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El turismo rural, para muchos, no tiene precio: despertarse rodeado de naturaleza, respirar aire puro, disfrutar de rutas de senderismo... Reclamos que Cantabria ofrece de extremo a extremo de su territorio y que en la post pandemia explotó al máximo, lo que hizo que ... el sector viviese sus mejores momentos en años. Las restricciones sociales y el miedo a interactuar con el resto se tradujeron en un gran incremento de reservas en alojamientos rurales. Sin embargo, tras dos años de fuerte demanda, el sector ha empezado a experimentar una desaceleración que invita a reflexionar sobre su futuro y a considerar nuevas estrategias para adaptarse a la nueva realidad.
En los primeros meses de reapertura tras el confinamiento, el turismo rural en Cantabria vivió un verdadero 'boom'. Con las limitaciones de movilidad internacional, muchas familias y grupos de amigos optaron por destinos nacionales alejados de las ciudades. Las casas rurales se llenaron de visitantes que buscaban espacios amplios, contacto con la naturaleza... y una sensación de mayor seguridad sanitaria.
En 2020, la primera mitad del año estuvo marcada por el cierre de alojamientos debido a la pandemia. Sin embargo, según apunta el presidente de la Asociación de Turismo Rural en Cantabria, Jesús Blanco, «a partir del segundo semestre, se registró un aumento del 9,4% en la ocupación de casas rurales». En 2021, el aumento continuó, aunque «más moderado», con un crecimiento del 5%. En 2022, la demanda seguía siendo positiva, con un incremento del 3,5%, pero en 2023 comenzó a notarse una leve bajada del 2,18%. «En este 2024, la desaceleración continua, con una disminución del 3,73%, algo que refleja la tendencia a la baja en el sector», reconoce Blanco.
Si se analizan esas cifras de ocupación se ve cómo reflejan ese auge que el sector experimentó durante 2020, 2021 e, incluso, 2022. Muchos alojamientos rurales alcanzaron tasas de ocupación superiores al 90% en temporada alta, y los fines de semana y puentes festivos experimentaron niveles de ocupación sin precedentes. El turismo rural atrajo a nuevos perfiles de visitantes, incluyendo jóvenes y familias que no solían considerar este tipo de destinos.
Sin embargo, a partir de 2022, el sector comenzó a notar una leve desaceleración. Con la reactivación del turismo internacional y la disminución de las restricciones de viaje, muchos turistas españoles retomaron sus viajes al extranjero, desplazando parte de la demanda que el turismo rural había captado en los años anteriores. El año pasado, el nivel de ocupación en casas rurales y hoteles de montaña en Cantabria ya se estabilizó, con cifras algo inferiores a las de los años de pandemia, especialmente fuera de las temporadas altas de verano y Navidad.
Otra de las trabas a las que se enfrentan es la competencia en el sector de los alojamientos rurales en Cantabria, que ha aumentado significativamente en los últimos años. La legal y, sobre todo, la de los establecimientos ilegales, que operan al margen de la normativa. Estos alojamientos, que no cuentan con las licencias y garantías requeridas, «representan una competencia desleal para los negocios regulados». Tal y como apunta Jesús Blanco, la saturación del mercado sumado a las plataformas digitales parece haber influido en esta nueva etapa de incertidumbre. «Vivimos navegando en un océano perdidos por las plataformas», asegura.
El futuro del turismo rural en Cantabria depende ahora de la capacidad de los hosteleros para adaptarse a un mercado en cambio y de los visitantes para entender y valorar un modelo que, más allá de los números, busca dejar una huella positiva tanto en los viajeros como en el propio territorio.
Juan José Gonzalo es el propietario de La casa del cura, un alojamiento rural en Nestares. Recuerda como, una vez terminada la pandemia, sus huéspedes buscaban espacios amplios y tranquilos donde dejar atrás el estrés y la ansiedad acumulada por meses de encierro. «La gente tenía ganas de salir de casa para poner fin al confinamiento, para estar con amigos y familia, y se notaba que querían disfrutar. Este lugar se convirtió en una especie de oasis, rodeado del río Ebro, con jardines amplios y todo lo necesario para un descanso en un ambiente seguro», explica.
El aumento en la demanda de turismo rural también tuvo un factor económico. «Con el dinero ahorrado durante los tiempos de pandemia y sin grandes gastos en viajes internacionales, muchos decidieron invertir en escapadas de este tipo».
Sin embargo, en el último año Gonzalo señala un cambio en la tendencia: «Es cierto que después del 'boom', la cosa se ha tranquilizado un poco. Este año, por ejemplo, la escasez de nieve en invierno ha afectado al turismo en la zona de Reinosa, y eso también se nota en la ocupación». Si bien los meses de verano, especialmente agosto, siguen siendo fuertes «gracias al flujo de turistas que escapan del calor», otras épocas como noviembre y mayo muestran una ocupación mucho más reducida.
La situación económica y el aumento en los costes también han afectado. «Tuvimos que subir las tarifas un poco porque mantener una instalación de este tipo es caro: luz, calefacción, empleados… Pero no creo que el precio sea lo que haya frenado la demanda; simplemente, la gente se ha relajado. Ya no sienten la urgencia de salir cada fin de semana como cuando acababa de terminar el confinamiento», reflexiona.
