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Un tren procedente de Reinosa acaba de llegar a la estación de Santander a las doce y dos minutos del mediodía. Tras abrirse las puertas, los usuarios comienzan, poco a poco, a abandonar los vagones. Todos con la mascarilla puesta. Aunque esta imagen, igual que ... en los autobuses, los taxis o los aviones, puede que tenga ya los días contados. Algunos se la quitan nada más pisar el andén. Otros, en cambio, la mantienen hasta salir al vestíbulo de la estación. De ese convoy se apea Miguel Besoy, natural de una pequeña aldea de Liébana. A pocos días de cumplir 70 años, acude a dar un paseo por la ciudad. Habitual de las excursiones, explica que utiliza con bastante frecuencia el transporte público. Y siempre acompañado de su mascarilla. «Padezco una enfermedad de riesgo desde que tengo 48 años. La uso vaya donde vaya. Creo que si finalmente se va a quitar, debería hacerse de forma paulatina y no tan de golpe como se pretende», opina.
Justo enfrente, en la estación de autobuses de Santander, Mari Carmen González y Alberto Gumer, una pareja que acaba de regresar de Vizcaya y que se dirige a la parada de taxis, consideran que mantener la obligatoriedad del cubrebocas en el transporte público ya es «innecesario», dada la baja incidencia de la pandemia. «Ya no estamos en una situación de riesgo, y es absurdo tener que llevarla. Creemos que los gobernantes se ríen de nosotros en la cara. Esto ya no es necesario», coincide la pareja.
Este es el debate que estos días tiene sobre la mesa el Ministerio de Sanidad, tras la reunión de Carolina Darias con los representantes de las autonomías, que le pidieron la revisión de esta medida que se implantó en mayo de 2020, en el contexto del primer estado de alarma. Aunque no hay fecha oficial, la ministra se comprometió a plantear el asunto a los expertos de la Ponencia de Alertas. Y mientras se decide, en las conversaciones de los pasajeros habituales hay diversidad de opiniones. Por ejemplo, Ana María Urdillo, que espera al autobús urbano en la calle Castilla, señala que «haría falta que fueran las personas quienes eligieran cuándo protegerse con la mascarilla, no el Gobierno. Estoy a favor de que la quiten, sin duda».
Miguel Besoy - 69 años
Paula Ferreras - 22 años
También Javier Mantilla, asiduo en la línea de Cercanías, se muestra en contra de esta normativa. «En todos los sitios de interior se puede estar sin ella. Me parece absurdo tener que seguir llevándola a estas alturas. En el tren hay muchísima gente que no se la pone. Creo que ya es hora de que desaparezca», señala.
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Sin embargo, otros ciudadanos admiten que se sienten «más seguros» si viajan con ella puesta. Azucena Vega, que habitualmente hace el recorrido en tren entre Santander y Cabezón de la Sal, es una de ellas: «Yo no soy capaz de subirme sin ponérmela. El tema sigue estando peliagudo. Es probable que la acaben quitando, pero yo no estoy de acuerdo». En la misma línea se expresa Blanca Tamayo, que aguarda en la parada al autobús de El Astillero: «Es un sitio cerrado donde se acumula muchísima gente. Lo mejor que se puede hacer es seguir protegiéndose, no solo contra el covid, sino de otros virus que hay». Justo en ese momento el vehículo abre sus puertas. Antes de subir, se coloca la mascarilla. «Ves, no cuesta nada ponérsela», concluye, aunque próximamente este gesto, hasta ahora obligado, puede quedarse sólo en opcional.
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