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La última tierra española que pisó Niceto Alcalá-Zamora y Torres fueron las playas y muelles de Santander. Inconstitucionalmente destituido de la Presidencia de ... la República por maniobra de una parte del Frente Popular, que buscaba colocar en su puesto al republicano de izquierda Manuel Azaña y en la jefatura del Gobierno al socialista Indalecio Prieto (lo segundo fue imposible porque Francisco Largo Caballero, rival acérrimo de Prieto en el PSOE, se negó), este abogado cordobés había decidido cumplir con su familia un viejo sueño vacacional: un crucero veraniego por las tierras árticas aprovechando el día sin ocaso.
Llegó a Santander el 6 de julio de 1936, su 59º cumpleaños, junto con su esposa, Purificación Castillo Bidaburu, y otros familiares. Acudió a recibirlos en la estación el alcalde, Ernesto Castillo Bordenave, con un gran ramo de flores y ramillete de autoridades. Sería motejado 'el Piqueta' por la demolición de varios edificios históricos. Los Alcalá-Zamora se alojaron en el Hotel México para aguardar la llegada del 'Caribia', que habría de trasladarlos a Alemania, base de la gira nórdica. Fue día de tormenta eléctrica e inundación de calles, metáfora de lo que venía.
Una anécdota nos revela la verdadera (escasa) profundidad de la historia contemporánea española. Mientras esto ocurría en Santander, fallecía en Mallorca doña Josefa Vidal con 103 años: había nacido, como José María de Pereda, el mismo año del fallecimiento del rey Fernando VII y del comienzo de la Primera Guerra Carlista, contienda civil como la que en diez días habría de estallar.
La última imagen española la tomó en la (¿Primera?) playa un fotógrafo ambulante al día siguiente. Alcalá-Zamora, del brazo de su esposa, mira a cámara con gesto adusto, viejuno, traje de chaleco, sombrero, bastón. El día 8, 'Caribia' abandonará la bahía santanderina. A bordo, el hombre que más había influido en la caída de Alfonso XIII y el advenimiento de la República. Letrado y orador brillante, liberal y católico, heredaba por línea paterna la tradición de la izquierda monárquica (en su casa de Priego veneraban un retrato del general Prim), y por la materna, tradición de republicanos 'de orden'. Su discurso del Teatro Apolo de Valencia el 13 de abril de 1930 a favor de la solución republicana fue casi la sentencia de muerte para la monarquía, contra la cual lideró una sublevación cívico-militar que fracasó en diciembre, por el prematuro alzamiento de Jaca y la acción del entonces director general de Seguridad, Emilio Mola. El caudillo del alzamiento republicano para expulsar al rey iba a ser el general Queipo de Llano, y uno de los guerreros de la sublevación, el aviador Ramón Franco, hermano del general Francisco Franco. (Antes de rebelarse 'contra' la República, pues, lo hicieron 'en favor' de ella).
Durante la breve estancia de Alcalá-Zamora en Santander se realizaban preparativos para que su sucesor, Azaña, utilizara como residencia de verano 'Villa Piquío', de la familia Meade, casa que hoy sigue, despojada de la bella torre de entonces, donde Juan Pombo la emplazó: detrás de su Gran Hotel, actual Hotel Sardinero. Azaña había personalmente inspeccionado la zona a mediados de junio y causó sensación al visitar el Tenis. (En sus memorias, Alcalá-Zamora señala con sorna que tuvo «ocasión de apreciar de qué modo, cual si no hubiese palacios bastantes en el patrimonio, se arreglaba una vivienda más para el nuevo presidente, que no llegaría a ocuparla»). 'Villa Piquío' tenía cierto pedigrí, pues en 1872 se había alojado en ella el rey Amadeo de Saboya, ágil nadador que sorprendió a los veraneantes con sus proezas en la playa. En su libro sobre el exilio republicano, Consuelo Soldevilla recuerda también que entonces se daba por seguro que Largo Caballero pasaría el verano de 1936 en El Sardinero, en 'Villa Mercedes', junto a la iglesia de San Roque.
La familia Alcalá-Zamora arribó a Hamburgo el sábado, 11; el lunes tuvieron noticia del asesinato del diputado José Calvo Sotelo (quien recientemente había atacado a Alcalá-Zamora con información falsa sobre unas fincas adquiridas por este en Córdoba). Embarcaron en el 'Milwaukee' y ya en Edimburgo se enteraron de los pronunciamientos militares, aunque fue en Reijkiavik donde Alcalá-Zamora comprendió, gracias a las traducciones sobre la prensa local de un islandés que había vivido en Bilbao, que era «la odiosa guerra civil la que reaparecía, la que yo había querido impedir». En Noruega inició gestiones para asilarse en Francia como ajeno a los dos bandos, pues «prefería seguir padeciendo el odio inicuo de ambos». Pronto su casa fue ocupada por «los ciegos de Madrid» y las milicias republicanas. Sus documentos y propiedades fueron saqueados, entre ellos las memorias depositadas en el Crédit Lyonnais (recuperadas rocambolescamente en 2008 por la Guardia Civil). Y el franquismo lo arruinó a conciencia aplicándole la vengativa 'ley de responsabilidades políticas'. De nada valió que fuera Queipo de Llano su consuegro.
En mayo del año siguiente, en un restaurante de un parque de París, un exiliado, el ex rey Alfonso XIII, se planta ante la mesa donde otro exiliado, Alcalá-Zamora, almorzaba.
Encuentro intencionado: para paladear la humillación del hombre que más había trabajado para privarle de la corona. Tuvieron una apartada conversación de 15 minutos y se dieron la mano en despedida. Desde la zona republicana, La Vanguardia de Barcelona se hacía eco poco caritativo de esta presunta 'reconciliación', calificándolos de «enemigos entre sí ayer, enemigos hoy ambos de España». (Desconozco si llegaron a encontrarse en el veraneo regio de Santander cuando Alcalá-Zamora era ministro de la monarquía). Viudo desde 1939, el ex presidente emigró después a Argentina y acabó sus días en un modesto apartamento de Buenos Aires, en 1949. De haber vivido 103 años como la mallorquina viuda de Fábregues, habría celebrado la Constitución de 1978.
Como curiosidad cántabra, mencionemos que el médico, parlamentario autonómico y ex alcalde de Torrelavega Ildefonso Calderón está emparentado con Alcalá-Zamora, pues su padre, el abogado Rafael Calderón Torres, descendía también de los Torres de la villa jienense de Alcaudete, como la madre del presidente de la Segunda República.
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Ana del Castillo
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