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Apuro estos momentos para escribir, un año más, la carta a los Reyes Magos. Son más de sesenta soñando con esta noche y les aseguro que la ilusión la mantengo intacta desde que en casa me acostumbraron a dejar cerca del Nacimiento los zapatos para ... que SS MM dejaran cerca mis sueños e ilusiones. Bastaba con ser bueno –requisito indispensable– para que alguno de los pedidos en una carta escueta se hicieran realidad. Nunca hubo manifestación más grande que la Cabalgata, nunca. Y ojo que por Santander han pasado el dictador, los Reyes, las proclamas del 1 de mayo y poco más. Porque los cántabros no somos muy de echarnos a la calle en busca de nuestras reivindicaciones o abusos. Últimamente lo del minuto de silencio en horario laboral a eso de las doce parece un punto de encuentro obligatorio. Es una nueva fórmula de pasar lista mientras algún ciudadano susurra: «A ver cuándo esa solidaridad se acentúa fuera de su horario de trabajo». Sería más sentido, dicen.
Esa carta está cargada de ilusión cuando la escriben los más pequeños. Rara es la casa que a comienzos del siglo XXI no tiene su regalo gracias al trabajo y a la reciprocidad de los mayores. Otro cantar son las correspondencias que echan los mayores, bien mediante mensajes navideños o por medio de trolas anuales. Eso no vale, es el equivalente al comportamiento engañoso. Buena parte de esos mensajes están cargados de frases huecas. Literatura simplona aprovechando el ‘feliz Navidad’ reiterado hasta la saciedad en este periodo. Una quincena convertida en coleguismo, olvidando los 364 días restantes. Los mensajes no pueden estar llenos de sueños e ilusiones cuando se ha pasado un año como el que se ha pasado. Queremos ver en el día a día lo que son capaces de hacer, qué leyes han prometido desde hace años sin elaborar, qué solución dan a esos problemas, cuáles son sus prioridades… pero no. Su carta es ‘vamos a hacer’ y… hasta el año siguiente. Se mueven en el buenismo del momento porque conocen muy bien que el ruido mediático dura cuatro días. Así permanecen años y años mientras nuestros niños, ya mayores, se marchan fuera de España –por poner un ejemplo– probando suerte con Santa Claus. No me extraña que los Reyes les sigan trayendo carbón, no merecen otra cosa estos mentirosos parlanchines.
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