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Quién iba a pensar que aquel paseo mañanero, en pleno fin de semana de reencuentro tras los dos años de pandemia, se iba a torcer hasta el punto de que, dos meses después, tres de sus protagonistas aún se recuperan de las secuelas. «Ya ... podemos cambiar de postura en la cama sin mucho dolor y caminar como ancianos», cuenta Fernando, uno de los que salió peor parado del «susto de muerte» que les tocó vivir en la playa de Usgo, cuando las olas les sorprendieron y acabaron arrastrándolos contra las rocas. «Fuimos cayendo uno tras otro al tratar de ayudarnos».
Ocurrió el 12 de diciembre. Demetrio, Paco, Gerardo, Miguel Ángel y Fernando, un grupo de amigos desde la adolescencia -coincidieron en el mismo instituto de Palencia- que 35 años después mantiene una estrecha relación pese a las distancias, se habían citado en Cantabria, aprovechando que uno de ellos tiene casa en Cuchía, «zona de la que está perdidamente enamorado». «Con los años hemos seguido distintos derroteros y ya ninguno vivimos en Palencia. Estamos repartidos entre Logroño, Valladolid, Vigo y Santander», señala Fernando, que es el «cántabro de adopción». Antes de que el covid interrumpiera sus quedadas periódicas, los planes también incluían a esposas e hijos, pero esta vez decidieron verse ellos. «Los chicos solíamos hacer rutas en bicicleta muy suaves en las que con frecuencia se asociaba una buena comida para recuperar fuerzas. Pero desgraciadamente uno de nosotros (Gerardo) tiene una enfermedad degenerativa muscular y caminar cada vez se le hace más difícil, con lo que, si viene, las bicis se quedan aparcadas y los recorridos andando se han ido simplificando».
Precisamente, por esa razón aquella mañana de domingo, que «amaneció un día radiante», se eligió un itinerario sencillo «para que nuestro amigo nos pudiera acompañar sin problema con su bastón»: el camino por el que discurren las tuberías de drenaje al mar de Solvay, «con un hermoso paisaje costero» alrededor. «Había un buen número de personas disfrutando del buen día. No había fuerte oleaje», relata Fernando, neurólogo del Hospital Valdecilla. Llega un punto que ese trayecto «continúa entre unos pináculos de roca. No podíamos seguir más; así que nos dimos la vuelta para regresar sobre un suelo que estaba seco y sin signos de que llegaran a allí las olas». Pero, de pronto, «oímos el ruido del agua entre los pináculos de roca. El instinto fue salir corriendo y a mí me mojó de arriba abajo. ¡Cuántas veces hemos visto que una ola sorprende a un viandante y lo moja sin más trascendencia en una zona de poco peligro como parecía ser esa!».
Sin embargo, cuando Fernando se dio la vuelta «para compartir las risas de la caladura», vio a Gerardo en el suelo, que no se podía levantar. «Sin pensarlo, me fui a buscarle para ir a una zona segura. No sirvió de nada, una segunda ola, a pesar de haber perdido fuerza entre las rocas de la punta, nos arrastró en el retorno tras chocar con el murete que protege las tuberías de Solvay y nos lanzó con fuerza a las rocas anexas al camino, que por suerte no están mucho más bajas». Ambos desaparecieron de la vista del resto de la cuadrilla. «Miguel Ángel estaba cerca y se acercó para ver dónde estábamos y ayudarnos. Pero a él también le arrastró otra ola y le lanzó más lejos aún, aproximadamente a cinco metros del borde del camino y, afortunadamente entre las rocas y no en el agua, donde enseguida le hubiese arrastrado el mar».
Demetrio y Paco, que caminaban más alejados, «estaban aterrorizados». Mientras el primero llamaba al 112, el segundo se acercó con cuidado y localizó a sus amigos encajados y magullados entre las rocas. «Allí abajo nos protegíamos impotentes de otras olas que rompían. Uno con debilidad muscular por su enfermedad, yo con un dolor intenso en la espalda (siete costillas rotas) y sin fuerza en un brazo y el tercero con fractura de tobillo, hombro y pelvis. Por nuestros medios no salíamos», recuerda Fernando.
En décimas de segundo, «Paco sacó fuerzas para irnos subiendo a pulso con el apoyo de Demetrio desde arriba y vigilando cuando llegaban las olas para protegerse. Primero Gerardo, que estaba más cerca y parecía no tener una gran lesión. Después Fernando y, seguido, Miguel Ángel, al que las olas le habían arrancado de cuajo los pantalones y los zapatos. «Al poco tiempo llegaron las ambulancias y el concejal responsable de Miengo. Todos nos trataron fenomenal, con mucho cuidado y cariño. Nos trasladaron al Hospital de Sierrallana, donde el trato siguió siendo inmejorable».
Tras cierto «desconcierto» inicial, al desconocer que Miguel Ángel había sido remitido a Valdecilla, «ya estábamos los amigos lejos del peligro de las olas. Faltaba que Paco y Demetrio, que estaban asustadísimos, comunicaran lo ocurrido a las familias». Ahora que la evolución ha sido «buena», confían en «poder celebrar todos juntos que ahora tenemos dos cumpleaños: el de siempre y el común del 12 del 12».
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