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El Puerto de Santander, al igual que cualquier puerto comercial, es a veces como las pompas fúnebres en tiempos de pandemia: prospera a consecuencia de ... la calamidad pública. Cuando hay sequía en la Meseta, se importa grano; y como en los embalses se reduce la producción hidroeléctrica, hay que traer carbón para las centrales térmicas. La avería del climatizador nacional es buena nueva para el negocio portuario.
Pero es mala nueva para casi todo lo demás, pues últimamente viene a indicar que como sociedad nos negamos a reconocer los riesgos ambientales y obrar en consonancia con la ciencia. Las noticias de nuestra mala gestión se multiplican, desde el cierre de una planta de producción de cloro en Barreda porque no se adaptó a tiempo a una tecnología más respetuosa, hasta la veda total de la captura de la sardina cantábrica que recomiendan los expertos para salvar esta especie en nuestras aguas. El pantano del Ebro ofrece portadas apocalípticas: está al 24% de su capacidad. (La nostalgia me trae un reportaje similar que el fotógrafo Pablo Hojas y un servidor realizamos en otro siglo para ‘El Cantábrico’). La web de El Diario Montañés ofrece el vídeo de una investigadora del Instituto de Hidráulica Ambiental explicando a los niños qué pasará cuando el mar ascienda e inunde zonas de la región.
La Organización Meteorológica Mundial advierte de la excesiva concentración de CO2 en la atmósfera este año: el nivel más alto en 800 milenios. En la reunión del Fondo Monetario Internacional en Lima, la directora Christine Lagarde ha avisado de que, si no nos tomamos en serio el cambio climático, «todos nos convertiremos en pollos y acabaremos fritos, emparrillados, tostados y asados».
Cantabria va con mucho retraso en su lucha contra el calentamiento global, a pesar que ya desde 2010 dispone de un estudio de la UC y la Aemet dibujando escenarios de aumento de temperatura, reducción de precipitaciones, riesgos para el litoral y alteraciones derivadas de la transición a un clima más mediterráneo; y desde 2014 tenemos una estimación del IH Cantabria que señala que nuestra región, Guipúzcoa y Coruña son las zonas más amenazadas en la zona cantábrica. Hubo un documento estratégico 2008-2012 para cubrir el expediente, pero su impacto fue mínimo, posiblemente porque sus medidas eran demasiado genéricas y porque la recesión hizo más trabajo reductor de contaminación que todo el plan oficial, aparte de dificultar sus inversiones.
Pues bien, únicamente del pasado mes de septiembre data el cuarto borrador de la Estrategia de Acción Frente al Cambio Climático en Cantabria 2017-2030. No solo parece registrarse una lentitud política y administrativa que deja pasar toda la legislatura sin una verdadera ofensiva contra este problema, sino que incluso las medidas que se proponen son muy poca cosa en relación con la magnitud del reto. Aunque las emisiones totales directas de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en nuestra comunidad se redujeron bastante a consecuencia de la crisis económica, han vuelto a subir con el inicio de la recuperación en 2014. Hace dos años eran ya equivalentes a unos 6 millones de toneladas de dióxido de carbono; hoy serán más. El 43% de estas emisiones procede de industrias sometidas al sistema de comercio de derechos de emisión (ETS); el otro 57% proviene de los sectores llamados ‘difusos’, fundamentalmente el transporte (22%), el agroganadero (17%) y las industrias no ETS (8%). Solo un 6% se genera en el sector residencial, comercial e institucional.
Pero cuando uno acude a las medidas propuestas, no encuentra ninguna revolución del transporte; ningún gran plan forestal o de cambio de modelo agrario y pesquero; ningún plan para las industrias, sean ETS o no ETS. Todo son estudios y valoraciones, con cantidades simbólicas o incluso indefinidas en muchos casos. Y muchas medidas afectan al sector residencial e institucional, que aparentemente es solo una parte menor del desafío.
Tomemos por caso el transporte. La única medida significativa para los próximos trece años es la implantación de una tarjeta para utilizar con sencillez los diferentes medios de transporte público. Cabría esperar que, por la cantidad de GEI emanados del transporte, hubiera un plan mucho más ambicioso de ferrocarriles de cercanías en las áreas urbanas, y de comarcalización de autobuses en torno a Santander y Torrelavega, al mismo tiempo que un programa avanzado para la transición al vehículo eléctrico, en combinación con el sector privado. Nada se dice de favorecer la intermodalidad, por ejemplo, con una nueva estación de autobuses torrelaveguense junto a la de Adif que se pretende soterrar. Y, ¿no sería estratégico civilizar ambientalmente el tráfico entre Baracaldo y Beranga? Cada atasco recurrente en Castro o La Albericia anula ecológicamente todos los kilómetros ofrecidos a los ciclistas.
Tampoco en el sector agroganadero se extraen las consecuencias de la transición mediterránea que los expertos auguran. Ciertos cultivos como la vid, el tomate y el pimiento van a ser mucho más atractivos. No hay un plan declarado, por otra parte, para rebajar la importante emisión de GEI por la cabaña vacuna, o para diversificar el tipo de ganado hacia otro que soporte un clima menos húmedo. ¿Y qué hará el plan forestal cuando los hayedos dejen paso a los encinares? En cuanto a las previsiones sobre energías renovables, tiene toda la pinta de que los indicadores se moverán cuando las ranas críen pelo. El tráfico de carbón del Puerto está seguro para mucho tiempo.
Todo este borrador parece, pues, demasiado poco y demasiado tarde para un problema que está explotando ya mismo. La NOAA, agencia estadounidense para el océano y la atmósfera, nos recuerda que en 2016 la temperatura de superficie fue la mayor desde que comenzaron los registros en 1880. Fue récord por tercer año consecutivo. Mientras andamos todavía en borradores y reuniones, muy probablemente nos estamos ya comiendo la última sardina, literal y metafóricamente. El Sardinero se va a convertir en un misterio toponímico.
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Ana del Castillo
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