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Lo confieso, me obsesiona el reciclaje. Desde hace tiempo mi mundo se divide en colores: azul (papel), amarillo (plásticos y envases) y verde (vidrio). Me duele ver una botella o una caja de cartón en el contenedor normal, y ya me han reñido advirtiéndome que ... parezco un indigente recogiendo cosas de la basura para colocarlas en su correspondiente lugar. Pero yo sigo en mis trece, porque este hábito no sólo es producto de una concienciación medioambiental tan necesaria como imparable. También es una filosofía de comportamiento que respeta los objetos por la utilidad que nos han prestado y que, como dice el eslogan promocional, merecen «una nueva vida».
La conveniencia de transformar en vez de tirar también puede aplicarse a otras facetas que cabalgan sobre la historia y las ideologías. El Campeonato de Europa de Atletismo que estos días se ha celebrado en el estadio olímpico de Berlín nos habla de ello. Este estadio, levantado en 1936 por el régimen nazi, continúa en pie con el amplio paseo de llegada, la piedra oscura inspirada en el Coliseo romano, las seis torres en homenaje a los pueblos germánicos, la campana con el águila imperial y las estatuas de Arno Breker, el escultor de Hitler. Se pensó en destruirlo y construir otro, pero los alemanes nos han dado un ejemplo transformándolo con sus remodelaciones en un símbolo de concordia muy diferente a la exaltación que se buscó en origen. Es cuestión de evocar, por ejemplo, el gran salto de Jesse Owens sobre el racismo que se produjo en ese mismo estadio.
En España la epidemia de destruir continúa su expansión. Estatuas, monumentos, cruces grandes y pequeñas, nombres de calles, incluso páginas de la historia que algunos nacionalismos tratan de imponer desde la fantasía de sus intereses, son víctimas de la afición partidista de romper cristales. Este 'deporte', que en un principio nos sugestiona por su impacto y sonido mágicos, luego nos impide caminar libres, descalzos y unidos por la senda de un futuro sin rencores y sin trozos de cristal que puedan ensangrentar nuestros pies. Mejor, transformar.
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