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El suelo de Rionansa tiene una cicatriz abierta de cien metros de largo. Podría sangrar barro. La ladera amenaza con caer sobre la carretera que comunica Puentenansa con Cosío, y aunque al principio eran centímetros, ahora la anchura de la herida deja ver hasta ... un metro de profundidad. ¿Qué hay detrás de este tajo?, ¿es segura la tierra que pisamos o decimos más a menudo cada vez la palabra argayo en la región? «El término correcto es deslizamiento», matiza el geólogo Miguel Ángel Sánchez. Y no es una matización al uso, fruto de la erudición de un profesor universitario. Detrás de ese término existe un mensaje que normaliza los movimientos de tierra que en los últimos meses han puesto de actualidad estos corrimientos de tierra, que en el caso de los vecinos de San Felices de Buelna, por ejemplo, provocó incluso su desalojo ante el riesgo de terminar sepultados. Entre el miedo y la prudencia de mirar al cielo y sus desagües repentinos, la respuesta pasa por asumir la dualidad del suelo que pisamos, es decir, la paradoja de que la peligrosidad de sus procesos es a la vez una fuente de riqueza económica y visual.
«El suelo que pisamos puede ser un peligro, un riesgo, un patrimonio o un recurso económico: todo es un enfoque geológico», explica Viola Bruschi, también geóloga y colega de Sánchez en el departamento de Ciencia e Ingeniería del Terreno de la Universidad de Cantabria, donde entre mapas geológicos y programas informáticos observan el del suelo, lo estudian y anticipan su comportamiento. «No creo que haya más argayos que los que ha habido anteriormente. Otra cosa es que tenemos cada vez más infraestructuras y, por lo tanto, todo lo que ocurre desde un punto de vista geológico nos afecta cada vez más en nuestra vida cotidiana», dice.
¿Qué sucede entonces a nuestro alrededor, movimientos que no vemos? El conocimiento, a su juicio, es una forma de protección para el ciudadano pero también para el paisaje: «La gente está alarmada, pero si conoces lo que te rodea y dónde estás viviendo, no tienes que alarmarte, si acaso preocuparte», dice Bruschi. Y cita el Puente del Diablo, icono de su tesis doctoral, que se cayó como parte de un proceso natural, «pero podría haber sido una tragedia: presentamos un documento porque la gente paseaba por encima, se hacía fotos y aquello era endeble». Y en efecto, lo era.
Viola Bruschi | Geóloga de la UC
«Cantabria tiene un paisaje espectacular y factores geológicos magníficos, pero tiene una doble faceta que hay que conocer bien como recurso y como peligro en los procesos geológicos a los que está sujeto para mitigar los riesgos y evitar que pase algo», dice la geóloga italiana, y pone como ejemplo otro deslizamiento costero, el de La Arnía. «Peligrosidad hay, pero el riesgo es otra cosa», dice, y explica cómo los miembros del Greim con los que trabajaron en Sebrango hablaban de que deslizamientos así se daban a menudo en Picos y en la Cordillera, «pero como allí nadie vive, no le prestamos atención».
Al hablar de alarmismo, toca citar el pozo de Totalán, donde la desgracia puso la palabra en todos los titulares. ¿Existe aquí ese riesgo? «No era exactamente un pozo, sino un sondeo de captación de agua con un diámetro muy pequeño, el pozo hace alusión a algo de mayor diámetro», explica Miguel Ángel Sánchez: «A diferencia de Málaga, en Cantabria no hay necesidad de captar agua y con las precipitaciones es suficiente para el regadío o el abastecimiento ganadero, por eso aquí es algo minoritario con respecto al sur de la península».
Miguel Ángel Sánchez | Geólogo de la UC
Sin embargo, aquí la particularidad del suelo calizo hace que nuestro riesgo sea otro, como las dolinas o los soplaos. Es decir, hundimientos. «Cuando hablamos de paisaje kárstico hay que hablar de dolinas. Es una depresión cerrada y circular, como un embudo en mitad del campo, y es la expresión superficial de un proceso que está desarrollándose por debajo. Ahí la gente tira cosas, pero también aparecen animales. Son zonas peligrosas, de ahí la importancia de conocerlas», advierte Viola Bruschi. Y cita el desprendimiento de El Madero, en la Costa Quebrada, «un vacío de 30 metros que no ves venir cuando te acercas paseando por los acantilados». Por eso, dice, «hay que aprender a leer el paisaje para saber lo que tienes alrededor desde el punto de vista geológico (un valle glaciar o un deslizamiento) pero también a lo que te enfrentas».
