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Tobi no puede soportar estar separado de su dueño, Luis Jorrín, al que hace cuatro años ingresaron en la Fundación Residencia de Ancianos San Francisco, en Reinosa. El no verse cada día y a todas horas les repercute a ambos. A Luis, que echa mucho en falta la compañía de su mejor amigo, y al perro, que como animal que es, hace unos días no pudo aguantar y acabó escapándose de casa, siguiendo el rastro de otra usuaria del centro de mayores, y se plantó en las puertas del edificio. Allí esperó hasta que bajaron a Luis y pudieron achucharse. «Vino aquí a verme. ¿No es para comérselo?».
Una enfermedad degenerativa obligó a este campurriano –«de dieciocho años, pero al revés», apunta divertido– a abandonar su hogar e ingresar en el centro de mayores del municipio. Desde entonces, su mujer Yoli y Tobi viven solos en casa, aunque Luis, que ahora se mueve en silla de ruedas, los visita con frecuencia. «Cuando voy a verlos, el perrín no se aleja de mí. Lleva conmigo desde que nació y no nos habíamos separado nunca, siempre estaba a mi lado. Así que ahora me echa en falta». «Yo también mucho a él», añade.
Luis Jorrín
Dueño de Tobi
En uno de esos arrebatos de amor, el animal (mestizo de nueve años, negro azabache y con el pecho blanco) se escapó de casa y salió a la calle en busca de Luis, con tan buena suerte que se cruzó con una usuaria de la residencia San Francisco que estaba dando un paseo. Su olor le resultó familiar. A paso lento y siguiéndola de cerca, recorrió un kilómetro y medio por tramo urbano, con coches y peatones por todos lados. Cuentan testigos que mantenía con ella la distancia por el Parque de Cupido. «Creemos que al perro le resultó conocido el olor de la residencia. La mujer salió a pasear a las cinco y media de la tarde y antes de las seis el perro ya estaba aquí, esperando sentado, respetando las puertas eléctricas que se abren y se cierran automáticamente, viendo salir y entrar gente a la recepción», explica Virginia Arenal, fisioterapeuta de la Fundación, que reconoció a Tobi y que avisó a la mujer de Luis, Yoli, de que el animal estaba allí, «ya lo estaba buscando, estaba preocupada».
Tiempo compartido
Arenal comparte muchos ratos de rehabilitación con el anciano y sabe del afecto que tiene a los animales. «Siente gran cariño hacia cada uno de ellos, tiene grandes anécdotas y presume de que Tobi es un buen guardián y que a él le quiere mucho, como hemos podido comprobar con la visita sorpresa que hizo al centro», señala la sanitaria para quien la fidelidad de los perros hacia sus amos «es la forma más pura de amor que existe, su lealtad no depende de tus errores ni de tus éxitos simplemente están ahí, presentes y constantes».
Virginia Arenal
Fisioterapeuta de Luis
La fisioterapeuta hace memoria, por si recordara alguna otra visita de Tobi a la residencia, pero solo alude a una ocasión, cuando fue de paseo con la hija de Luis. Lo que demuestra que el perro no solo tiene un gran olfato, también una muy buena memoria. Pero para su dueño es mucho más que eso, «parece una persona, lo entiende todo». Es igual de listo que su madre, una perra llamada Zagala que también cuidó y mimó este campurriano cuando su trabajo como gruista en la histórica factoría siderúrgica de La Naval, hoy Forgings & Castings, y los arreglos que hacía de acá para allá en casas de Reinosa, se lo permitieron.
El secreto de Luis
«Cuando me dijeron que Tobi estaba en la puerta de la residencia esperando desde hacía un rato para verme me emocioné mucho, aunque también me preocupé porque le podían haber atropellado en su aventura», dice Luis, que explica cómo nada más verle su perro «se puso como loco» y comenzó a mover la cola y a soltarle lametones en la cara. «¿Te cuento un secreto?», pregunta el octogenario al otro lado del teléfono. Claro. «Si pudiera, ahora mismo, en cuanto cuelgue, también me escapaba de la residencia para estar con él».
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