
«Ahora sólo vienen vecinos que viven cerca»
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El vendedor no pierde el optimismo, pero admite estar preocupado «por lo que va a pasar» pues ahora «los números no dan». La situación la amortiguan los pedidosLa mitad de los negocios tienen la persiana bajada desde hace más de un mes, cinco semanas sin ingresos, pero manteniendo los costes. Un balance poco esperanzador. Y los que permanecen abiertos apenas reciben la visita de algún cliente que se deja caer de vez en cuando por el establecimiento. Algo parecido al goteo de un grifo mal cerrado. Poder seguir con la actividad es, al menos, una oportunidad de amortiguar el golpe, pero la preocupación es compartida entre todos los comerciantes. Los números no salen. «Sobre todo vivo la situación con incertidumbre de qué va a pasar cuando esto acabe», cuenta Antón López, de la carnicería con el mismo nombre ubicada en la calle Cubo, en Santander, un sector en el que lleva inmerso más de 30 años.
Estos días la tienda luce un aspecto diferente. Ha incorporado una mampara en el mostrador para atender a la gente y una marca en el suelo que señaliza la distancia. El vendedor reconoce que ahora mismo la preocupación se centra en lo que vendrá después porque esto «es una locura». Eso sí, no pierde ni el sentido del humor ni la sonrisa. Tampoco el optimismo. Al menos «el servicio a domicilio nos sirve para amortiguar» el impacto económico, reconoce. Una prestación a la que se han sumado la mayoría de los negocios -no sólo los de alimentación- y que, además, cumple una doble función: reduce las salidas y permite «llegar a más gente».
Estas semanas, quienes se acercan a la carnicería Antón, son «vecinos que viven cerca». Por eso se han encargado de «potenciar» y anunciar a través de las redes sociales que quien quiera, puede hacer su pedido y recibirlo en casa. En el centro de Santander, y en el resto de la ciudad, está todo cerrado, «nadie baja por aquí». Eso, por no olvidar que alejarse de casa sin poder justificar que se trata de un desplazamiento imprescindible, «supone un riesgo de que te multen», recuerda el carnicero. Y es una irresponsabilidad durante la crisis sanitaria.
negocio
Así que el reparto lo hacen después de cerrar -«Vamos por Maliaño, Muriedas...», dice- y los pedidos que son cerca del establecimiento los lleva uno de sus trabajadores durante el día, que se acerca a las casas con el datáfono para cobrar. Casi todos los negocios coinciden: el efectivo ha pasado a mejor vida. Al menos de momento. «No tengo nada de cambio», le comenta Antón López a un cliente. «Nos pagan todo con tarjeta».
Dentro de la carnicería, Antón López tiene una cámara de maduración, una instalación que permite conservar las piezas durante más tiempo y conseguir la mejor textura. «Nada que ver con los productos de grandes superficies». El profesional reconoce que está «encantado» con esta inversión. Al menos el resto del año porque estos días no luce como lo haría en otro momento. «Antes estaría totalmente llena», sin embargo ahora permanece vacía. «A la tarde seguramente pondré un chuletón», contaba el vendedor mientras explicaba la situación de su negocio. El problema es evidente. «No lo puedo llenar porque no viene nadie a ver la pieza y a comprarla», señala.
La situación es complicada y genera dudas tanto en el plano profesional como personal. Pero Antón López sabe sacar aspectos positivos, y hasta divertidos, del estado de alarma. ¿Un ejemplo? La responsabilidad que han adquirido sus hijos, de 17 y 19 años. «Nunca han hecho tantos recados», cuenta entre risas. Ahora que salir de casa está prohibido, salvo en las contadas excepciones decretadas por el Gobierno, el mejor amigo en casa es el perro. Podría decirse que se pegan por sacarlo pasear. Aunque sean cinco minutos, es el momento de coger aire antes de volver al confinamiento. Con más de treinta días de encierro a las espaldas, pisar la calle es ya un regalo.
familia
Y si uno de ellos ha sacado al perro, siempre queda ir al supermercado. Aunque sea una vez a la semana. Así que cuando se acaban las reservas de comida y toca bajar a hacer la compra para llenar el carro, también son sus hijos quienes se apuntan a esa tarea. Lo que hace un mes formaba parte de una larga lista de quehaceres aburridos, es ahora un privilegio. Eso sí, no descuidan sus estudios. Su hija va la universidad en Estados Unidos, pero antes de que la crisis sanitaria estallara y entrara en vigor el estado de alarma, aprovechó y «se vino a Santander». Ahora le toca «terminar el curso aquí», explica el carnicero. Tanto ella como su hermano siguen las clases por internet y pasan la mañana en sus habitaciones estudiando.
En casa, dentro de la situación, toda la familia lleva bien la cuarentena y las restricciones. En general no están preocupados y viven con normalidad. «Mis hijos sobre todo piensan en sus abuelos», cuenta López. Hace semanas que no les ven. No obstante, darle vueltas a la cabeza es algo inevitable al ver las cifras: «Al final terminas pensando también en la situación que viven miles de familias». Al igual que él, su mujer sale a trabajar, así que mientras ellos están en la calle, sus hijos estudian y así ocupan sus días.
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