«Lo último que vio fue un vídeo de su bisnieto»
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La hija de Aurora Sánchez, fallecida por covid, siempre agradecerá al médico que le permitiese despedirseJosefina cuenta que debido a su trabajo, al de su madre y al de su padre prácticamente nunca había tenido que utilizar el sistema público de salud. Como funcionarios, les correspondía una cobertura privada. Su madre, Aurora Sánchez Gómez, comenzó a sufrir lo que parecían ... vértigos, así que se dirigieron a la Clínica Mompía. Allí, al hacerle las pruebas, determinaron que lo que realmente estaba sufriendo era los efectos del covid, por lo que, por protocolo, fue conducida al Hospital Valdecilla. «No tengo palabras para definir la humanidad, generosidad y cercanía de la planta 7ªD. Nunca jamás hemos recibido un trato igual», afirma emocionada.
Aurora falleció el pasado 9 de marzo, a los 85 años de edad. Su caso fue distinto al habitual, ya que no precisó ingresar en la UCI. El virus le atacó por otro lado. «Recuerdo el nombre de una enfermera, Leticia. Yo a todas las llamaba así, las 'Leticias', porque eran increíbles. Nunca olvidaré todo lo que hicieron por mi madre», cuenta Josefina. «Me llamaban tres veces al día para contarme la evolución y también me hacían videollamadas», reconoce. «Mientras yo hablaba, las enfermeras sostenían la tableta con una mano y con la otra no paraban de acariciarla y darla cariño. Me decían, 'tu tranquila Josefina, mis manos son tus manos'. Les estaré eternamente agradecida», reconoce. También quiere extender esta gratitud al médico que siguió el caso. «Me llamaba cuatro veces al día. Un día me dijo que esa misma tarde acudiera sin falta al hospital a las cuatro de la tarde. La vio muy mal. Quería que tuviera la oportunidad de despedirme», relata.
«Allí me presenté, me pusieron todos los equipos de protección, enfundaron y protegieron concienzudamente la tableta y me dejaron pasar», continúa. Gracias a eso pudo verla, y también enseñarle un vídeo de su bisnieto de dos años, Telmo. «Hola 'bisa'; ponte bien, 'bisa'», le repetía el que era su ojito derecho. Fue lo último que vio y escuchó.
Aurora nació en un pueblo de Salamanca llamado, como si fuera una premonición, Buenamadre. Su padre era maestro y le destinaron a Santander cuando ella tenía sólo tres años. Decidió seguir los pasos de su progenitor y dedicarse a la enseñanza. La escuela pública de Pesaguero, en Liébana, fue su primer colegio. Allí conoció a su marido, José Manuel Landeras –ya fallecido–, que era guardia civil. Los cambios de destino de él les obligaron a hacer las maletas en numerosas ocasiones. Estuvieron en La Rioja, Palencia, San Sebastián, Aguilar de Campoo o Los Corrales de Buelna. En esta última localidad permanecieron diez años. Aurora siempre estuvo ligada a los colegios de San José de las Hermanas de la Caridad.
Cuando José Manuel se jubiló, ella decidió dejar la enseñanza y retirarse. Entonces, regresaron de nuevo a Santander. «Mi madre ha sido siempre una persona muy comprometida. Ha estado ligada a la Cocina Económica, donde era voluntaria, a la Medalla Milagrosa y a las Hijas de la Caridad», explica Josefina. A la Cocina Económica acudió a diario hasta hace justo un año, cuando se lo impidió el confinamiento decretado tras el primer estado de alarma.
Mientras trata de hacerse a la idea de su marcha, Josefina reflexiona sobre el papel de sus padres. «A pesar de ser hija única y que mi padre fuese guardia civil y mi madre maestra, siempre me dejaron mi espacio», cuenta. «Mi madre era muy liberal, rompió esquemas para la época porque no fue superprotectora. A los 18 años, mientras estudiaba, compartí piso con un as amigas aquí en Santander. Nunca me lo impidió», reconoce. «Incluso en los años ochenta, cuando comencé a salir con el que hoy es mi marido, les planteamos que nos queríamos ir a vivir juntos y lo aceptaron», reconoce.
* Correo electrónico de contacto Si ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es
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