo todo gris oscuro, como Fernando Simón.Mira que es gris ese hombre: el pelo, la ropa, los ojos...».
Su hijo, el periodista y escritor Jesús Ruiz Mantilla, está en Madrid, y todos los días hablan por Skype. «Nos miramos. Me mira escudriñante, como vigilante... También hablo con mis dos nietas mellizas». Se deshace en halagos de lo buenas estudiantes que son las dos jóvenes de 22 años. Aunque su familia es muy extensa, Conchita se organiza sola. «Debajo de mi casa hay un BM. Les llamo y me suben la compra. Me conocen de toda la vida». El que también está pendiente es Iván, su portero: «Viene todos los días a ver si no me he muerto. Me da las cartas y me dice que, cuando las abra, me lave las manos».
Ha leído lo indecible y estos días relee 'Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos', de Rodrigo Muñoz Avia, y '30 maneras de quitarse el sombrero', de Elvira Lindo. Con la lectura y las caminatas que se marca por su pasillo completa los días. Queda uno menos.
Julio Alonso y Eloísa Monedero | 89 y 83 años
El año pasado celebraron sus bodas de diamante. Julio Alonso (Santander, 1930) y Eloísa Monedero (Santander, 1936) se casaron el 30 de mayo de 1959 en la Iglesia de la Consolación. Tienen tres hijas, siete nietos y muchas ganas de volver a estar todos juntos comiendo como cualquier domingo. Es una tradición familiar que han cumplido sin tregua. Hasta ahora.
'Elo' está delicada y llevan un año y pico sin moverse mucho. A Julio le gustaba jugar al golf pero lo dejó para estar más tiempo con su mujer, aunque estos días echa en falta caminar un poco, «aunque sea bajar a por el pan, pero las hijas no me dejan salir y se encargan de todo. Nos quieren mucho. Yo les pincho para ver cuánto y me riñen enseguida. No hemos salido para nada».
Pese a todo lo que está ocurriendo, están tranquilos. Viendo mucha tele –«demasiada»– y con las actividades propias de estar en casa. «Cuando veo a la gente comprando en los supermercados me acuerdo de los años de la guerra. Ahí sí que no había comida. Ahora vas y si no hay una cosa, hay otra».
Julio recuerda que su padre se dedicó al estraperlo y que iba de Santander a Extremadura para traer garbanzos, que luego cambiaría por aceite... Y a veces se lo quitaban... Eso era mucho peor que esto». A este santanderino que en agosto cumplirá 90 años le encanta contar 'batallitas' a sus nietos, ahora a través de una 'tablet'. «Sobre todo el pequeño, que tiene 17 años y me pregunta mucho. Me encanta contarles historias y ver las caras que ponen. Algunas son incluso de mi padre, que también le gustaba narrar vivencias».
Sus rutinas, quitando que Julio ya no sale ni a por el pan, no han cambiado mucho. «Por la mañana nos levantamos sin prisa, desayunamos y nos duchamos. A mí me gusta leer un rato el periódico, que como somos suscriptores nos lo dejan en el descansillo. Y por tarde disfruto mucho haciendo los crucigramas», comenta victorioso porque suele resolverlos.
Durante muchos años, Eloísa colaboró con la parroquia de la Bien Aparecida y ayudó a muchos inmigrantes. «Justo hoy ha llamado una chica de Sudamérica para saber cómo estábamos aquí por lo del coronavirus. Muchos llaman a 'Elo', incluso por el día de la madre, para ver qué tal sigue porque ella les ayudó muchísimo». A Julio le gusta la música clásica. «Tengo muchos discos de vinilo. ¡La colección de las sinfonías de Beethoven la tengo doble! Y todo lo de Chaikovski», explica orgulloso para reconocer que «la música de ahora no vale nada. Donde esté un bolero bien cantado...».
Marifé Landwerlin
Como a Marga Hormaechea, la alsaciana Marifé Landwerlin tampoco considera relevante decir su edad. «No quiero que me pongan una etiqueta ni que digan mira qué bien está a sus años... Cuando saben tu edad te arriman a la cuneta y yo tengo todavía mucho por hacer». Como todos los protagonistas de este reportaje, Marifé vive sola aunque sus cuatro hijos y sus diez nietos no la quitan ojo. «Yo solo quiero que estén todos bien. Siempre he pensado que los hijos no son para uno. Es una maravilla tenerles y disfrutarles, pero creo que los padres no deben entorpecer sus vidas con sentimentalismos», dice haciendo gala de su mentalidad francesa.
A Landwerlin le faltan horas al día para hacer todo lo que le gusta, pero confiesa que le cuesta encontrar una rutina. El ordenador es su ventana al mundo y, además de conectando con su familia por Skype, disfruta buscando, leyendo y aprendiendo. Lee noticias en medios no oficiales, está en la redes... Hace cuatro años hizo un máster en Comillas de ejercicios espirituales de acompañamiento y le gusta tener sesiones online.
Tienes dos cosas muy claras; que «la religión ayuda» y que no necesita encender la televisión para nada. «Desde hace años, no es de ahora. En los medios audiovisuales hay mucho interés comercial y yo no puedo cuando me imponen las cosas. Soy así». Con la radio la relación es otra. Pero también elige muy bien qué y a quién escuchar.
Le marcó lo que vivió de niña. «Todavía oigo las botas de los alemanes sonando en los adoquines, el toque de queda para bajar al refugio... Un día, una familia del edificio desapareció de repente, y al cabo de los años volvió el padre con un pijama de rayas. Al resto les mataron...».
Pese a todos estos recuerdos, Marifé se ha labrado una vida intelectualmente interesante. Viajó mucho con su marido –Francisco Gonzalo Vivar fue jefe de departamento de Traumatología y Ortopedia en Valdecilla–, y cuando se quedó viuda siguió haciéndolo. Ahora que tiene la despensa llena y que sus hijos (Cristina, Beatriz, Francisco y Elena) aparecen si silba, siente que tiene por delante la grata oportunidad de seguir aprendiendo sin salir de casa.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
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