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Antes no los conocía casi nadie. Los del pueblo. Ahora, todo el mundo. Su ubicación es un secreto a voces. Basta con seguir los pasos de los numerosos bañistas que, en chanclas y con toalla al cuello, se dirigen hacia el puente. Son los pozos ... termales de La Hermida. Los que se encuentran frente al balneario. «Las termas del pueblo», sentencia un vecino. Apenas cuatro piscinas naturales en el río Deva de las que mana agua a casi sesenta grados centígrados. «Tiene las mismas propiedades que el de ahí, solo que aquí nos sale un poco más barato», afirma Juan, montañero, que acaba de regresar de hacer una ruta por Picos de Europa.
Internet ha hecho más pequeño el mundo y, de paso, ha acabado con el boca-oreja. Hace años este era un rincón solitario. Muy pocos conocían la magia que desprende. Los lugareños solo se lo descubrían a los más allegados. Poco a poco fue cogiendo fama hasta convertirse en parada obligatoria para aquellos que buscan experiencias diferentes a su paso por el desfiladero rumbo a Liébana. Para los que aún no hayan estado, es mejor tener varios aspectos en cuenta. «Quien piense que este es un lugar paradisíaco y solitario, que se olvide», comenta María. «Vengo con frecuencia y en julio, pero sobre todo, en agosto, a veces hay cuarenta personas metidas en el agua», apostilla. Tiene razón.
Hay horas punta en las que disfrutar del baño se hace casi imposible. La gente se arracima en torno a los chorros subterráneos que surgen justo debajo de una de las zapatas del puente. Los bañistas han ido colocando cantos rodados unos encima de otros. Para mantener más la temperatura. «Ahí no hay quien se meta. ¡Quema!», cuentan Andoni y Egurne. Son escaladores. Tras varios días pegados a la piedra caliza han parado para refrescarse. «Es maravilloso. Primero agua caliente y, después, agua fría del río. Es reparador», añaden. El acceso tampoco es fácil. En el puente, frente al balneario, hay que bajar por la derecha y superar varios desniveles. Tampoco hay sitio para dejar la toalla y la ropa. Algunas prendas cuelgan de las ramas de los árboles de la ribera.
«Lo peor de todo es la falta de civismo», explica un bañista mientras muestra restos de velas y cristales rotos. «Está muy bien eso de experimentar veladas románticas en plena naturaleza, pero, claro, cuando te marches, llévate todo lo que trajiste», sentencia. Encontrar aparcamiento en esta localidad de Peñarrubia ya es, de por sí, complicado. Por las tardes, en verano, imposible. Es la hora de mayor afluencia. «Todos los que bajan de Potes aprovechan al pasar para darse un baño», explica Miguel. «Nosotros, los del pueblo no solemos ir», dice misterioso. No quiere desvelar su secreto. Los de allí saben de otros puntos del río donde brotan chorros con la misma temperatura y propiedades. «Hasta que alguno lo cuelgue en las redes... y adiós», dice con cierto pesimismo.
Para poder disfrutar en los pozos termales de La Hermida es necesario que el Deva no baje crecido. Esto descarta bastantes meses del año. Incluso una parte de julio. Al menos, este año. Hasta mediados del pasado, el caudal aún estaba demasiado alto. Las últimas nieves tardaron en fundirse. Resultado: el río cubría las pozas por completo.
La Hermida cuenta con otros reclamos turísticos: sus vías ferratas. Aunque las más conocida es la de 'Los Puentes' hay otras también atractivas. Cueva Ciloña, Peñarruscos y Pozo del Milar. Sus niveles de dificultad oscilan entre medio y alto. En el pueblo hay varias empresas que se dedican a proporcionar el material adecuado y el guiaje para quien desee experimentar la verticalidad en estado puro.
«Son las sensaciones de escalar pero con una mayor seguridad y, por supuesto, con muchísima menos esfuerzo», explica Eva, que acaba de terminar una de las rutas aún con el casco, el arnés y el disipador de energía puesto. Lleva prisa. Quiere ir a otro de los encantos de los alrededores. «El mirador de Santa Catalina, no me voy nunca sin subir», añade. Esta a varios kilómetros por la carretera camino del valle del Nansa. Entre Cicera y Piñeres. Para llegar hay que atravesar un pequeño bosque. El premio son las vistas. Una de las mejores estampas de esta garganta que excava el Deva.
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