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Formó parte de una generación que empleó gran parte de su energía vital en el trabajo. El esfuerzo diario y mantenido, sin apenas descanso, para sacar a la familia adelante. Un acto de amor en forma de sacrificio que legó a los suyos un futuro mejor. Un ejercicio de resignación que puso en segundo plano el 'yo' para apostar por el 'ellos'. Así fue la trayectoria de Lucía García Cagigas, a la que todo el mundo en Colindres conocía y llamaba cariñosamente Luchi. Falleció el lunes a los 87 años víctima del covid. «Trabajó de sol a sol por nosotros», recuerda con una calma triste su hija Lucía.
«Siempre nos decía que no la daba tiempo a pensar. Salía de trabajar de un sitio y entraba en otro. Se levantaba al amanecer y se acostaba ya de noche», recuerda su familia. No le quedó más remedio. Ya de joven la vida le golpeó de lleno. Nació en Bárcena de Cicero. Su padre, que era albañil, murió atropellado por un coche cuando iba en bicicleta. Dejó seis hijos. Una hermana de Lucía murió de tuberculosis, así que quedaron cinco. Un hermano vivía Santoña, otro en Bilbao, otro en Santander y una hermana en Navarra. Luchi acabó en Colindres, adonde se trasladó cuando se casó. Lo hizo a temprana edad. Tenía 18 años. José Luis Zubillaga fue su marido hasta que falleció siendo muy joven. José Luis se sometió a una operación que le acabó provocando la muerte. Luchi enviudó a los 36 años, así que no le quedó otro remedio que armarse de valor y encarar el futuro sin pensarlo. Tenía tres hijos a los que criar: Lucía, Emi y José Luis. También vivía con ellos, en el piso que compraron en Colindres, la abuela. No cobraba ningún tipo de pensión, así que se encargaba de cuidarlos y atenderlos. Luchi trabajó en una conservera en la época en la que los procesos estaban menos automatizados. «Por entonces, las mujeres descargaban los camiones, ponían las piedras en los barriles, metían la pesca...», explica Lucía. «Mi madre tenía la espalda deshecha, rota toda por todos los sitios. Por eso andaba encorvada», añade.
No era su único trabajo. Cuando salía de la fábrica de pescado, iba a limpiar la gasolinera de Colindres. Y, en los huecos libres, hacía lo mismo en casas. «Estuvo muchos años yendo los fines de semana a un chalé en El Sardinero. Y después comenzó en otro en Cerrazo, que era de la misma familia», cuenta su hija. «La querían muchísimo y siempre la trataron como a una más. Era muy apreciada», apostilla.
Luchi no se jubiló hasta que tuvo cerca de 73 años. Fue cuando comenzó a disfrutar un poco más de la vida. Con los hijos criados, las preocupaciones ya eran menos. «Le gustaba mucho andar. Salía a caminar y marchaba hasta lo que nosotros llamamos El Regatón o hasta la playa en Laredo», cuenta su hija.
Vivió en el piso de Colindres hasta que la falta de movilidad -el piso no contaba con ascensor- le hizo mudarse a Carasa, al domicilio de su hija mayor. «Cuando estuvo aquí, por las tardes íbamos a Colindres a casa de una amiga y tomábamos café juntas y echábamos la partida. Jugábamos al chinchón. Lo hacía muy bien», explica. Siempre fue muy activa, recuerdan los suyos. «Se apuntaba a todos los cursillos que hacía el Ayuntamiento, recopilaba canciones de las murgas, hacía sudokus, crucigramas, sopas de letras... Siempre tenía algo entre las manos. No le gustaba estar parada. También cosía, hacía punto...», cuentan.
Pero lo que más recuerda su familia es su buen carácter. Pese a los embates de la vida, nunca perdió la sonrisa. «Siempre estaba de buen humor y sonreía. Nunca riñó ni discutió con nadie. Todo le parecía bien», recalca su hija. «Lo único que le importó en la vida fueron sus hijos, sacarlos adelante», subraya.
En Colindres era muy conocida. De profundas creencias religiosas, tras su fallecimiento colgaron un escrito en su honor en la puerta de la iglesia. «Siempre que salía de casa se santiguaba y en su mesita tenía cinco o seis imágenes», explica Lucía. Como buena colindresa y trabajadora del mar, era devota de la virgen del Carmen. «No se perdía ninguna procesión y acudía a la misa en la cofradía. Era su patrona y sentía una grandísima devoción», añade.
A Luchi le dio tiempo a disfrutar de sus nietos. «Óscar, mi hijo mayor, por ser el primero, ocupó un lugar relevante. Después vinieron los dos de mi hermana y el mío pequeño, a los que también quiso con locura», afirma Lucía. «Tuvo tres bisnietos que pudo disfrutar. A la pequeña la llamaba 'princesa'», apostilla.
La playa era otra de sus aficiones. Su hijo le pagaba todos los años dos o tres meses de estancia en un hotel en Benidorm. Viajaba en invierno para escapar de los rigores del clima en Cantabria y mejorar su artrosis. Allí se juntaba con gente de Colindres y Laredo que hacían lo mismo. «Tenía muchos amigos porque, allá donde iba, siempre se hacía querer. Era muy abierta y siempre tenía una palabra agradable para todo el mundo», explica Lucía. «Mi madre ha sido feliz. Siempre se conformó con muy poco», concluye apenada su hija Lucía.
Correo electrónico de contacto. Si ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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