¿Y cómo es Cantabria? Caliza, un material sujeto a «un proceso muy claro de disolución» y que provoca fenómenos geológicos con cuevas kilométricas, paisajes imposibles y también hundimientos a la vista (las citadas dolinas) fruto de esa horadación interna. Ambos geólogos, miembros del Instituto de Investigaciones Prehistóricas, destacan el potencial del suelo que no vemos: «Tenemos unas condiciones específicas que compartimos con la cornisa cantábrica por el tipo de roca y el clima, y no sólo son paisajes kársticos sino también cuevas donde tenemos evidencia de que había presencia humana hace 60.000 años».
La riqueza, por tanto, no sólo tiene que ver con el rendimiento visual. La duda está, dicen, en hasta dónde llegan las cuevas, dónde acaban los pasillos de piedra, por donde se puede salir... «no está todo estudiado, ni mucho menos». Y por eso los geólogos proponen «desde un punto de vista turístico y deportivo, hacer un inventario para gente experta y otras para visitas menos preparadas», explica Bruschi, con el fin de convertir el laberíntico suelo que pisamos en espacios como El Soplao.
Julio Manuel de Luis | Decano de la Escuela de Minas
La caliza, por tanto, se lee en clave de aprovechamiento turístico como patrimonio geológico, pero también como aprovechamiento económico en cuanto a la explotación de cantera. ¿Y la minería? A punto de iniciar la campaña electoral, uno de los anuncios del presidente Miguel Ángel Revilla fue el inicio de los sondeos en Viveda. Según dijo, se trataría de una inversión de 600 millones de euros y 2.000 empleos si la investigación de Cantábrica de Zinc S.L. que forma una empresa conjunta con Global Amidada SL y la minera canadiense Emerita Resources da los resultados esperados. Ahora empieza la búsqueda, y en palabras de Julio Manuel de Luis, geólogo y decano de la Escuela de Minas de Torrelavega, «la nueva mina es otra gran potencialidad, y ahora lo que están haciendo es prospectar el subsuelo para ver si el mineral que hay es lo suficientemente abundante para que la explotación minera sea viable desde un punto de vista económico».
La riqueza del suelo de Cantabria se traduce también en explotación minera, y si en el sur de la región Cementos Alfa «vive de la transformación de los materiales que se extrae a cielo abierto», en la cuenca del Besaya Solvay tiene una fuente de extracción de caliza. Ahora toca hablar de «la nueva mina», es decir, los dos macropermisos (a la empresa canadiense ya otorgado, y otro para una firma australiana) que abrirá la veda para buscar zinc en el suelo. Sin embargo, ¿cuáles con las consecuencias negativas de las prospección?
Siempre se habla del impacto ambiental, explica Juan Manuel de Luis, pero en ese sentido «cualquier actuación en el territorio genera inevitablemente un impacto ya sea una carretera, un aeropuerto o una mina». Por ejemplo, en la fase de sondeos, que se hacen con recuperación de testigo, «está el agujero, qué se hace con el material que se extrae, qué líquidos se echan ahí para refrigerar», pero ponen una imagen doméstica para explicarlo: «¿Se mancha mucho si hacemos en casa un agujero con un taladro? Pues sí, pero habrá que poner un aspirador debajo», dice, y alude a que antes de llegar a ese punto y dar el permiso de explotación, «hay que encontrar esa bolsa de mineral».
El gran potencial a nivel turístico del subsuelo no sólo está en el material que pueda encontrarse tras esas prospecciones, dice. Además de la riqueza que supone el patrimonio de arte rupestre como el de Altamira o el paisaje subterráneo de El Soplao, la minería a cielo abierto también tiene una palabra más que añadir como Cabárceno, «una antigua mina de hierro». Cuando las cosas se hacen bien, la minería puede aportar terrenos una vez que han sido explotados con la debida inversión. Hay recursos suficientes para que la empresa explotadora después restaure debidamente, porque si se hace bien, el turismo no debe verse dañado».
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