![Última carta](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202005/05/media/cortadas/mesa-final-k1UH-U110647649120GD-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
![Última carta](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202005/05/media/cortadas/mesa-final-k1UH-U110647649120GD-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
En El Diario repetimos mucho una frase: «La noticia está en la calle». Es la muletilla para recordar que hay que moverse de la silla y alejarse de la Redacción, porque es fuera donde observas, escuchas y te empapas de lo que ocurre. Durante el estado de alarma, aunque hemos trasladado la organización a nuestras casas, los periodistas han tenido que estar en el exterior para contar a los lectores cómo el abominable bicho de las fiebres cambiaba nuestras vidas y cómo la sanidad y el resto de la sociedad afrontaban esta emergencia planetaria. Después de cincuenta días, hoy, a las ocho de la mañana, he roto mi confinamiento sin otro motivo que la curiosidad. He descubierto muchas cosas, aparte de que los vaqueros me quedan un poco más justos.
Todo parecía nuevo, así que casi todo ha captado mi atención. Lo primero, el cartelito colocado en el ascensor con las normas de higiene para usarlo. Y después, amigas que salen a caminar juntas y ciclistas que ruedan en grupo. Desfasados. No toca en esta fase. Autobuses que circulan con pleno de viajeros embozados, porque están obligados por ley. En la vía pública, muchas personas sin mascarilla y otras que casi mejor que no la usen: se la dejan colgada de una oreja como un pendiente, o del cuello como un collar, o se la colocan en la cabeza como una diadema mientras se rascan con una mano y sostienen en la otra un vaso de cartón, un bocadillo o un cigarro, y charlan a un metro de distancia con un conocido al que le llega el humo que exhala su interlocutor. Después se colocan de nuevo la mascarilla sobre la boca y la nariz, y a seguir con la faena, y valga aquí la palabra faena en su doble acepción.
Más descubrimientos. Durante la cuarentena, el césped de la ciudad ha estado mejor atendido que nuestro cabello, y allí donde ha vuelto a crecer, máquinas conducidas por operarios lo rasuran. Había olvidado lo bien que huele la hierba recién cortada. Espanto las evocaciones de campo y monte para no venirme abajo. Prefiero pensar en Gonzalo Sellers y en Aser Falagán. Un momento, que me explico. El relajante espectáculo de la siega de los jardines de mi barrio me recuerda a ellos. La alfombra verde de la parte ya arreglada la asocio al jefe de la web, que acaba de comprar una maquinilla y se ha rapado. La parte asalvajada pendiente de cortar la vinculo con el jefe de Deportes, que, con ese pelo y esa barba, está de cine para el papel de náufrago. Es el último fisgoneo de videoconferencia que comparto. (Marc, ya puedes abrir tu cámara y dejarme ver al gato saludador).
¿Qué más he comprobado en mi salida? Que con muletas no se llega lejos. Me duelen las manos. Y he abusado de la pierna izquierda, que tiene que trabajar el doble para suplir la baja de la derecha. Hace cuatro años fue al revés, y todo queda entre hermanas, pero pueden acabar perjudicadas ambas y entonces sí que la liamos. Las patas auxiliares contratadas ayudan, pero entre las tres que pueden apoyarse no cubren ni mucho menos el trabajo que hacían las dos titulares cuando la que falla estaba sana. En estas disquisiciones andaba en medio del parque cuando han irrumpido en mi mente, no ya Sellers y Falagán, sino todos mis compañeros. Por lo de trabajar en equipo y repartir las cargas. Creo que eso ha estado bien en El Diario de la diáspora. Aislados y separados, sí, pero «equipazo», como escribimos en WhatsApp para darnos moral. «Grande», que diría Mario Cerro.
No ha durado mucho mi paseo, y creo que tardaré en repetir. Pero si pudiera andar... Entiendo a los colegas que han salido lanzados como proyectiles. Los que estaban enclaustrados en soledad habían empezado a desvariar. José María Gutiérrez conversaba con los cuadros de Audrey Hepburn colgados en las paredes de su casa. Gonzalo Sellers tiene enmarcada a Ingrid Bergman. Quizá no le haya hablado, pero confundía la sal con el azúcar en el café. Y Rosa Ruiz estaba preocupada: «Ya no es que hable sola, es que discuto conmigo misma».
Ninguno vamos a olvidar las siete semanas que hemos estado recluidos. Tenemos 25.613 muertos por Covid-19 en España y no sé hasta dónde llegaremos en esta escalada de dolor. Pero no todo ha sido malo y hemos aprendido mucho. Hemos buscado motivos para reírnos, sobre todo de nosotros mismos. Además, durante la cuarentena, la criminalidad se ha reducido un 74%, y la contaminación del aire por dióxido de nitrógeno ha caído el 58% en todo el país. Bueno. Basta de números, que no tardarán en cambiar.
Después de mi breve aventura callejera, sentada delante del ordenador, me he puesto a teclear esta última carta a los lectores. Y he sentido un gran vacío por anticipado. Escribirles cada día me ha ayudado a sobrellevar el confinamiento. Ahora iniciamos todos una nueva etapa y llenaremos de otra forma nuestro tiempo. Nunca como en esta crisis hemos estado tan unidos periodistas y lectores. Aquí seguimos. Hasta siempre. Cuídense.
Lee aquí la Mesa de Redacción.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.