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En su último gran libro, el filósofo estadounidense John R. Searle declara que el tema fundamental del pensamiento contemporáneo es este: «¿Cómo podemos dar cuenta ... de nuestra vida social y mental en un mundo de hechos físicos brutos?». Sin duda uno de los hechos más curiosos de esa relación entre el mundo que nos rodea y la mente que somos (como producto del cuerpo, si usted quiere, pero con la extraordinaria función de la conciencia) es que la historia se presenta como una superposición de fenómenos ondulatorios: económicos, religiosos, tecnológicos, políticos. Esto es algo que compartimos con la realidad sin alma. Por ejemplo, la luz se propaga en ondas, el mar se agita en olas, los virus de la gripe tienen curvas epidémicas. Y también con muchos comportamientos de plantas o animales en su lucha diaria por la subsistencia y la reproducción, que muestran desarrollos cíclicos.
No hay propiamente una ciencia de la política (es decir, algo que permita una tecnopolítica de tipo científico) porque no conocemos bien toda esa mecánica ondulatoria de la sociedad en la historia. Así la política es un arte de intuición, una prudencia para manejarse, en la práctica y contando con el factor suerte, sobre la marejada que forman las ondas de larga duración (como pueden ser las religiosas o las tecnológicas) y las de corta (agitaciones del ciclo político). O las de media: la pasada recesión nos ha enseñado que no nos vamos a librar nunca del funcionamiento ondulatorio de la economía. En política no sabemos cuándo tocan las campañas de vacunación.
Considere usted cuatro recientes noticias de Cantabria que guardan relación con ciclos de diferente duración. Primera: la fábrica de Solvay en Barreda se plantea abandonar el carbón y pasar a otras fuentes de energía. Segunda: la proliferación de animales salvajes cerca de pueblos y ciudades. Tercera: los anuncios de inversiones públicas. Y cuarta: las discusiones sobre ingresos de los políticos o limpieza de las contrataciones.
En el primer caso, la onda de base es el cambio climático, para cuya mitigación la Unión Europea ha fijado importantes compromisos, que por la escalera descendente se transforman en objetivos de Cantabria. Solvay es un muy destacado emisor de gases de efecto invernadero, y la causa esencial es que consume carbón. Por tanto, sobre el ciclo natural hay un ciclo político de respuesta, que utiliza un ciclo tecnológico que aplica usos energéticos alternativos o menos agresivos. Lo chocante aquí es que es Solvay quien, por supervivencia de la producción, promueve el cambio energético y pide ayuda pública. No parece que existía conciencia clara de nuestra autonomía ambiental de que Solvay era un problema de efecto invernadero y que había que dirigirse a él proactivamente para que modificara sus sistemas.
Otra onda ascendente es la de la fauna salvaje, que se beneficia de dos ciclos diferentes, el político y el demográfico. Por un lado, la extensión del humanitarismo a los animales favorece una mayor reproducción. Como, por otro lado, la onda demográfica humana de muchas zonas está cayendo en picado, no hay vecindario bastante para mantener a distancia a los animales salvajes. De noticia curiosa ha pasado a noticia constante: osos, lobos, buitres, jabalíes, hacen su aparición en las zonas habitadas. El alcalde de Cillorigo se puede encontrar en el Ayuntamiento lo mismo un concejal que un oso, y más le vale que no sea de la oposición (el oso). Si no cambia el ciclo político hacia un nuevo equilibrio en la gestión de la fauna ibérica, estos conflictos serán cada vez mayores. Un tercer grupo de noticias se refieren a inversiones públicas. Hemos entrado en una onda que coge altura, una gran vaca de la obra civil. Las administraciones tienen más dinero para gastar. Es cierto que hay un conocido ciclo electoral de las obras, el Cuatrienio, que en el año 3 alcanza la cresta de la ola, con inversiones que luego se ponen en servicio en fechas próximas a las elecciones, después de las cuales viene un bajón espectacular. Los contratistas lo saben bien: es estupendo que haya elecciones a la vista, y horroroso que hayan pasado las elecciones. Pero esta ola de legislatura se junta con otra que pertenece a las inversiones de larga gestación, como autovías, ferrocarriles, puertos, grandes equipamientos. Aquí parece que Cantabria va a ir pasando de la nada más deprimente a un periodo de grandes actuaciones que puede durar casi una década, y que posiblemente lleve asociada una creciente inversión privada.
Por último, están las noticias sobre la buena fortuna del presidente con sus libros, o el detalle de los discretos emolumentos del ministro, o los contratos sanitarios, etcétera. Todo esto procede de una onda hipernómica (apego extremo a las normas) que fue desencadenada por la crisis económica. Siempre que hay crisis se corre la cortina y se descubren los manejos que, en la época de vacas gordas, eran invisibles. Podemos y Ciudadanos son el resultado electoral de ese nuevo estado emocional que exige políticos inmaculados, y de ahí el error de Pablo Iglesias con su chalé con piscina en la zona pija periurbana de Madrid. No le costará el cargo, pero sí escaños. Vilfredo Pareto, economista y sociólogo italiano, señalaba el puritanismo ético como una pleamar del sentimiento «religioso». Ante la desorganización del mundo, seguir las normas a rajatabla nos protegerá, creemos. La hipernomia es fruto de la crisis; cuando todo va bien, es más fácil condescender. Por eso hoy lo más importante es el informe jurídico, y el nuevo poderoso es el abogado público o el técnico firmante de turno, y últimamente quien valora esos informes, o sea, el tribunal. La hipernomia también es un Saturno que devora a sus hijos, no debe olvidarse.
Así que, por mucho afán que se ponga en las obras, la necesidad de surfear la onda climática, la eco-demográfica y la práctico-ética no va a desaparecer. La política es más difícil que nunca, como el surf sobre olas que se entrecruzan. Luego el programa más necesario de I+D+i no está ni se le espera.
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Ana del Castillo
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