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Si celebraran un cumpleaños compartido, habría que encargar una tarta bien hermosa para colocar las 296 velas que sumarán entre las tres en la siguiente vuelta al calendario. Nacidas en el municipio campurriano de Matamorosa, las hermanas Encarnación (94), Eva (99) y Adoración Alonso Fernández (100) viven actualmente en la residencia San Francisco de Reinosa, donde pueden presumir de longevidad. Llegan juntas a una sala común. Dos de ellas con ayuda del andador y la tercera en silla de ruedas. Se llevan bien entre ellas, pero si a una se le escapa una fecha errónea o cuenta un recuerdo distorsionado, las otras dos se ríen primero y luego corrigen. «Eso se lo inventa», dice Adoración,Dorita, tras un comentario de Encarna.
De las tres, la que más lúcida permanece a sus casi cien años es Eva. La mayor, que ya es centenaria, también da muestras de buena memoria en su relato, aunque a veces se confunde con las fechas. La pequeña, en cambio, parece medio dormida en la silla, hasta que alguien le pregunta qué edad tiene y responde, más ancha que larga: «Espera, que lo pienso». Son un trío con cierta comicidad. Y mucha complicidad. Con ese desenfado que da la vida cuando ya puedes decir lo que piensas sin filtrar. Nacieron en Matamorosa y tuvieron otras dos hermanas que ya fallecieron. Cinco chicas en el seno de una familia de hace casi un siglo. Trabajaban, claro, pero nada de dejarse la piel. Iban mucho a casa de los abuelos, «que tenían ganado».
Eva y Dorita van contando capítulos de su vida como quien se quita la chaqueta. «Yo trabajé en Cuétara y me casé con uno de Matamorosa», relata la segunda. Encarnación también se casó. «Veinte años estuve con mi marido, hasta que falleció», recuerda. Eva no. Eva se marchó a trabajar a París con 20 años «y ni gota de francés» sabía cuando se fue. Allí tampoco lo aprendió. «Estuve en cuatro casas distintas y en la primera le daba clases de español a una niña». ¿Y se enamoró? «Nunca», responde tajante. «Porque no quiso –le ataja Dora–, porque pretendientes tuvo». Se ríen las dos, cómplices. Eva va arreglada, con los labios pintados de color granate y una tupida cabellera blanca. Desprende elegancia. Hijos no tuvieron ninguna. «No vinieron», cuenta Dorita, que reflexiona: «Ahora resulta que hay mujeres que no quieren tenerlos y con dos ya es casi familia numerosa». En cambio, apostilla Eva, «nuestra abuela tuvo doce hijos».
Adoración Alonso Fernández
100 años
Sin descendencia, Encarna y Eva se marcharon a Vitoria con unos familiares y Dora se quedó en Matamorosa con una prima. Ella fue la primera que ingresó en la residencia. Al año, llegaron sus dos hermanas pequeñas. Y ahora, juntas, caminan hacia el final de la vida las tres. «Y mira cómo han llegado hasta aquí», se sorprende Ainhoa Urda, la psicóloga del centro. Y es que las más mayores son también las más independientes. «Eva ha experimentado cambios pero ambas son bastante autónomas. Hacemos terapia con ellas y están muy bien para la edad que tienen», explican las profesionales. Eva no es tan optimista. «Yo desde que estoy aquí he ido hacia abajo. Es una barbaridad lo que se pierde y la memoria ya me falla», se lamenta. A veces le pide a la educadora social que le ponga restas, que no se acuerda de hacerlas. «Se exige bastante», afirma. Dora no tanto. Participa menos. «Yo soy una vaga», corrobora.
¿Y cómo ven el mundo de hoy en día? «Hecho una mierda», responde sin vacilar Encarnación tras permanecer un buen rato callada. «No, hoy se vive bien», le contradice su hermana la mayor. Ambas opinan que hay «demasiados adelantos y cosas que a los mayores no nos entran en la cabeza». Pero el móvil sí, el móvil a Eva le entraba en el bolsillo hasta hace poco. «Lo manejaba bien, pero ya no», añade.
Las tres hermanas de Reinosa están felices, eso sí, «de estar juntas». Aunque Encarnación está en una zona de la residencia destinada a las personas que requieren mayores cuidados. Las otras dos «hacen más piña entre ellas y donde va la una, va la otra, todo el día pegadas», indica la educadora social. Dice Dora que en la residencia están «bien», pero que «tu casa es tu casa». «Yo estaba con mi prima, que es más joven y viene a vernos a veces». También la cuñada de Encarna las visita de vez en cuando.
Eva Alonso Fernández
99 años
Dora tiene cerca ya su próximo cumpleaños: «Cumplo 101 el próximo 30 de enero, si es que llego. Porque llegará el día en que nos marchemos, porque aquí, aquí hija, no se queda nadie. Yo no tengo miedo alguno a la muerte. Me da tristeza que llegue, pero bueno, oye, es la vida. A partir de ahora, lo que Dios quiera, no más». Eva no está de acuerdo con la gente que dice que, a determinada edad, «ya vale más morirse. Yo prefiero seguir viviendo, aunque reconozco que me pone muy triste ver lo que estoy perdiendo. Al final voy a olvidar hasta como me llamo y eso sí me da mucha pena».
Y así, entre reflexiones y anécdotas, se va diluyendo la conversación. «Ahora las van a hacer una foto», les dicen tras la entrevista. «¿Una foto? ¡Ay, madre! A ver cómo salimos», responden. Eva y Dora salen de la sala de forma autónoma, con el andador por delante. A Encarna la lleva la educadora social. Enfilan juntas el patio interior del edificio histórico sin perder el humor. Bromean entre ellas, olvidando por un instante el peso de los casi 300 años que acumulan. «Adiós, adiós y gracias», repiten ya en la lejanía.
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Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
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