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Hace unas semanas quería ser ministro y nadie me hizo caso. Y, claro, con la decepción me olvidé de decirle al presidente Sánchez que había ... otro cargo que me iba como anillo al dedo: delegado del Gobierno, sin más... Sin más cargos, quiero decir. Porque eso de ser delegado del Gobierno, secretario general de tu partido y candidato a presidente de tu Comunidad me viene grande. Me estresa sólo imaginar la conversación mañanera que Zuloaga mantiene con su equipo en plan piña de equipo de fútbol –excluido La Roja, por razones obvias– preparando una jornada cualquiera. Me los imagino repasando la agenda, separando los discursos por carpetas y dejando claro cuáles son los institucionales y cuáles son los del partido para no liarse. Los veo encajando unos actos y otros como buenamente pueden, asistiendo a desayunos, almuerzos y cenas de trabajo, organizando reuniones con sus socios de gobierno para apagar fuegos como el del calendario escolar, que está que arde; buscando huecos para reunirse con los militantes. Y también cuidando cada foto, sonrisa incluida, y cada texto del delegado en las redes sociales.
Sin olvidar que no se puede faltar a las fiestas de los pueblos, sobre todo sin son de alcaldes del partido, a quienes recordará que, aunque le gustaría, no podrá disfrazarse por lo menos en los próximos ocho meses, más menos lo que durará en el cargo. «Nada de vestirse de romano, señor delegado», le advertirá alguno de sus asesores. Y toda esta agenda, con los trajes adecuados para cada ocasión preparaditos en el coche, que el día es muy largo. Qué estrés de agenda. Cuántas reuniones y cuántas comidas y cuántas fiestas y cuántas fotos y cuántos trajes y cuántos… Más o menos mi agenda. ¿Reuniones? Alguna que otra. ¿Comidas? También, las de casa. ¿Fiestas? Cada vez menos, la verdad. ¿Fotos? La de este comentario. ¿Ropa en el coche? Hoy mismo, pero en una bolsa de basura para tirar al contenedor de reciclaje. En resumen, que no doy la talla para ser un 'supercalifragilistico(delega)lidoso' del Gobierno. Para eso hay que valer.
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Ana del Castillo
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