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Los visitantes que se acercan por primera vez a la playa de Usgo, en Miengo, se sorprenden por la tonalidad del agua. Dependiendo del día, esta puede oscilar entre el turquesa y el verde blanquecino que contrasta con el azul más intenso del Cantábrico, ... si se desplaza la mirada unos cientos de metros mar adentro. Esta mancha cromática se extiende en ocasiones hasta las playas de la cercana Liencres. Es lo que viene sucediendo con más intensidad de la habitual desde la semana pasada. Los surfistas, submarinistas, pescadores y vecinos lo achacan «a la contaminación de Solvay», que vierte a 700 metros de la costa los restos cálcicos del proceso de producción de su planta de Torrelavega. La empresa, por su parte, afirma que «no ha habido ninguna anomalía» en los vertidos y que la coloración «puede deberse a que el oleaje, las corrientes y los vientos hayan revuelto los sedimentos inertes depositados por el emisario submarino».
Lo que a los turistas llama la atención por el aspecto caribeño de la playa, para los habitantes de Miengo pasa prácticamente desapercibido. «Llevo toda la vida viviendo aquí y siempre ha sido así. Antes de que construyeran la canalización aún era peor, ya que lo echaban a pie de playa», cuenta Pepe García, que ayer al mediodía observaba la playa desde el aparcamiento del arenal. «La contaminación es continua», relata José Gutiérrez, surfista habitual de esta zona. «Durante años he cogido olas aquí, porque me gusta, pero meterte en el agua es una guarrada. Sales completamente blanco. Incluso si vienes sólo a pasear por la orilla sales con los pies o las chanclas llenas de cal», afirma.
José Gutiérrez - surfista
Luis Hervella - Solvay
Consejería de Medio Ambiente
La zona donde Solvay tiene el emisario está muy próxima a las cinco islas con las que cuenta Miengo –Conejos o Cabrera, Pasiega, Casilda, Segunda y Solita– y, como ayer, el azul turquesa tiñe todo su perímetro. «Cuando el agua está así, que no siempre sucede, apenas se ve nada al sumergirte. Únicamente distingues bolitas blancas que flotan y que complican la visión. Eso nos obliga a elegir otros puntos de inmersión para realizar nuestras actividades», explica Juan Manuel Portugués, del Centro de Buceo Calypso, que tiene su sede en la playa de Mogro. «Lo peor, cuando aparece este aspecto de contaminación, es que los peces no pican. Con el color normal del agua les cuesta más descubrir el anzuelo en el cebo», cuentan José María Morilla y Encarni Sañudo –dos de la media docena de pescadores que había ayer por la mañana en la playa– mientras preparan los aparejos.
La multinacional belga Solvay alega, según explica Luis Hervella, director de Recursos Humanos y responsable de Comunicación de la planta cántabra, que los vertidos «son los restos de las arenas calizas que utilizamos en la fábrica, carbonato y cloruro cálcico, que dan ese color verdoso». Aunque puntualiza que «son completamente inertes y no son tóxicos». La Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria, por su parte, «no ha recibido ninguna denuncia por emisiones anómalas durante estos días en esta zona del litoral», por tanto, no investigará este fenómeno que es sobradamente conocido.
Hasta la construcción del emisario submarino, que entró en funcionamiento hace diecinueve años, los restos cálcicos se vertían directamente a un lado de la playa, lo que provocaba una densa mancha blanca que causaba un gran impacto paisajístico porque revestía las rocas de una costra blanca. Por esta razón, Solvay decidió alargar la canalización para deshacerse de los despojos 700 metros costa adentro, a una profundidad de unos 14 metros, sobre un lecho arenoso. La empresa gastó unos cinco millones de euros de la época en la instalación de las cañerías de acero inoxidable –para evitar la corrosión del salitre– de medio metro de diámetro.
Desde entonces, vierte al mar toneladas de residuos sobrantes, a través de la conexión que parte de las instalaciones de Barreda, tras un recorrido de unos ocho kilómetros. Además lo hace a una elevada temperatura, como se puede comprobar con sólo posar la mano en las tuberías que acaban su recorrido visible en el arenal de Miengo. «El líquido se va enfriando durante el trayecto y prácticamente se pone a temperatura ambiente en cuanto entra en contacto con el mar Cantábrico», explica Hervella.
«Esta deposición altera las características físicas y químicas y modifica la columna del agua por la temperatura y los residuos», explica Antonio Punzón, biólogo marino y científico residente en Miengo. «Para comprobar realmente los efectos que causa en la fauna y flora marina, sería conveniente estudiar otros sitios cercanos donde no lleguen los vertidos. Así observaríamos las diferencias en un lugar como este que, en teoría, goza de tanta protección», recalca. La zona que se tiñe de color turquesa alberga dos figuras europeas encuadradas dentro de la Red Natura 2000, ya que está considerada Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y dispone de una Zona Especial de Protección de Aves (ZEPA) frente a las cinco islas del municipio de Miengo. Además, ocupa gran parte del territorio marítimo del Parque Natural de las Dunas de Liencres y Costa Quebrada.
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