Adolfo Soberón analiza cómo el sector ha cambiado en estos últimos años. Es el dueño de la posada El Corcal, en Tama, y recuerda cómo, en los primeros dos años tras la pandemia, el turismo nacional impulsó el crecimiento de los alojamientos rurales en la zona. «Hubo un 'boom' de turismo nacional. Al principio mucha gente tenía ganas de salir y de recorrer el país, y los viajes al extranjero estaban limitados. Este auge duró al menos dos años», señala.
Sin embargo, a partir de 2022 Soberón ha observado que el turismo nacional ha comenzado a estabilizarse. «Se nota que ha aflojado un poco, ya no tenemos tanto turismo local. En cambio, ha subido el turismo internacional, que es lo que ha salvado la temporada en Liébana», comenta.
Este año coincidió con el Año Santo Lebaniego, pero el hostelero señala que no tuvo el impacto esperado: «Al final fue un año parecido. No se notó demasiado porque veníamos de dos veranos bastante buenos. Fue un impulso, sí, pero no tan fuerte como anticipábamos», explica. A pesar de este pequeño desencanto, el aumento del turismo internacional «ha compensado esta caída en el turismo nacional».
Otro de los retos que ha enfrentado el turismo en Liébana es el aumento de precios, una de las razones que, según Soberón, podría estar impulsando a los españoles a buscar destinos fuera del país. «La economía se nota en España, los precios han subido mucho y eso influye. Además, mucha gente está volviendo a viajar al extranjero», explica.
Liébana ha mantenido un flujo estable de turistas durante las dos primeras semanas de noviembre debido a celebraciones de la Fiesta del Orujo y el puente de Todos los Santos. Ahora, reconoce que vienen unos meses «difíciles».
Begoña Guillén llegó a Cantabria en 2019, pocos meses antes de la pandemia, y se puso al frente de la Posada Caborredondo (Alfoz de Lloredo). Para ella, las restricciones no solo transformaron su negocio, sino que marcaron un antes y un después para la región.
«Durante la pandemia está claro que la gente tenía muchas ganas de salir. En 2020 trabajamos bien, a pesar del miedo, pero 2021 fue mi mejor año», afirma. Según su análisis, este auge se debió al interés del público nacional por entornos verdes, limpios y cercanos, en un momento en que viajar al extranjero no era una opción.
Guillén opina que la pandemia permitió que Cantabria se posicionara como un destino atractivo: «Cantabria fue descubierta durante la pandemia. Antes el protagonismo se lo llevaba Asturias». En su caso, aunque hubo incertidumbre inicial, supo adaptarse y aprovechar el incremento de turistas que buscaban experiencias rurales. Sin embargo, el crecimiento del turismo también trajo nuevos desafíos. Guillén señala que, aunque Cantabria sigue atrayendo visitantes, el sector no logra absorber la creciente demanda debido a la competencia desleal y la falta de regulación. «Ahora hay muchas más opciones, incluidos apartamentos turísticos ilegales y caravanas que perjudican tanto al medioambiente como al sector», advierte.
Para Begoña, el futuro del turismo rural en Cantabria tiene que diferenciarse. «No se trata solo del paisaje verde, sino de ofrecer alojamientos con encanto y promover el producto local. Tenemos que aliarnos con productores y transmitir nuestras costumbres», explica. En su posada, por ejemplo, apuesta por ofrecer desayunos y 'brunches' con productos autóctonos, contribuyendo a una economía circular que beneficia a la comunidad local.
Elena Díez, de La Cabaña de Naia, en La Revilla, lo tiene claro: ahora hay menos reservas que antes. Uno, por el fin de la pandemia, y dos, porque cada vez nacen más alojamientos rurales que se reparten por toda la región.
«Después del covid hicimos reforma y pusimos piscina. No sé si tiene que ver, pero a partir de entonces llenamos muchísimo más», comenta. La alta demanda llevó a mejorar su espacio. «Había gente que quería viajar, pero no estar con muchas personas. Al final en los hoteles convencionales te cruzas con gente en el ascensor o en la recepción y buscaban algo más aislado. La mayoría estábamos sin vacunar, por eso se llenó tanto», explica Elena. También destaca el cambio en las preferencias de los viajeros, con una tendencia hacia destinos nacionales en lugar de internacionales.
A partir de 2022 esa tendencia volvió a cambiar y los viajeros se fueron dispersando más, volviendo a la normalidad. Sin embargo, para Elena ese no es el principal motivo de que ahora no haya tantas reservar en el turismo rural, sino más bien la competencia en el sector. «Ahora hay muchísimos más alojamientos. En plataformas como Booking o Airbnb hay miles de posibilidades nuevas que antes no existían», señala, sugiriendo que esta saturación puede explicar la ligera disminución de reservas actuales .
Sin embargo, Elena asegura que los meses de verano siguen siendo muy demandados: «En julio y agosto no queda ni una noche libre. En invierno es más tranquilo, con estancias de dos a cuatro noches, mientras que en verano son de una semana o más». A pesar de los retos, se muestra optimista, destacando cómo la adaptación a las nuevas demandas del mercado ha sido clave para mantener su negocio a flote y seguir atrayendo viajeros en busca de desconexión.
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