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Hay algo profético en el hecho de que el primer caso de covid registrado en Cantabria fuera un 29 de febrero. En los años que han seguido a aquel 2020 bisiesto, la ausencia de ese día en el calendario ha sido la constatación del deseo colectivo porque nunca hubiera existido, como si se pudiera borrar ese primer caso confirmado: el de una ciudadana italiana residente en la región, que había viajado a su país quince días antes. Que no hubiera existido ese 29 de febrero, como tampoco aquel día en el que Wuhan apareció en el mapa mental del mundo al radicar ahí el origen de una «extraña neumonía» y, con ella, el apelmazante contexto sanitario que, en Cantabria, hoy cumple tres años desde que se confirmara el primer positivo.
La joven italiana tenía síntomas leves y permaneció aislada en el Hospital Valdecilla; fue la paciente cero y superó la enfermedad, pero menos de tres semanas después de ese positivo que abrió el negro contador con el que Salud Pública ha medido la pandemia, llegó el primer fallecido. Fue un cántabro de 88 años con patologías previas que ingresó el 19 de marzo con neumonía. Ese día, había 'solo' 58 casos de coronavirus confirmados. Llegaría a haber 162.287 contagios en la región hasta marzo de 2022, cuando se dejaron de contabilizar los positivos en personas menores de 60 años. Pero entonces no lo sabíamos, entonces solo había una amenaza desconocida, y estaban por venir las medidas de aislamiento más drásticas; las colas para comprar mascarillas que no existían, como los EPI para el personal sanitario que se enfrentó al bicho a veces con lo puesto.
No sabíamos lo que estaba por venir y, sin embargo, vino, como hacen las olas con sus mareas, solo que en vez de espuma y agua las olas trajeron a nuestro suelo variantes de nombres genuinos que apremiaban a reaprender, a desposeernos del contacto y las rutinas, a pasear con la cara tapada, a no rozarnos. Han sido hasta ocho olas (la última sin posibilidad de comparar ya con las anteriores) que en su ir y venir por Cantabria arrastraron la vida de 1.019 personas, víctimas del covid.
La primera ola nos arrastró al encierro en nuestras casas. El 14 de marzo de 2020, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció algo insólito que daba una medida de la envergadura de lo que se nos venía encima: declarar el estado de alarma en todo el territorio nacional por un periodo de quince días, para afrontar la situación de emergencia sanitaria. En esos quince días, que luego se prorrogarían más de dos meses hasta que empezó la 'desescalada', se prohibieron todas las actividades que no fueran esenciales. El objetivo del encierro era evitar la propagación, y con distintos niveles de dureza (cierres perimetrales, confinamientos selectivos, teletrabajo) hasta marzo de 2022, cuando el covid pasó a considerarse una infección respiratoria más, vivimos una especie de estado de excepción en la que las medidas de prevención y las cifras de fallecidos se tropezaban con una realidad inabarcable, sobre todo por el personal sanitario; desbordado y sin medios en muchas ocasiones, animados entonces por los ya históricos aplausos de las ocho de la tarde. Tras la primera ola, el verano de 2020 dio cierto margen, pero el resultado de esa 'relajación' tuvo su consecuencia en la segunda onda: del 13 de julio al 25 de diciembre se registraron 15.515 infecciones y 184 fallecimientos.
La tercera ola empezó con el riesgo de la Navidad y la promesa de la vacuna, que se cumplió como un buen deseo. El 27 de diciembre de 2020 era domingo, y a sus 72 años de edad María Dolores Luzuriaga recibió la primera dosis anticovid (Pfizer) en la región, en el Centro de Atención a la Dependencia (CAD) de Cueto, en Santander, donde residía. «Todo va a salir bien», dijo tras el pinchazo, un mensaje que caló en la sociedad, y en una generación, la suya, los más vulnerables, que les tocaba probar esos sueros fabricados en tiempo récord y de los que apenas se sabía de sus posibles efectos secundarios. Estábamos empezando la tercera ola (duró hasta el 1 de marzo de 2021) y el balance eran 7.724 casos y 145 defunciones. Los primeros en recibir los sueros fueron los mayores en residencias y el personal sanitario que trabajan en contacto con ellos; después, el resto de la sociedad, escalonada por el nivel de riesgo. Un año después de aquel «histórico día», la letalidad se desplomó. De hecho, en comparación con aquella ola navideña, la posibilidad de morir de covid se vio reducida un 87%, para volver así real la frase de María Dolores tres años después del paciente cero.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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