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«Y los de los hoteles decían que no estaban contentos porque no había gente... ¡Si está Santander lleno!» A esta mujer que paseaba por los Jardines de Pereda y que acababa de leer en el periódico las malas previsiones del sector hostelero para una Semana Santa en la que la ocupación no pasará del 75%, cuando lo normal en esta época del año es rozar el lleno total, no le encajan los datos con lo que veía en la calle. Porque es verdad que ayer la postal del centro de la capital estaba mucho más concurrida que en los días anteriores, pero la señora no había descontado a los locales que salieron para aprovechar un sol inédita en muchas semanas, a los estudiantes que ayer ya tenían vacaciones y a los padres que pidieron el día libre en el trabajo –Cantabria es una de las pocas comunidades autónomas en la que el Jueves Santo no fue festivo– para estar con los hijos.
El resto, esos sí, eran turistas. Había, pero menos de lo habitual en estas fiestas. La prueba es que ayer en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno o en localidades puramente turísticas como Santillana del Mar, Potes o Comillas sí que se apreciaba cierto ajetreo, pero sin agobios ni colas. Sólo en la A-8 a la altura de Catro Urdiales y en el cruce de autovías de Torrelavega hubo a mediodía algunas retenciones, inferiores a los dos kilómetros. La mayoría de vizcaínos, alaveses, burgaleses, palentinos o vallisoletanos que optaron por un destino cercano y que en su mayoría ya conocían a pesar de la amenaza de mal tiempo.
A los foráneos se les reconocía por el acento –además del vasco también se oía mucho gallego, madrileño y en menor medida andaluz–, por el afán de agotar la batería del móvil a base de fotografía, por las guías y mapas de la ciudad bajo el brazo y por las mochilas a cuestas. María José García y Gema Ramos, dos amigas madrileñas, a eso de las 12.00 horas, lo que arrastraban era la maleta. Ellas, que optaron por dejar el coche en casa para no sufrir los atascos de la vuelta, acababan de salir de la estación de tren y antes de pasar por el hotel decidieron acercarse a ver la bahía aprovechando el sol –calor sólo un poco y donde no daba la sombra– antes de que se cumplieran las previsiones: «Claro que las hemos mirado, pero nos da igual. Traemos botas y paraguas, por si acaso, pero vamos a patear Santander aunque caigan chuzos de punta».
El factor meteorológico es el que ha hecho que, según han explicado desde la Asociación de Hostelería de Cantabria, muchas personas que habían elegido la región para pasar las primeras vacaciones del año cambiaran de opinión en el último momento y llamaran a los hoteles para cancelar sus reservas. «Pues parece que, una vez más, Cantabria ha decidido llevar la contraria a la predicción meteorológica», se podía leer en las redes sociales de Cantabria Infinita.
Siempre hay excepciones. Miguel Ogaza y Maribel Rodríguez, madre e hijo, han venido a la región no a pesar de la previsión, sino por ella. «Queríamos unos días de tranquilidad y desconexión. Somos de Lugo y buscábamos un poco de buen tiempo. Vimos que iba a haber lluvia, pero también sol, y acertamos. Mira con qué mañana más buena nos hemos encontrado. Allí está cayendo una...», comentaba ella. No sólo estaban contentos con el tiempo, también con poder ver en el mismo paisaje el mar, la playa, los valles y las montañas nevadas, con un Centro Botín «que tiene que tener mucha afluencia, porque está muy bien», o con otros lugares de Cantabria que ya habían visitado años atrás o durante la jornada del miércoles. Encantados, «todo precioso». Parecían puestos por la Consejería de Turismo.
Menos efusivos, pero igual de convencidos de su devoción por Cantabria, estaban Ana Ruiz de Alegría y su familia. Ellos tienen estos días el campamento base en Comillas, donde veranean habitualmente. Desde allí han planeado distintas excursiones. Hoy, por ejemplo, irán a Suances. «Al que no conozca esto igual le echa para atrás el mal tiempo, es normal. Nosotros ya estamos acostumbrados», afirma esta vitoriana reforzando esa tesis de que muchos de los que ayer estaban en Cantabria eran repetidores. En una encuesta rápida, de diez turistas, sólo uno, Marcelo de Castro, un brasileño asentado en Madrid que ha optado por alojarse en Miengo, se estrenaba en la región esta Semana Santa.
Repite María Eugenia Fernández, que además de trabajar durante mucho tiempo en el hospital de Laredo tiene familia en Santander y cada vez que puede se acerca a hacer una visita; repite Álvaro Fernández, un bilbaíno que ha venido con dos amigos «sólo ha pasar el día, porque el presupuesto no da para más», y también repite Julia Sánchez, integrante de un grupo de jubilados de Pontevedra. «A mí me encanta esto, pero quiero decir a los cántabros una cosa que ha empeorado desde la última vez que les visité. El Centro Botín. Yo lo tiraría al mar», afirmaba mientras espera su turno para subirse a la pedreñera –ayer muy solicitada– y la mayoría de sus compañeras se las echaban encima y le llevaban la contraria. «No le hagas caso, eso no lo pongas en el periódico», le corregían. Pero vamos, que volverá.
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