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Todo delincuente busca una justificación para sus actos: los ladrones roban para disponer de lo robado y los evasores fiscales, por poner otro ejemplo, para no perder dinero. Ambos defienden sus razones, sean lícitas o no. Lo extraño de los dos hombres de 20 y 28 años, vecinos de Maliaño y Santander, que fueron detenidos en Torrelavega en la madrugada del pasado 22 al 23 de agosto como presuntos responsables de la quema de 52 turismos y furgonetas en toda Cantabria es que no obtenían ningún rédito con sus fechorías.
No se llevaban nada de lo que pudiera haber en el interior de los automóviles atacados; no ejercían ningún acto de venganza sobre los propietarios porque ni siquiera los conocían -la elección era aleatoria-; y tampoco les impulsaba el contemplar el efecto destructivo de las llamas porque no se quedaban a verlo. Sin embargo, preparaban cada actuación con una minuciosidad escrupulosa, disfrutando, como si de un juego se tratase.
Según fuentes de la Guardia Civil, que denominaron a la operación 'Nusku', estos jóvenes acostumbraban a ensayar las rápidas entradas y salidas de las localidades donde quemaban los vehículos. Diferenciaban bien sus papeles: uno conducía y otro vigilaba constantemente alrededor para que nadie los siguiera la pista. Utilizaban coches diferentes, algunos incluso prestados por otras amistades, para perpetrar sus actos. Y actuaban siempre de madrugada, estudiando alrededor las fachadas de los edificios para que nadie los vigilara desde las ventanas justo cuando encendían la mecha.
«Estamos seguros de que estudiaban sobre un mapa el modo en que entrar en un pueblo y cómo salir de la forma más rápida posible para evitar ser cazados. Tenían cada detalle medido», cuentan fuentes de la investigación. Los agentes lo saben porque durante las semanas previas a la detención los siguieron hasta que finalmente pudieron sorprenderlos in fraganti.
«Decidimos poner a agentes en la calle de forma estratégica, en los lugares donde se estaban produciendo las quemas. En este tipo de operaciones hay que estar ahí, donde se producen los delitos, y esperar. La suerte, como siempre en estos casos, también tuvo un papel clave», explican en la Benemérita.
Cuando las llamas devoraban uno de los vehículos estacionados en una madrugada a mediados de agosto, los agentes pudieron ver la matrícula de un coche que se alejaba de la zona a gran velocidad. Esa pista fue determinante para construir los cimientos de una investigación que terminó con su detención.
«Se identificó al propietario del coche y se le puso vigilancia. Al poco tiempo nos dimos cuenta de que tenía un colaborador, una segunda persona que trabajaba con él». Para no ser descubiertos utilizaban también otros vehículos de sus amigos y cuando actuaban lo hacían con una meticulosidad inusual para este tipo de delitos. «Llegaban al lugar y daban varias vueltas en coche. No tenían por qué ser vueltas alrededor del lugar donde iban a prender el fuego», explican los agentes. «Luego aparcaban en un lugar apartado y caminaban de manera errática hasta el lugar donde iban a actuar».
No seguían en esto una lógica marcada porque estuvieron en Santander, Torrelavega, Piélagos, Santiurde de Toranzo, Los Corrales de Buelna, Camargo, Ribamontán al Mar, Meruelo, Polanco, Reocín y Argoños. «Lo hacían a altas horas de la madrugada, porque así se minimizaban las posibilidades de ser descubiertos». No tenían prisa, es como si disfrutaran del proceso, como si saborearan cada paso que daban en lo que para ellos era un juego.
«Cuando decidían qué coche quemar ya actuaban muy, pero que muy rápido. Uno ponía dos petardos en el capó del vehículo y luego prendía una de las ruedas delanteras con un acelerador que probablemente fuera combustible, mientras el otro vigilaba que nadie los viera desde ninguna ventana o rincón». Y después, la fuga. «Desaparecían en cuestión de segundos y era cuando escuchaban los petardos, cuando sabían que el coche había ardido, porque cuando el fuego llegaba al capó, o sea, al motor, ya no hay vuelta atrás».
La noche del 22 de agosto quemaron su último coche en Torrelavega. Los agentes que los vigilaban desde un escondite se aseguraron de que fuera su epílogo como pirómanos. «Los pillaron con las manos en la masa, antes de que huyeran». Los engrilletaron y los cachearon. «Llevaban tres mecheros y da la casualidad de que ninguno de los dos fumaba. También tenían dos cajas de petardos». Se puso con ello fin a una oleada de incendios que llevó a medio centenar de coches directos al desguace, que incluso causó varios heridos por inhalación de humo y que tuvo atemorizada a media Cantabria durante semanas.
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