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Pocas personas adoran tanto su profesión como para seguir trabajando hasta que el cuerpo le diga basta. Tiene claro que no será él quien cuelgue la bata de traumatólogo por decisión propia. Tomás Epeldegui, (Madrid, 1943) es uno de los médicos más respetados ... en su especialidad. Se retiró cuando estaba al frente del Servicio de Traumatología Pediátrica del Hospital Infantil Universitario del Niño Jesús, de Madrid, y de la Sociedad Española de Ortopedia Infantil, de la que era presidente. Bajo su tutela se formaron 480 residentes. A pesar de su gran valía, tuvo que dejar el quirófano empujado por la jubilación forzosa. Sin embargo, él sabía que aún tenía mucho por hacer. Creó la ONG Cirujanos Ortopédicos de España para el Mundo, cuya base está en el hospital Centre Catholique Notre Dame de la Santé, Servants de Marie en Batsengla, Camerún. Lo que les diferencia del resto de ONG es que tienen cubiertos todos los días del año (la información sobre la organización se puede consultar en www.acoem.es). Confiesa que es un «trabajo duro, pero la satisfacción de ver a esa gente poder andar con normalidad, puede con todo». Veranea en Santander desde antes de que tuviera uso de razón. Ese amor por Cantabria se lo ha sabido transmitir a sus hijos y nietos, que no perdonan un verano lejos de la región.
–Usted era los que pasaba tres meses en Santander de veraneo.
–Al día siguiente de terminar el colegio, en Madrid, venía a casa de mi abuela. Tenía unos veranos maravillosos, que empezaban en junio y terminaban en septiembre. Siempre rodeado de amigos, disfrutando de la Primera Playa de El Sardinero. Después, cuando me casé, lo hice con una santanderina, así que continué veraneando aquí. Y ahora lo hago con mis hijos y mis nietos. ¡Somos 26 y cabemos todos! Bueno, entre Santander y una casa preciosa que tenemos en Puente San Miguel.
–¿Cómo ha evolucionado el veraneo en Santander?
–Pues a mí me parece que se está haciendo un poco verano marbellí, con muchas fiestas. El mío estaba lleno de excursiones por la provincia, mucho plan de playa, de barco. El Sardinero era un sitio precioso, con casas con jardines. Ahora, son casi todo bloques de edificios. Pero a pesar de todo ello, a mí me sigue pareciendo el mejor lugar.
–¿Hay algún bar o lugar donde se reuniera con sus amigos cuando era joven que siga abierto?
–El Club de Tenis, del que sigo siendo socio. Me parece un lugar maravilloso, aunque voy poco. Pero hay algo de entrañable en este lugar.
–¿Ve mucha diferencia entre los veranos de su niñez y los que disfrutan ahora sus nietos?
–Sí. Antes, no había el problema del tráfico. Nos pasábamos el día de jardín en jardín. Cuando crecimos un poco, sobre los 14 años, ocupábamos los garajes, donde poníamos discos y no parábamos de bailar. Fueron mis primeros guateques. Y lo mejor era que ni nuestros padres ni nosotros teníamos ningún temor a que pudiera pasar algo raro. Todos nos conocíamos. Se vivía de otra manera.
–¿Dónde se toma las mejores rabas?
–Sin duda, en El Marucho, en la calle Tetuán, de Santander.
– En 2015 fundó la ONG Cirujanos Ortopédicos de España para el Mundo, en Camerún. El proyecto surgió tras una comida con unos colegas. ¿Qué les llevó a querer meterse en algo tan complicado?
–Todos colaborábamos en alguna ONG, pero nos resultaba frustrante viajar solo una vez al año o cada seis meses.Nuestra especialidad supone, generalmente, que tengamos que hacer un seguimiento del enfermo de varios meses. Constituimos la ONG con dos objetivos: la continuidad en la asistencia y formar a los nativos para que ellos pudieran participar también.
–Precisamente, la duración de sus campañas es lo que les diferencia de otras ONG.
–Sí. Yo viajo cada tres semanas, aunque ahora empiezo a espaciarlo porque es muy importante pasar el testigo. En este momento ya hay un grupo de colegas que conocen la rutina y que están enganchados. El objetivo es que, independientemente de que yo vaya o no, esto funcione.
–¿Cómo están estructurados los viajes?
–En este momento somos más de doscientos voluntarios. Hacemos un viaje de sábado al domingo siguiente. Cuando llegamos, los médicos locales nos han preparado ya a los enfermos. Tenemos cubierto el año entero. Generalmente vamos cinco traumatólogos en cada expedición, dos anestesistas, un instrumentista y un microbiólogo. Trabajamos a destajo, de sol a sol. Vemos por viaje a cerca de doscientos enfermos en la consulta y operamos a unos veinte y no hacemos menos de cincuenta curas de escayolas. Todo ello no te deja mucho tiempo para el reposo. Al mediodía, me mantengo con cacahuetes.
–¿Ha superado sus expectativas?
–Sin duda. Al principio lo pasé muy mal. Noches de insomnio y muchas pesadillas, pero al final hay una rutina, hay un método de trabajo, hay un adiestramiento. Tenemos una persona autóctona formada como instrumentista, otra para ayudar a los anestesistas, además de un poco más de orden en la hospitalización y en la higiene. Vamos consiguiéndolo.
–España tiene fama de ser un país solidario, sin embargo, ¿han echado de menos la ayuda de la Agencia Española de Cooperación Estatal?
–España es un país solidario en cuanto a sus gentes. No puedo más que reconocer la generosidad de tantas personas que me han apoyado, los colegas que vienen, que invierten sus vacaciones en ir a trabajar a Camerún, renunciando a su familia y costeándose el viaje. Sin embargo, no entiendo que los gerentes de los hospitales públicos y las autoridades sanitarias pongan todo tipo de trabas para que un médico o un enfermero se vaya cinco días a ayudar a los que más lo necesitan. Nosotros somos una ONG modesta, todo el dinero que recibimos es básicamente de amigos. Con ese dinero hemos comprado instrumentos, aparatos, hemos llegado incluso a comprar una unidad fotovoltaica para mantener la electricidad. La Agencia Española de Cooperación no nos ha ayudado en absoluto y no podemos acceder a sus subvenciones. También creo que, en cuanto a las donaciones privadas, el problema está en que la solidaridad a veces está reñida con la pereza. Hay muchísima gente que se puede permitir donar 10 euros al mes. Pero por no tener que dar la orden al banco, pasan. No son conscientes de lo importante es.
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