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El suelo que pisamos

El suelo que pisamos

La dualidad del suelo de Cantabria permite hablar de su peligrosidad con deslizamientos o soplaos en un mismo paisaje cuya estética es a la vez fuente de explotación turística, minera y patrimonio cultural de la Unesco | El argayo de Rionansa o la nueva mina que puede surgir en Viveda son las dos caras de un mismo territorio

Marta San Miguel

Santander

Lunes, 8 de abril 2019, 07:14

El suelo de Rionansa tiene una cicatriz abierta de cien metros de largo. Podría sangrar barro. La ladera amenaza con caer sobre la carretera que comunica Puentenansa con Cosío, y aunque al principio eran centímetros, ahora la anchura de la herida deja ver hasta ... un metro de profundidad. ¿Qué hay detrás de este tajo?, ¿es segura la tierra que pisamos o decimos más a menudo cada vez la palabra argayo en la región? «El término correcto es deslizamiento», matiza el geólogo Miguel Ángel Sánchez. Y no es una matización al uso, fruto de la erudición de un profesor universitario. Detrás de ese término existe un mensaje que normaliza los movimientos de tierra que en los últimos meses han puesto de actualidad estos corrimientos de tierra, que en el caso de los vecinos de San Felices de Buelna, por ejemplo, provocó incluso su desalojo ante el riesgo de terminar sepultados. Entre el miedo y la prudencia de mirar al cielo y sus desagües repentinos, la respuesta pasa por asumir la dualidad del suelo que pisamos, es decir, la paradoja de que la peligrosidad de sus procesos es a la vez una fuente de riqueza económica y visual.

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