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La soprano Anastasia Golub posa en el escenario de la sala Argenta, cedida por el Palacio de Festivales para ilustrar este reportaje. ROBERTO RUIZ
La soprano que cruzó Europa gracias a su voz

La soprano que cruzó Europa gracias a su voz

Refugiada ·

Solista de la Ópera de Odessa, su agente en España logró traerla a Santander

Marta San Miguel

Santander

Lunes, 6 de junio 2022, 07:10

A una soprano a la que le gustan los compositores italianos, se le pregunta por el personaje de Mimí, de 'La Bohème', o por la princesa 'Turandot'. Y con ambas asiente y sonríe porque los nombres de los personajes de esas óperas son universales, reconocibles, como cuando dices Maria Callas y se le abren los ojos. ¿Y qué le parece Anna Netrebko? Entonces el gesto de Anastasia Golub (Ucrania, 1979) se endurece y prosigue como si no hubiera escuchado el nombre de la soprano rusa. «Mi preferida es Montserrat Caballé, su técnica vocal era la mejor, aquí en España hay muy buena escuela», dice en un perfecto italiano, porque toda la entrevista sucederá en el idioma que a los intérpretes les obligan a estudiar como parte de su formación vocal, porque es el idioma en el que se mueven por los escenarios del mundo. Al menos así era para Anastasia, soprano solista de la Ópera de Odessa durante 15 años. Su último papel iba a ser precisamente el de Mimí, dice. El 26 de febrero iban a hacer 'La Bohème', pero las bombas que cayeron en su ciudad el día 24 dejaron vacío el escenario, la alejaron del teatro. Y de su país.

Llegó a Santander a principios de marzo, donde un amigo de su representante en España la acogería; gracias a su voz, atravesó Europa durante tres días con sus dos niños de tres años. ¿Por qué decidió salir tan rápido? «Fue por las bombas», dice, «porque no quería que mis hijos escucharan el estallido, las sirenas». Porque en una casa donde lo que se escuchaba era música, el piano en el que ensayaba y practicaba Anastasia su propia voz, se impuso el sonido del horror que empezó la noche del 24 a las 4.00 de la madrugada, recuerda. Pocos días después, su marido los llevó en coche hasta la frontera con Moldavia y allí les dejó, sin posibilidad él de salir de Ucrania: a los dos pequeños buscando las manos de su madre, y las manos de su madre tirando de dos maletas que empujó a lo largo de media docena de países hasta que llegó a Santander.

En Moldavia, en cuya ópera «había cantado tantas veces», se alojó en un apartamento que le prestaron. No conocía Santander, pero fue el destino que ponía en los billetes que consiguió, la ciudad que pronunció su agente, Leonor Gago, cuando le habló de que un amigo español podía acogerlos; «a casa de la representante no podíamos ir porque ya había alojado a una bailarina». Lo que vio pasar por las ventanas del autobús durante tres días fue Europa y sus intentos estériles de parar una guerra de la que habla con un tono seco, sin fijar la vista, y sin llorar. Primero Moldavia, luego Rumanía, después Austria y Francia hasta llegar a España, al país de Montserrat Caballé, dice. El 6 de marzo llegaron y desde entonces se aloja en una casa donde tiene un teclado electrónico para ensayar; ya tienen la Protección Temporal tanto ella como sus hijos, que están escolarizados y se han adaptado «bien», todo lo bien que cabe en una mueca rápida.

Buscar trabajo

¿Qué siente ahora cuando canta el aria de Mimí que quedó pendiente, o cuando escucha 'Turandot', la última ópera que interpretó justo antes de que Putin invadiera su país? «Tengo asociados recuerdos con cualquier aria o repertorio que he cantado, pero ahora tengo una sensación extraña, como si estuviera de vacaciones que no he pedido y que en cualquier momento fuera a volver», dice con cierto grado de estupefacción, porque lo que está viviendo no tiene nada que ver con unas vacaciones: «Llevo sin parar de actuar y hacer audiciones desde 2007, y ahora no puedo actuar ni con un coro porque dicen que les tapo las voces».

Es extraño preguntarle a una soprano por el trabajo que podría hacer en una región como Cantabria, hablando solo italiano, con un espacio como el Palacio de Festivales que acaba de cerrar su temporada. Volver a actuar, dice. Dar clases de técnica vocal, dice. ¿Pero cómo, dónde? Y de nuevo las conjunciones adversativas que ponen en boca de Elena Kurchenko, que sirve de intérprete durante esta entrevista en la que suenan temas interpretados por Anastasia en el móvil, como si todo el mundo previo estuviera ahí encerrado, en esa pantalla por la que «a diario» habla con su familia. «Mi sueño siempre fue tener mi propia escuela de canto», dice sin dejar de teclear el teléfono como si fuera a salir por el altavoz la soprano que fue: «He hablado ya con dos conservatorios de Santander», pero ninguno le ha dado la opción de impartir alguna clase. Por el momento actúa en galas solidarias, en eventos organizados por la Asociación Cantabria por Ucrania, pero no hace falta preguntarle a una soprano si eso es suficiente: «El dinero de la ópera de Odessa se acabó y llevo varias semanas sin cobrar», dice. Y tras su voz el telón se abre, y deja a la vista la realidad refugiada.

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