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El de este jueves fue un día triste en el parque de Cabárceno. Pasado el shock por la pérdida de Joaquín Gutiérrez, el cuidador de 44 años fallecido el pasado martes tras ser atacado por un elefante, lo crudo fue este jueves el ... obligado regreso a la rutina.
En el recinto de los plantígrados se formó a media mañana un corro con cinco trabajadores. Ellos, que como Joaquín conocen a estos animales desde el día en que nacieron, aún se preguntan qué tipo de amenaza interpretó la hembra que lo atacó, al parecer una de las más cariñosas con las personas. Luego continuaron con sus labores: unos limpiaron las cuadras, otros sirvieron el pasto para alimento y otros cargaron material en tractores.
Pocos tuvieron fuerzas para hablar de Joaquín porque la pérdida es tan reciente que aún duele hondo. A alguno se le saltaron las lágrimas. Cuentan que en el acto celebrado el miércoles en el parque, que reunió a todos los trabajadores de Cabárceno y a otros muchos de Cantur, así como a destacados miembros del Gobierno regional, los aplausos tras el minuto de silencio duraron hasta cinco minutos.
«Esto que ha pasado va a ser un punto y aparte en el parque», sentencia uno de los empleados, que prefiere permanecer en el anonimato. «Era un buen tío, de verdad. Mira que aquí más o menos todos podemos decir algo de alguno, pero es que en este caso no podías decir nada malo, nada malo», asegura.
Otro compañero explica que los ánimos están por los suelos, especialmente en el recinto de los paquidermos. «Imagínate cómo van a ir a trabajar los 12 chavales que hay allí. Pues están mal, jodidos», resuelve. «Lo peor es que al final te das cuenta de que la vida tiene que seguir, que el pobre Joaquín tuvo esa mala suerte de sufrir el primer accidente grave que ha sucedido en el parque en 30 años y que esperemos que no vuelva a ocurrir una desgracia igual».
Durante estas tres décadas son muchos los que han celebrado que nadie hubiera tenido que lamentar un caso parecido. «Sí que éramos conscientes de la suerte que estábamos teniendo. Hay gente que se ocupa de los leones, de los osos, de los rinocerontes, de todos esos animales que son peligrosos, y nunca, nunca, pasó nada. Y si pasó, se quedó en un susto, porque sí que recuerdo que una vez un elefante estuvo a punto de pisar a uno, y lo perdonó. Así, como te lo cuento», explica uno de los más veteranos del parque.
Ellos, los trabajadores, fueron este jueves el único público que tuvo Cabárceno por la mañana. Si acaso un par de familias aparecieron con timidez en medio de aparcamientos desiertos, avenidas vacías y cafeterías sin uso.
Es temporada baja, el cierre perimetral de la comunidad reduce de forma drástica el público y es ahora, en este tiempo, cuando se aprovecha para acometer todas las labores de mantenimiento. En el monte, dominando la explanada de los elefantes, tres operarios desbrozan y limpian el pasto. Los técnicos reparan algún desperfecto en las telecabinas y en la zona del reptilario se está renovando un recinto.
El silencio es en algunos momentos inquietante, sólo roto por los graznidos de los numerosos cuervos que sobrevolaron la zona. «Las cosas pasan y pasan. Dicen que estaba donde no debía pero es que al final nunca sabes. A veces es la casualidad», explica otro compañero que conocía a Joaquín, y que, como él, se encarga también del cuidado de una especie peligrosa. «Dentro de poco llegará el verano y volverá la gente. Aquí todo el mundo es muy profesional y sabe lo que tiene que hacer. Recordaremos siempre a Joaquín, pero tenemos que seguir con nuestro trabajo. Así de difícil es la vida».
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